El título de Egan en el Giro de Italia
“Siempre estoy pensando en Colombia y me duele lo que pasa en mi país. Por eso quiero darles una gran victoria en este momento crítico que atraviesa”, dijo con una voz pura.
Siguiendo por el recorrido de la mente, perdón, el de los sentimientos, pasaron las jornadas y hubo satisfacción por la forma en la que el Ineos trabajaba con tal sincronía y en función de defender el liderato. Filippo Ganna adelante como una locomotora, Gianni Moscon y Jonathan Narváez listos a inmolarse de ser necesario, Jonathan Castroviejo analizando variables e interpretando momentos y Daniel Martínez, el leal escudero. Eso lo noté, más allá de la carretera, en el primer día de descanso en Asís, en una tienda a un par de cuadras de la Basílica de San Francisco, cuando el Ineos en su totalidad tomaba un café. Ese 18 de mayo comprobé que las sonrisas que solo se podían percibir a través de las miradas (por los tapabocas) eran reales, sinceras. Pura camaradería. Fue de las pocas veces que me acerqué sin las estrictas restricciones de la organización.
Me agradó ver a Bernal mandando en el pelotón, administrando su esfuerzo y el de sus compañeros, dominando todos los aspectos de la carrera. Y me emocionó cuando arribó solo a Cortina d’Ampezzo, la etapa reina que al final no fue tan reina, pues un día antes se cancelaron los ascensos al Fedaia y el Pordoi por problemas climáticos en el corazón de los Dolomitas. Sí, se le quitó un trayecto que hubiera sido épico, pero eso no opacó lo acontecido. Bernal ganó vestido de rosa, puño al aire gélido y las gentes gritando “Pantani, Pantani”.
Pero como si estuviera predestinado en el aniversario 700 de la muerte de Dante Aliguieri, no todo podía ser idílico. Faltaba el paso por el purgatorio, si de hacer referencia a la Divina Comedia se trata. Y ocurrió el 26 de mayo en el ascenso a Sega di Ala. Bernal se aceleró, cometió un par de errores de estrategia y sufrió en un trayecto eterno y desconocido para él. Ahí vino mi preocupación y la impaciencia, y de nuevo, por fortuna, la serenidad gracias a Daniel Martínez, que se enfrentó a la realidad y llevó y alentó a su compañero hasta la meta. Bernal defendió el liderato, pasó la prueba más dura y tuvo una visita inesperada en la zona mixta. Una señora bajita se le acercó, le mostró el Trofeo Senza Fine y le susurró un par de palabras. Después Tonina Pantani, invitada por los 90 años de la Maglia Rosa, se limitó a decirnos: “Fue como abrazar a mi hijo”.
Ya el 30 de mayo, en la Plaza del Duomo de Milán y con 3.650 kilómetros encima (en carro, por supuesto), hubo nostalgia a lo largo de toda la jornada y amago de llanto cuando Bernal se subió al podio y de rosado levantó el trofeo más lindo del ciclismo. El tajo de humedad en el rostro (sí, aparecieron las lágrimas) se confundió con el champán que cayó desde la tarima en pleno festejo. Tras la rueda de prensa, en la que Bernal rompió con el protocolo y habló en español, llegó el saludo a los colombianos que se acercaron hasta el lugar más emblemático de Milán. Y el coro aún me estremece al recordarlo: “Egan Bernal, orgullo nacional”. Lo anterior fue un intento simplificado por tratar de explicar un suceso tan grandilocuente y todo a través de los sentimientos, de la cultura del sentir como base para recordar.