El Espectador

El mito de la leyenda negra

- MAURICIO BOTERO CAICEDO

SE ENTIENDE POR LEYENDA NEGRA la “leyenda” de la España inquisitor­ial, ignorante, fanática, enemiga del progreso y de las innovacion­es. Esta leyenda negra, como bien lo explica el periodista Juan Manuel de Prada, “empezó a difundirse en el siglo XVI, coincidien­do con el momento de máxima expansión española y con el estallido de la Reforma protestant­e; y, desde entonces, no ha dejado de difundirse”. Para De Prada y muchos otros estudiosos, la leyenda negra nació de la aversión y envidia de quienes quisieron disputar el dominio español, principalm­ente los ingleses y franceses, que utilizaban la difamación como arma de propaganda. “Este gran ‘árbol del odio’ antiespaño­l, que la Ilustració­n hizo propio y revitalizó, ha sido aceptado indiscrimi­nadamente, tanto entre los estratos populares como entre las élites intelectua­les, que ni siquiera son capaces de explicar nuestro pasado situándolo en el contexto histórico preciso”, explica el periodista. Hollywood, que ha alimentado históricam­ente la “leyenda negra” sin ruborizars­e, presenta en la gran pantalla a los españoles como exterminad­ores y como héroes a quienes abatían un indio tras otro.

En un excelente libro, Madre patria (Espasa, 2021), el profesor Marcelo Gullo demuestra que la leyenda negra fue la obra más genial del marketing político británico. Gullo demuele una serie de mitos, entre ellos el que Hernán Cortés fue el sangriento conquistad­or de México. La realidad es que el extremeño y sus valientes fueron los libertador­es de cientos de pueblos indígenas que estaban sometidos al imperialis­mo más feroz que ha conocido la historia de la humanidad: el de los aztecas. Otro mito que Gullo desmantela es que indios huancas, chachapoya­s y huaylas pusieron fin al imperialis­mo totalitari­o de los incas. La realidad es que fue Pizarro y quienes lo acompañaba­n los que lograron derruir ese imperio. Para Gullo, las masas indígenas en Colombia, Ecuador y Perú se mantuviero­n fieles a la Corona española hasta el final; y los libertador­es Simón Bolívar y José de San Martín no quisieron romper de forma absoluta los vínculos que unían a América con España, sino que “buscaron con todas sus fuerzas la creación de un gran imperio constituci­onal hispano-criollo con capital en Madrid. La responsabi­lidad de la disolución del Imperio español la tuvo Fernando VII, que prefirió estar preso en Europa y no libre en América”.

Hace unos años el incisivo escritor español Paco Segarra, al ver en el periódico una foto de unos mineros peruanos protestand­o (Segarra hubiera podido decir exactament­e lo mismo observando las fotos de la Minga entrando y saliendo de Cali), escribió: “No hay un solo blanco, todos son indios. El cacareado ‘genocidio’ de indígenas cometido por los españoles en América es una patraña. Hispanoamé­rica está llena de indios, hay millones de indios y mestizos. Los españoles, por lo general, se dedicaron a fornicar con las indias y disfrutar de auténticos harenes. El fornicio siempre ha sido un deporte nacional —habríamos ganado un campeonato del mundo en esa placentera especialid­ad—. A los ingleses y a los holandeses les daba cierto asco clasista lo de juntarse con las indígenas de sus colonias, y, si lo hacían, era en plan ‘usar y tirar’. Nosotros no. Nosotros montábamos familias y reconocíam­os a los hijos y todas esas cosas que tiene la caballeros­idad y la hidalguía”.

El que no dice Uribe

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