El Espectador

Cortadle la cabeza al mensajero

- HOJAS SUELTAS ALFREDO MOLANO JIMENO

HICE PARTE DEL EQUIPO QUE REALIzó la Relatoría para el esclarecim­iento de los hechos de violencia del 9 de septiembre de 2020, cuyo relator fue Carlos Alfonso Negret Mosquera, y el contratant­e, el PNUD de la ONU. Fueron casi ocho meses de intenso trabajo, para construir una metodologí­a de investigac­ión, luego ejecutarla y, finalmente, escribirla. Ocho meses de recorrer la geografía del dolor de Bogotá y Soacha. De recorrer los últimos pasos de Jáider, Julián, María del Carmen o Julieth, por mencionar cuatro de los 14 que perdieron la vida en septiembre de 2020, 11 de ellos por la actuación de policías. Recorrimos los barrios donde vive la gente trabajador­a de la capital, que fueron los que se vistieron de luto. A todas esas familias les debemos, como sociedad, un acto de reconocimi­ento de responsabi­lidad porque lo ocurrido fue una de las peores tragedias que ha vivido Bogotá.

Participar en esta investigac­ión fue honroso y el hecho de que Negret se haya lanzado al Senado, decisión que tomó ocho días antes de la entrega del informe, no pasa de ser una coincidenc­ia que en nada la invalida. El Gobierno,

con el presidente a la cabeza, ha querido desvirtuar la Relatoría sin leerla. Quieren echar mano de la muy añeja práctica de cortarle la cabeza al mensajero porque no les gustó el mensaje que trajo. Los ministros de Defensa y del Interior salieron como perros bravos a ladrarles a las sombras. Ni una palabra merecieron las 183 páginas, sólo atinaron a decir que se trataba de un ataque a la Policía porque Negret era aspirante al Congreso.

No les gustó que se haya concluido que lo que pasó no se puede llamar de otra manera que masacre, ni que se hiciera un juicio ético de lo ocurrido. Conclusión a la que llegamos producto de fuertes debates en los que prevalecie­ron la responsabi­lidad con las víctimas y la decisión de no utilizar eufemismos. Bastó con atenerse a la definición internacio­nal del sistema de la ONU y escuchar a la gente. En cambio, desde el Gobierno acudieron al santanderi­smo clásico y a media lengua el ministro Palacios aseguró que sólo el fiscal —amigo de ellos, por lo demás— podía darle calificati­vos a lo ocurrido y que sólo un juez podría juzgar la actuación institucio­nal, cuando en Colombia no hay una definición penal de masacre y porque, a la luz de ese argumento, sólo las autoridade­s judiciales y, claro, el Gobierno podrían investigar violacione­s a los derechos humanos.

El segundo argumento, expresado por el presidente Duque en tono veintejuli­ero, es que el informe busca hacerle daño a la Policía.

Pero el mayor daño que se le hace a la institucio­nalidad es promover la solidarida­d de cuerpo ante los crímenes cometidos por funcionari­os. Resulta al menos paradójico que el mandatario y su corte salgan con declaracio­nes altisonant­es sin tomarse el tiempo de escuchar a quienes visten el uniforme. La Relatoría pudo hacerlo gracias a la invaluable labor del coronel (r) Luis Alfonso Novoa, director de Derechos Humanos de la Policía. Los entrevista­dos coincidier­on en que lo que pasó el 9 de septiembre cambió la historia de la Policía. Que después de eso miles de ellos se retiraron desmoraliz­ados, que esa noche los cogieron con “los pantalones abajo” y que quienes van a pagar por la improvisac­ión en el mando son, como siempre, los patrullero­s, algunos de los cuales hoy enfrentan angustioso­s procesos penales y disciplina­rios por actuar como les han enseñado.

Un análisis de cómo viven los policías debería ser el principio de la reforma institucio­nal, debería ser motivo de atención del Gobierno y de su corte de aduladores. Si tanto quieren a la Policía, fortalézca­nla desde la base, ofrézcanle­s garantías sociales a sus uniformado­s, no impunidad. El general Vargas es uno de los hombres mejor preparados para dirigir la Policía y confío en que asuma que su responsabi­lidad es con la historia y no con un Gobierno que en su ocaso se admira al espejo y no ve lo que pasa, como el rey desnudo de la célebre fábula.

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