¿Cómo detener a Trump y evitar otro 6 de enero?
EL DÍA DE NAVIDAD ME DESPERTÉ temprano y sintonicé CNN, donde encontré al presentador alternando entre tres noticias: dos deprimentes y una inspiradora.
La primera noticia deprimente era la propagación de la variante ómicron. La otra era el inminente aniversario de la insurrección del 6 de enero. Tanto la amenaza del virus como las creencias distorsionadas sobre el ataque al Capitolio estaban siendo alimentadas por descabelladas teorías de conspiración.
Pero luego estaba una historia de colaboración entre Estados Unidos y el mundo para alcanzar una nueva frontera científica.
Se trataba del lanzamiento del telescopio espacial James Webb. Según la NASA, “miles de científicos, ingenieros y técnicos” —de 306 universidades, laboratorios y empresas nacionales, principalmente en Estados Unidos, Canadá y Europa— contribuyeron “para diseñar, construir, probar, integrar, lanzar y operar el telescopio Webb”.
¡Gracias, Santa! Qué gran regalo fue recordarnos que todavía existe en el planeta Tierra un nivel de confianza para hacer juntos cosas grandes y difíciles. La revista Smithsonian señaló que “el telescopio Webb ayudará a los científicos a comprender cómo se formaron y crecieron las primeras galaxias, detectar posibles señales de vida en otros planetas, observar el nacimiento de estrellas, estudiar los agujeros negros desde un ángulo diferente y probablemente descubrir verdades inesperadas”.
Sin embargo, por desgracia, mi alegría se ve atenuada por esas otras dos noticias, por el hecho de que aquí en la Tierra, en Estados Unidos, uno de nuestros dos partidos políticos nacionales y sus aliados en los medios de comunicación han optado por celebrar y difundir hechos alternativos.
Esta lucha entre quienes buscan verdades inesperadas —lo que nos hizo una gran nación— y aquellos que adoran los hechos alternativos —que nos destruirán como nación— es la historia principal en el aniversario de la insurgencia del 6 de enero y durante todo este nuevo año. Muchas personas, en particular en la comunidad empresarial, están subestimando enormemente el peligro que esta lucha podría representar para nuestro orden constitucional si termina mal.
Si la mayoría de los legisladores republicanos continúan fomentando el “hecho alternativo” más políticamente perjudicial —que las elecciones de 2020 fueron un fraude—, Estados Unidos no solo estará en problemas, sino que se dirigirá a lo que los científicos denominan “un evento a nivel extinción”.
Solo que no será un cometa lo que destruya nuestra democracia, como en la nueva película No miren arriba.
Será un desmoronamiento desde la raíz, en el momento en que nuestro país, por primera vez, sea incapaz de realizar una transferencia pacífica del poder a un presidente electo de manera legítima. Porque si Donald Trump y su rebaño son capaces de ejecutar un golpe procesal en 2024 como el que intentaron concretar el 6 de enero de 2021, los demócratas no se cruzarán de brazos y dirán: “Ah, demonios, nos esforzaremos más la próxima vez”. Saldrán a tomar las calles.
No obstante, demasiados republicanos se están diciendo a sí mismos y al resto de nosotros: “¡No miren arriba! No le presten atención a lo que está sucediendo a plena vista con Trump y compañía. Trump no será el candidato republicano en 2024”. ¿Quién nos salvará?
Que Dios bendiga a Liz Cheney y Adam Kinzinger, los dos miembros republicanos de la Cámara de Representantes que participan en el comité de investigación sobre los eventos del 6 de enero, pero no son suficientes. Kinzinger se va a jubilar, y el liderazgo republicano, siguiendo órdenes de Trump, está tratando de invisibilizar a Cheney.
Creo que nuestra última y mejor esperanza es el liderazgo de la comunidad empresarial, en específico la Mesa Redonda de Negocios y The Business Council. Juntos, esos dos grupos representan a las 200 empresas más poderosas de Estados Unidos, con 20 millones de empleados. Aunque de manera formal no son partidistas, se inclinan hacia la centroderecha, la que creía en el Estado de derecho, los mercados libres, el gobierno de la mayoría, la ciencia y la inviolabilidad de elecciones y procesos constitucionales.
Colectivamente, son la única fuerza responsable que queda con una influencia real sobre Trump y los legisladores republicanos que lo apoyan. Deben persuadir a sus miembros —ya— de que no donen ni un centavo más a ningún candidato local, estatal o nacional que haya votado para desmantelar la Policía o la Constitución.
Sí, esa es una falsa equivalencia. Nada es tan grave como la amenaza que supone el culto de Trump para nuestro orden constitucional. Pero sigue siendo relevante. Para muchos estadounidenses, ver cómo una pandilla saquea su centro comercial local —y luego ver cómo la extrema izquierda intenta desmantelar sus fuerzas policiales— es tan aterrador como aquellos que intentan desmantelar su Constitución en el Capitolio.
Creo que hay muchos estadounidenses de centroizquierda y centroderecha que se oponen enérgicamente a ambas cosas y sienten que es una desgracia cuando los progresistas les dicen que no se preocupen por lo primero o cuando los trumpistas les dicen que no se preocupen por lo segundo.
Cuando tomas ambas situaciones en serio, muchas más personas escucharán lo que tengas que decir sobre ambas posturas. De manera individual, los líderes empresariales han rechazado con éxito la idea de desmantelar la Policía. Es momento de que rechacen con la misma fuerza a los republicanos que intentan desmantelar la Constitución.
¿Por qué deberían arriesgarse a alienar a los legisladores pro-Trump, quienes pronto podrían controlar tanto la Cámara como el Senado, además del amor por su país?
Permítanme decirlo de manera burda: las guerras civiles no son buenas para los negocios. Viví en medio de una en el Líbano durante cuatro años. Las empresas estadounidenses no deberían distraerse por las ganancias de 2021, porque una vez que se quebrantan las instituciones, las leyes, las normas y los límites tácitos de un país, recuperarlos es casi imposible. ¿Creen que eso no puede ocurrir aquí? Por supuesto que sí.
Rick Wilson, antiguo estratega republicano opositor a Trump, le describió a The Washington Post lo que sucederá si la campaña de adoradores de Trump logra que se elijan más promotores de “La gran mentira” en 2022, y el Partido Republicano toma el control de la Cámara, el Senado o ambos: “Estaremos frente a un infierno nihilista tipo Mad Max. Todo girará en torno a traer a Trump de vuelta al poder en 2024. Enjuiciarán a Biden. Enjuiciarán a Harris. Acabarán con todo”.
Entonces, ¿qué harán las grandes empresas? Desearía ser más optimista.
CNBC informó que los datos recopilados por el grupo de vigilancia Accountable.US “muestran que los comités de acción política de las principales corporaciones y grupos comerciales siguen financiando a republicanos impugnadores de las elecciones”.
Los líderes de estas compañías están subestimando las posibilidades de que nuestras instituciones se desmoronen. Y si la democracia estadounidense se desmorona, el mundo entero se vuelve inestable. Eso tampoco sería bueno para los negocios.
La neutralidad ya no es una opción. Como bien lo dijo Liz Chene: “Podemos ser leales a Trump o podemos ser leales a la Constitución, pero no podemos ser ambas cosas”.
Es por eso que mi deseo de Año Nuevo es que el primer punto en la agenda de las próximas reuniones de la Mesa Redonda de Negocios y de The Business Council sea: ¿de qué lado estamos?
(c) The New York Times