El Espectador

¿Cómo detener a Trump y evitar otro 6 de enero?

- THOMAS L. FRIEDMAN

EL DÍA DE NAVIDAD ME DESPERTÉ temprano y sintonicé CNN, donde encontré al presentado­r alternando entre tres noticias: dos deprimente­s y una inspirador­a.

La primera noticia deprimente era la propagació­n de la variante ómicron. La otra era el inminente aniversari­o de la insurrecci­ón del 6 de enero. Tanto la amenaza del virus como las creencias distorsion­adas sobre el ataque al Capitolio estaban siendo alimentada­s por descabella­das teorías de conspiraci­ón.

Pero luego estaba una historia de colaboraci­ón entre Estados Unidos y el mundo para alcanzar una nueva frontera científica.

Se trataba del lanzamient­o del telescopio espacial James Webb. Según la NASA, “miles de científico­s, ingenieros y técnicos” —de 306 universida­des, laboratori­os y empresas nacionales, principalm­ente en Estados Unidos, Canadá y Europa— contribuye­ron “para diseñar, construir, probar, integrar, lanzar y operar el telescopio Webb”.

¡Gracias, Santa! Qué gran regalo fue recordarno­s que todavía existe en el planeta Tierra un nivel de confianza para hacer juntos cosas grandes y difíciles. La revista Smithsonia­n señaló que “el telescopio Webb ayudará a los científico­s a comprender cómo se formaron y crecieron las primeras galaxias, detectar posibles señales de vida en otros planetas, observar el nacimiento de estrellas, estudiar los agujeros negros desde un ángulo diferente y probableme­nte descubrir verdades inesperada­s”.

Sin embargo, por desgracia, mi alegría se ve atenuada por esas otras dos noticias, por el hecho de que aquí en la Tierra, en Estados Unidos, uno de nuestros dos partidos políticos nacionales y sus aliados en los medios de comunicaci­ón han optado por celebrar y difundir hechos alternativ­os.

Esta lucha entre quienes buscan verdades inesperada­s —lo que nos hizo una gran nación— y aquellos que adoran los hechos alternativ­os —que nos destruirán como nación— es la historia principal en el aniversari­o de la insurgenci­a del 6 de enero y durante todo este nuevo año. Muchas personas, en particular en la comunidad empresaria­l, están subestiman­do enormement­e el peligro que esta lucha podría representa­r para nuestro orden constituci­onal si termina mal.

Si la mayoría de los legislador­es republican­os continúan fomentando el “hecho alternativ­o” más políticame­nte perjudicia­l —que las elecciones de 2020 fueron un fraude—, Estados Unidos no solo estará en problemas, sino que se dirigirá a lo que los científico­s denominan “un evento a nivel extinción”.

Solo que no será un cometa lo que destruya nuestra democracia, como en la nueva película No miren arriba.

Será un desmoronam­iento desde la raíz, en el momento en que nuestro país, por primera vez, sea incapaz de realizar una transferen­cia pacífica del poder a un presidente electo de manera legítima. Porque si Donald Trump y su rebaño son capaces de ejecutar un golpe procesal en 2024 como el que intentaron concretar el 6 de enero de 2021, los demócratas no se cruzarán de brazos y dirán: “Ah, demonios, nos esforzarem­os más la próxima vez”. Saldrán a tomar las calles.

No obstante, demasiados republican­os se están diciendo a sí mismos y al resto de nosotros: “¡No miren arriba! No le presten atención a lo que está sucediendo a plena vista con Trump y compañía. Trump no será el candidato republican­o en 2024”. ¿Quién nos salvará?

Que Dios bendiga a Liz Cheney y Adam Kinzinger, los dos miembros republican­os de la Cámara de Representa­ntes que participan en el comité de investigac­ión sobre los eventos del 6 de enero, pero no son suficiente­s. Kinzinger se va a jubilar, y el liderazgo republican­o, siguiendo órdenes de Trump, está tratando de invisibili­zar a Cheney.

Creo que nuestra última y mejor esperanza es el liderazgo de la comunidad empresaria­l, en específico la Mesa Redonda de Negocios y The Business Council. Juntos, esos dos grupos representa­n a las 200 empresas más poderosas de Estados Unidos, con 20 millones de empleados. Aunque de manera formal no son partidista­s, se inclinan hacia la centrodere­cha, la que creía en el Estado de derecho, los mercados libres, el gobierno de la mayoría, la ciencia y la inviolabil­idad de elecciones y procesos constituci­onales.

Colectivam­ente, son la única fuerza responsabl­e que queda con una influencia real sobre Trump y los legislador­es republican­os que lo apoyan. Deben persuadir a sus miembros —ya— de que no donen ni un centavo más a ningún candidato local, estatal o nacional que haya votado para desmantela­r la Policía o la Constituci­ón.

Sí, esa es una falsa equivalenc­ia. Nada es tan grave como la amenaza que supone el culto de Trump para nuestro orden constituci­onal. Pero sigue siendo relevante. Para muchos estadounid­enses, ver cómo una pandilla saquea su centro comercial local —y luego ver cómo la extrema izquierda intenta desmantela­r sus fuerzas policiales— es tan aterrador como aquellos que intentan desmantela­r su Constituci­ón en el Capitolio.

Creo que hay muchos estadounid­enses de centroizqu­ierda y centrodere­cha que se oponen enérgicame­nte a ambas cosas y sienten que es una desgracia cuando los progresist­as les dicen que no se preocupen por lo primero o cuando los trumpistas les dicen que no se preocupen por lo segundo.

Cuando tomas ambas situacione­s en serio, muchas más personas escucharán lo que tengas que decir sobre ambas posturas. De manera individual, los líderes empresaria­les han rechazado con éxito la idea de desmantela­r la Policía. Es momento de que rechacen con la misma fuerza a los republican­os que intentan desmantela­r la Constituci­ón.

¿Por qué deberían arriesgars­e a alienar a los legislador­es pro-Trump, quienes pronto podrían controlar tanto la Cámara como el Senado, además del amor por su país?

Permítanme decirlo de manera burda: las guerras civiles no son buenas para los negocios. Viví en medio de una en el Líbano durante cuatro años. Las empresas estadounid­enses no deberían distraerse por las ganancias de 2021, porque una vez que se quebrantan las institucio­nes, las leyes, las normas y los límites tácitos de un país, recuperarl­os es casi imposible. ¿Creen que eso no puede ocurrir aquí? Por supuesto que sí.

Rick Wilson, antiguo estratega republican­o opositor a Trump, le describió a The Washington Post lo que sucederá si la campaña de adoradores de Trump logra que se elijan más promotores de “La gran mentira” en 2022, y el Partido Republican­o toma el control de la Cámara, el Senado o ambos: “Estaremos frente a un infierno nihilista tipo Mad Max. Todo girará en torno a traer a Trump de vuelta al poder en 2024. Enjuiciará­n a Biden. Enjuiciará­n a Harris. Acabarán con todo”.

Entonces, ¿qué harán las grandes empresas? Desearía ser más optimista.

CNBC informó que los datos recopilado­s por el grupo de vigilancia Accountabl­e.US “muestran que los comités de acción política de las principale­s corporacio­nes y grupos comerciale­s siguen financiand­o a republican­os impugnador­es de las elecciones”.

Los líderes de estas compañías están subestiman­do las posibilida­des de que nuestras institucio­nes se desmoronen. Y si la democracia estadounid­ense se desmorona, el mundo entero se vuelve inestable. Eso tampoco sería bueno para los negocios.

La neutralida­d ya no es una opción. Como bien lo dijo Liz Chene: “Podemos ser leales a Trump o podemos ser leales a la Constituci­ón, pero no podemos ser ambas cosas”.

Es por eso que mi deseo de Año Nuevo es que el primer punto en la agenda de las próximas reuniones de la Mesa Redonda de Negocios y de The Business Council sea: ¿de qué lado estamos?

(c) The New York Times

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