No caigamos en trampas para 2022
EMPEZARÁ EL AÑO DE LA TENSIÓN. Después de aguantar la respiración colectiva durante 2020, concentrados en la pandemia, en 2021 vimos estallidos sociales alimentados por una mezcla de polarización, discursos irresponsables, pésimo liderazgo político y deudas sociales históricas que empeoraron con las crisis económica y laboral. Por eso las elecciones al Congreso de la República y a la Presidencia, que se celebrarán en marzo y mayo del año que comenzará, prometen estar plagadas de agresividad, violencia retórica, amenazas y cuestionamientos preocupantes a la legitimidad de las instituciones. Ante eso no podemos caer en la trampa: las democracias sólidas y vibrantes son aquellas que muestran su diversidad ideológica sin destruir el proyecto colectivo de país que hemos logrado construir.
Hablamos de tensión porque la campaña política, incluso cuando no ha arrancado formalmente, ha estado caracterizada por los escándalos y señalamientos. Varios candidatos opcionados a la Presidencia tienen procesos judiciales y fiscales encima, con los consecuentes señalamientos de una persecución política en su contra. La configuración de las listas de los partidos
‘‘Las
elecciones sacan los peores instintos retóricos de las personas. Necesitamos responder con cautela y responsabilidad”.
al Congreso tuvo las ya habituales dudas sobre candidatos con cuestionamientos. Además, la retórica de los líderes políticos se ha llevado al extremo. Dependiendo de a quién escuchemos, el país está al borde de un abismo dictatorial de izquierda o a punto de refrendar un supuesto narcoparamilitarismo en el poder. La realidad, por supuesto, es mucho más compleja de lo que el simplismo de las campañas permite evidenciar.
Cabe aclarar que, con esta reflexión, no pretendemos apoyar una corriente política particular. Los discursos extremos y catastróficos se encuentran a lo largo del espectro ideológico, incluyendo el difuso “centro”, donde habitan líderes de toda índole. Lo que pretendemos denunciar, para intentar evitarlo al máximo, es caer en el facilismo de los señalamientos injustificados, radicales y manipuladores que, por ser tan eficientes en las redes sociales y en los sentimientos de los votantes, están a la orden del día.
No podemos caer en la trampa de que Colombia se puede resumir en un tuit, una arenga o un eslogan político. También tenemos que rechazar la violencia. Los años electorales suelen presentar un aumento de amenazas y asesinatos con fines políticos. El 2022 no será la excepción. Venimos de año tras año con cifras lamentables de líderes sociales y excombatientes siendo perseguidos y silenciados. Esto se ve alimentado por los discursos radicales y no puede obviarse la responsabilidad política de quienes incendian el país con las palabras.
En momentos de tensión, lo mejor es la cautela y recordar que, pese a las diferencias, todos compartimos el mismo país. Por supuesto que la política debe despertar pasiones: después de todo, estamos respondiendo cómo queremos que sea la Colombia de los próximos años. También es necesario reconocer que las deudas históricas y la desigualdad social necesitan respuestas urgentes. Empero, por eso mismo necesitamos un mejor debate público, consciente de las palabras que se usan, de las emociones que se invocan y de cómo se presentan a los contrincantes. Por un 2022 que fortalezca la democracia, todos debemos poner de nuestra parte.
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