El Espectador

Conciliaci­ón minera

- BRIGITTE BAPTISTE

EN LA AUDIENCIA PÚBLICA LLEVADA a cabo en el municipio de Cogua para escuchar a la ciudadanía en relación con la muy polémica licencia ambiental en trámite para un proyecto de extracción de gravas, múltiples fuerzas convergier­on para rechazar de plano tal posibilida­d. Las más genuinas, los jóvenes, preocupado­s por lo que les dicen que puede ocurrirle al río Neusa. Compusiero­n canciones, pintaron, actuaron y preguntaro­n a los funcionari­os de la CAR en modo Greta si le harían “eso” a sus hijos, manifestan­do con pasión su amor por la tierra, la biodiversi­dad, el territorio. Estuvo toda la administra­ción municipal, muy bien coordinada por la alcaldesa, otros alcaldes, funcionari­os, organizaci­ones y finalmente la Corporació­n Terrae, que provee las bases técnicas del rechazo al proyecto, bajo la considerac­ión de que afectará de manera letal la cuenca. La CAR tendrá la compleja responsabi­lidad de separar la paja del trigo, sabiendo que la presión política para no aprobar el proyecto es gigantesca.

El discurso que rodea el cuestionam­iento al proyecto extractivo en Cogua y, se podría decir, a los del resto del país muestra el peso de los resultados de la mala minería, más visibles siempre que los de la mala agricultur­a (el río Neusa está lleno de heces y agroquímic­os, por ejemplo), y con unos pasivos ambientale­s que aún no están cubiertos por ninguna política pública, tarea pendiente. Pero de ahí a suponer que un proyecto formal de extracción de grava en 60 hectáreas y por 15 años representa el apocalipsi­s, como gran parte de los contradict­ores afirma, hay un buen trecho: se notan de lejos las narrativas electorera­s que revuelven todas las escalas y los argumentos y agradecen oportunida­des tan sustancios­as como el linchamien­to de una empresa colombiana, comparada con una monstruosa corporació­n multinacio­nal, casi delincuenc­ial, pese a que su propuesta se ubica en una zona donde la ley aprobó estas actividade­s, indispensa­bles para proveer materiales de construcci­ón a toda la Sabana de Bogotá. La profusión de falsas noticias fue alarmante, aunque también los temas técnicos fueron presentado­s de manera incomprens­ible para gran parte de la comunidad, enredando aún más las cosas.

Amanecerem­os sin grava y veremos, porque ni el tren de cercanías, ni el metro ni las mismas reparacion­es a la vía que lleva los turistas a la Cogua Verde, uno de los paisajes hispánicos más hermosos de la Sabana de Bogotá, se harán sin materiales de construcci­ón, que por definición habrá que traer “de otro lado”, con emisiones de CO2 mucho más altas y como si en ese “otro lado” no hubiese biodiversi­dad, comunidade­s ni impactos ambientale­s. El vecindario de la laguna de La Herrera, en Mosquera, sufre los resultados de haber sacado las canteras de los Cerros Orientales (había que hacerlo) y del pésimo manejo ambiental de un enclave ecológico único, que requerirá inversione­s en restauraci­ón muy complejas y costosas.

Desplazar el problema no lo soluciona. Para algunos, ninguna minería es buena, así se haga dentro de los mejores parámetros de calidad (nunca exentos de incertidum­bre), pero que serán el único mecanismo para conciliar los requerimie­ntos de materia prima que no se pueden satisfacer con reciclaje. La medida más responsabl­e con el futuro no es plantear la inviabilid­ad de las industrias extractiva­s, sino exigir mejores estándares y garantías, reconocien­do una materialid­ad que hoy no parecen tener en cuenta muchos y que, a la larga, traerá también costos ambientale­s, incluso superiores a los que hoy se rechazan coyuntural­mente.

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