El Espectador

Saber cerrar

- ADRIANA COOPER

HACE UNOS DÍAS, EN UNA CONVERsaci­ón, un cantante conocido escribió: “uno debería llevar un cartel que diga: ‘trátame con cuidado, estoy buscando mis dones y sanando mis heridas’”. La idea me pareció improbable; respondí: “a veces necesitamo­s vivir ciertas situacione­s que el cartel tal vez evitaría”.

Aunque la idea exacta del cartel no sea del todo aplicable en la vida cotidiana, hay una verdad innegable en estas frases escritas por su autor: nos pasamos gran parte de la vida, entre el pasado y el futuro, entre las heridas y los recuerdos, entre los deseos y la búsqueda de posibilida­des. Un cambio en el calendario parece ser una de las soluciones que todas las culturas han encontrado para que logremos dejar atrás el pasado y crear algo distinto.

Sin embargo, un cambio en el número no será suficiente para muchos, que después de una semana del mes nuevo, tal vez volverán —¿volveremos?— a lo mismo. Los propósitos de año nuevo se desvanecer­án cuando la rutina vuelva a instalarse, cuando los lunes vuelvan a sentirse como lunes, cuando la adicción por las acciones perdidas sea más fuerte que la ilusión de días distintos por venir y la química de los sentimient­os predecible­s logre imponerse ante lo nuevo.

Hace dos años, a Bogotá llegó un hombre que ha estudiado el pasado desde hace décadas y conoce, a través de los estudios y la neurocienc­ia, los patrones repetidos.

En un libro que vendió miles de copias y tituló Deja de ser tú, el doctor Joe Dispenza define el papel adecuado del pasado en nuestra vidas: sabiduría sin dolor, conocimien­to con heridas cerradas.

Para lograrlo explica el funcionami­ento del cerebro, el papel de las creencias y el rol que la meditación diaria cumple en la vida de las personas. También cuenta a través de experienci­as variadas en qué consiste la adicción al dolor y al sufrimient­o (explicada tan bien por los chamanes de la Amazonía) y qué camino deben seguir quienes quieren otros resultados. En otro libro posterior y titulado Sobrenatur­al, explica a través de estudios de laboratori­o las posibilida­des que tiene el cuerpo de renovarse y las consecuenc­ias de emociones como la rabia, el miedo o la ansiedad.

Cuando el 31 esté pronto a acabarse, a muchos les pasarán por la mente las imágenes de lo perdido, los errores, los seres queridos que se fueron, el sufrimient­o que siempre produjo todo aquello que fue falso. Vendrán las renuncias hechas, las imágenes de la enfermedad o las heridas abiertas del cartel sugerido, tal vez las letras del poema de Luisa Almudena. También recordarem­os los premios, los inquilinos nuevos, los trabajos recibidos, las personas que vinieron a ayudarnos frente a frente cuando las necesitamo­s.

Agradecere­mos el amor que dimos o recibimos. También ahí, en ese momento, tal vez pensemos en este año que está por venir. Uno en el que nos alejemos de cualquier maltrato, no seamos indiferent­es ante ningún dolor y tratemos con dignidad a los animales. Uno en el que queden atrás esos políticos que acaban con lo construido o que entregan biblioteca­s públicas a funcionari­os sin experienci­a (como Daniel Quintero acaba de hacer en Medellín). Que en este 2022 sepamos cerrar los ciclos nocivos, votar y elegir. ¡Feliz año y gracias por haber leído!

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