Afganistán, un fantasma para todos
La violencia obligó a más de 600.000 personas a dejar el país desde enero de 2021. Decenas de miles permanecen atrapadas. Sus mensajes nos perseguirán por siempre. Para ellos, salir es tan difícil como quedarse.
Abdul-Momen Rahyab nos escribió el 27 de agosto de este año, 12 días después de que la ofensiva talibán, que venía apoderándose sin resistencia de cada provincia afgana, retomó el control de Kabul. Para el momento en el que llegó su mensaje habían pasado solo horas desde que un ataque suicida, que luego reivindicó el Estado Islámico de Khorasan (ISIS-K), mató a 183 personas y terminó de consumar el caos en el aeropuerto internacional Hamid Karzai en la capital, por donde miles buscaban escapar del horror. Él estaba a minutos de dejar su casa con toda su familia cuando escribió.
“Desafortunadamente, nuestras vidas están en peligro. Estamos cambiando de lugar cada día. Cuando llegue a un punto seguro te diré toda la situación en Afganistán”, dijo.
Como decenas de miles de personas, Rahyab, un coordinador adjunto de una ONG, quería salir de ese infierno bautizado Afganistán y buscaba que lo ayudáramos a hacerlo desde acá, desde
El Espectador. Sé que cientos de personas han llegado a pedir ayuda a esta casa y, de alguna manera y con los recursos que tenemos, decenas la han podido recibir. Sin embargo, esta solicitud simplemente era un asunto de otro nivel.
Al ver su mensaje sentí, quizá, la misma impotencia que los operadores de la línea del 9-11 padecieron en aquella soleada mañana de martes el 11 de septiembre de 2001, el capítulo anterior al que se remonta este libro y el que terminaría por desencadenar la tragedia que vimos este año. Lo veía y escuchaba todo desde una pantalla mientras él estaba allá, físicamente sobreviviendo a la locura. Sabía, como los operadores en un punto, que no se podía hacer nada.
Días atrás había vuelto a ver a los hombres cayendo del cielo, no desde edificios monumentales en Nueva York, sino desde aviones que buscaban salir de Kabul en una nueva versión de la operación Dunkerque. Algunas personas, supimos luego, quedaron atrapadas en la maquinaria de un avión estadounidense. Otros cayeron en los techos de las casas aledañas al aeropuerto. Fue cuando dimensionamos la magnitud de lo que ocurría. Esto era algo que nos superaba a todos y que, al final, pudo superar al mundo entero.
Al ver el mensaje de Rahyab también pensaba en lo que decían los soviéticos que volvieron a casa tras su derrota en el bautizado “Cementerio de las potencias”, por allá en la década de 1980: nadie vuelve de Afganistán. Es imposible. Los horrores que se pueden llegar a observar allí no dejan en paz a quienes los vieron de pri
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Una de las mayores preocupaciones hoy en el país, luego de la seguridad, es la economía en caída libre. Según Naciones Unidas, la pobreza alcanza al 97 % de la población.
mera mano. Ese país puede resultar tan espeluznante como asombroso, tan bello como cruel, y se funda sobre mitos tan espectaculares como atractivos. En la aldea de Amir Aghar, por ejemplo, están sepultados británicos, soviéticos y estadounidenses: todos los imperios que han tratado de domar lo indomable. La tierra, dicen sus testigos, está encantada. Los cohetes lanzados no explotan, los tanques se hunden, el clima cambia de frío a caliente en minutos y se escuchan voces extrañas. Se aprecia toda su rica historia, a la vez que pasan escalofríos cuando se lee cada relato sobre los baños de sangre.
Volví a hablar con Rahyab esta semana. Nosotros leímos y escribimos decenas de textos sobre el drama en Afganistán, en especial sobre el catálogo del horror al que se enfrentaban las afganas con el regreso del talibán. “De dos a cuatro centímetros de piel. Esa era la diferencia entre pasar inadvertida y ser sometida a una paliza en público”, fue el arranque de uno. Cuando volvemos a hablar de todo, lo más recordado son las desgarradoras escenas de los aviones abandonando el país. No podía olvidar el mensaje de ayuda de Rahyab. Escribir de nuevo Afganistán es pensar en él y en los miles de personas que no lo lograron, cada uno con una historia diferente. Aún, como muchos afganos, permanece atrapado en el infierno desde el cual escribe a todos sus amigos en el mundo para que no lo olviden.
“Mi familia está ahora en otra ciudad, lejos de mí. Quieren mantenerse a salvo. Cambio mi lugar todos los días: algunos los paso con mis amigos, otros con conocidos. Este es el tipo de vida que pasamos en Afganistán. ¿Qué puedo hacer? No hay otra opción. Hice mi mejor esfuerzo para salir, pero no pude lograrlo. Estoy tratando de que me acepten como refugiado, pero la respuesta no ha sido positiva”, escribe.
Pero no solo salir de Afganistán es difícil, quedarse también lo es. Una de las mayores preocupaciones hoy en el país, luego de la seguridad, es la economía en caída libre. Según Naciones Unidas, la pobreza alcanza al 97 % de la población. Anna Cilliers, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Afganistán, nos dijo que a los hospitales llegan decenas de niños con desnutrición. Sus padres no pueden llevar comida a sus mesas porque no tienen trabajo y, por ende, no tienen ingresos. Algunos, por eso, han comenzado a vender a sus hijos.
“Es importante que se levanten las sanciones, porque mientras continúen será muy difícil que la gente pueda seguir con sus actividades cotidianas. Es por esto que sentimos que las personas en Afganistán no tienen esperanza, porque no saben lo que les depara el futuro, no saben si una solución va a llegar. Eso es lo que ha cambiado dramáticamente; son las sanciones que se imponen en el país y las repercusiones que tienen en la vida cotidiana”, comenta Cilliers.
La semana pasada, cientos de manifestantes marcharon frente a la antigua embajada de Estados Unidos en Kabul pidiendo el fin de las sanciones. Han pasado cuatro meses desde la caída del gobierno apoyado por Washington y los activos de la nación continúan congelados. Y mientras crece la presión para que el presidente estadounidense, Joe Biden, alivie las sanciones, los afganos continúan recurriendo a la mendicidad.
La Casa Blanca dice estar atada de manos, argumentando que es “legalmente imposible” descongelar los activos, pues ningún país ha reconocido el gobierno talibán como legítimo y eso complica las cosas. Mientras el Gobierno de Biden busca la solución perfecta a este dilema, las naciones musulmanas, como Pakistán, los miembros del Congreso estadounidense y algunas ONGs en todo el mundo recuerdan la urgencia de las acciones.
“Si quieres ayudar a la gente a sobrevivir el invierno, no puedes esperar hasta la primavera”, dijo el representante a la Cámara Tom Malinowski.