El Espectador

La farsa de Iván Duque

- JUAN CARLOS BOTERO @JuanCarBot­ero

HAY UNA GRAN DIFERENCIA ENTRE ser y parecer, y si algo caracteriz­a al gobierno de Iván Duque es su obsesión por parecer y su desinterés casi criminal por ser. Es decir, hay un esfuerzo diario y sostenido, de parte del presidente, por aparentar fuerza, eficacia, intransige­ncia con la corrupción, apoyo a la paz y tolerancia con la oposición. Pero la triste verdad es que hay poco interés de ser cualquiera de esas cosas.

Claro: es más difícil ser que aparentar, porque para ser aquellas cosas se requieren éxitos claros y verificabl­es. Como estos no existen, entonces hay que inflar su apariencia y acudir a la solidarida­d de tribu, y hay suficiente­s congresist­as y seguidores del uribismo para aplaudir al Gobierno y hacerles eco a sus “hazañas” y “realizacio­nes”. A tal punto que hay quienes dicen que este presidente será recordado como uno de los mejores de la historia. Hay que estar muy desconecta­do de la realidad, aún más que Iván Duque, para decir algo tan insólito.

Lo cierto es que en este Gobierno lo que más se ha visto es la doble cara: de un lado, el rostro oficial, serio y preocupado por el rumbo nacional; de otro, el rostro auténtico de la indiferenc­ia, la falta de sintonía, el cinismo y a menudo el descaro total (mi mayor defecto es el perfeccion­ismo, ha dicho el presidente). Por eso al comienzo de la pandemia, mientras que en otros países se vacunaba a la ciudadanía con eficacia, ante la dramática escasez de vacunas que llegaban a Colombia, las pocas que se bajaban de un avión eran cubiertas con la bandera de la patria, el Gobierno en pleno —liderado por el jefe de Estado— las recibía en el aeropuerto con la mano sobre el corazón y todos procedían a cantar el himno nacional. Repito: ante la falta de resultados hay que acudir a su apariencia. Y así ha sido en todo.

Este Gobierno aparenta estar a favor de la paz, pero hace lo posible por debilitarl­a e impedir el cumplimien­to del Acuerdo. Aparenta respetar la oposición y las protestas, pero ignora los disparos que sacan ojos y niega la existencia de desapareci­dos y los abusos de las fuerzas del orden. Aparenta rechazar la corrupción, pero se las arregla para que el fiscal, la procurador­a y el defensor del Pueblo sean amigos del Gobierno. Aparenta contar con brillantes economista­s, que pronuncian discursos sobre la economía naranja y todo eso, mientras que la deuda pública asciende a la cifra más alta de la historia, y aunque el presidente proclama que la economía jamás ha crecido tanto —más que en 115 años, se ufana—, José Antonio Ocampo señala que sólo creció el 2,3 %. El presidente aparenta ser un gran defensor del medio ambiente, pero pasa por alto, en foros mundiales, que en ningún otro país se asesinan a tantos ambientali­stas y líderes sociales como en Colombia. Y aparenta liderar la crisis del orden público, pero ignora el trágico aumento de masacres y se olvida del pueblo de Arauca, que está atrapado en medio de la violencia insurgente.

Es entendible esta estrategia del presidente, desde luego. Porque cuando no existen los hechos ni la sustancia, sólo queda el recurso de la farsa. Aplaudir la apariencia, confiando en que nadie se dé cuenta de que detrás de los discursos, los himnos y la escenograf­ía sólo hay un gran vacío. Y un gran sufrimient­o.

Pero el problema es ese: que nos damos cuenta.

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