El salario sin eufemismos
LA REFORMA TRIBUTARIA QUE MÁS éxito ha tenido en las últimas décadas en empleo formal ha sido, sin duda, la que presentaron los exministros de Hacienda Mauricio Cárdenas y Juan Carlos Echeverry en el 2012, que les facilitaba la vida al empresario y al trabajador que quisieran acordar un contrato de empleo formal.
Antes de la reforma, si un trabajador quería cotizar a la pensión, tenía también que pagar impuestos a la salud, a las cajas de compensación, al SENA y al ICBF. Fuera de eso, tenía que pedirle más plata al empleador para que cotizara en su nombre. Lo que hacía el trabajador promedio ante esta situación era quedarse en la informalidad. El Estado le pedía más de la mitad de su sueldo y le daba poco a cambio. Ser informal, en ese caso, pagaba y bien, por lo menos en el corto plazo.
La reforma eliminó estas últimas dos contribuciones y la informalidad se redujo significativamente. Antes, el trabajador formal tenía que trabajar por la mañana para pagar impuestos y por la tarde para los ingresos que sostenían a su familia. Con la reforma, los impuestos ya no se llevaban la mitad del salario sino el 38 %, algo más manejable. Los resultados han sido inequívocos: más personas ingresaron a la formalidad, aumentaron su probabilidad de tener una pensión y se ubicaron en empresas más productivas.
El Gobierno de Duque ha hecho poco por mejorar el mercado laboral. De hecho, con sus aumentos en el salario mínimo, combinados con su inacción para abaratar los costos o hacer las reformas que aumentarían la productividad, no se ha hecho más que deteriorarlo. No es una percepción mía, quien nos muestra esto es el DANE con los datos de desempleo, que siguen sin bajar de dos dígitos.
El problema está sobrediagnosticado: la contribución a las cajas de compensación no debe venir del sueldo de los trabajadores, la salud se puede financiar con impuestos generales y las cesantías e indemnizaciones se deben sustituir por un seguro de desempleo mejor diseñado. Lo bueno es que acá no pretendo proponer eso. Un Gobierno débil y un panorama electoral oscuro no dan para mucho optimismo. Mejor propongo que nos conformemos con un cambio modesto: que dejemos de hablar con eufemismos y empecemos a hablar de salario total, incluyendo primas, costos laborales y contribuciones que puedan entender hasta los chiquitos de la familia.
Un empresario que emplea a una persona con el salario mínimo este 2022 tiene que gastar más de $1,6 millones al mes: esa es la cifra sin eufemismos. A cambio del talento que contrata, esa es la plata que el empleador saca de su bolsillo y sobre esa suma toma decisiones, independientemente de si la plata se la queda el trabajador o el Gobierno.
Al trabajador le llega menos de $1 millón. Esta diferencia hoy está rodeada de cálculos, aportes y reparticiones que poco aportan, pero esconden el problema grave: los costos salariales son altísimos, ocultos y no hay mucha voluntad política de cambiarlos.
En su libro, Mauricio Cárdenas cuenta cómo la Corte Constitucional declaró inexequible la amnistía tributaria de su reforma por tener el descaro de llamarse “amnistía”. Sí, fue por eso. Desde 1995, cuado la Corte proscribió la palabra, se han hecho innumerables amnistías que pasan el control de constitucionalidad porque la Corte acepta el eufemismo cuando se le llama “saneamiento”, “conciliación” o “normalización”. Como quien dice: amnistías sí, pero con eufemismos.
Algo parecido nos pasa con los salarios. El sistema de remuneración tiene que ser más simple, más transparente y honesto. Entre lo que paga el empresario y lo que recibe el empleador hay un 40 % que se desvía en el camino y hace años debió ser reformado.
Colombia es un país de eufemismos, lo malo es que con los salarios está saliendo caro. Economiaparamiprima.com, @tinojaramillo