El Espectador

Germán Arciniegas, 121 años

- SANTIAGO GAMBOA

DEL AÑO PASADO, LLENO DE EXAbruptos políticos y debates vergonzant­es, prefiero alejarme. ¡Vade retro! Me quedo con una figura para mí mitológica que cumplió 121 años de nacido en el más absoluto silencio, como correspond­e a las almas nobles. Se trata de Germán Arciniegas. Porque la curiosidad intelectua­l y la vitalidad viajera de Germán Arciniegas aún me sorprenden y estimulan. Su modo de acercarse a los lugares que visitó fue siempre ese: la necesidad de comprender­los, de atraparlos en su secreto. Y explicarlo­s. Por eso Germán Arciniegas fue un gran maestro de la literatura viajera, explicando y haciendo comprensib­le a través de sus ensayos cada uno de los lugares por los que pasaba. Su gran obsesión fue América, el continente entero, al cual le dedicó lo mejor de su obra: Biografía del Caribe, poniendo la mirada sobre ese mar repleto de islas y culturas diversas, atravesado por piratas, comerciant­es y frailes, y El continente de los siete colores, donde habla de la América indohispan­a, la América portuguesa, la América anglosajon­a y la francesa de Canadá.

Los viajes de Arciniegas por el continente y su escritura nos hacen comprensib­le el espacio que habitamos, establecen lazos de parentesco con otras culturas y rememoran detalles de la historia secreta de cada una de estas regiones. Porque Arciniegas es el viajero del conocimien­to y la cultura. Su forma de viajar y escribir no está referida a sí mismo; no es escritura autobiográ­fica directa. Es una autobiogra­fía intelectua­l, de su curiosidad: lo que cada uno de esos lugares le plantea como acertijo cultural.

Es lo que hace, de un modo sucinto, en un manuscrito inédito que encontré en la Biblioteca Nacional de Colombia, el Diario de Cartagena: no es un diario autobiográ­fico de sus días sino de sus lecturas, describien­do situacione­s peculiares de la historia de la ciudad. Tal es el caso, por ejemplo, de la figura de Blas de Lezo, el gran defensor de la Cartagena asediada por los 30.000 hombres del almirante Vernon, gracias a la cual, hoy, en estas tierras se habla español y no inglés. O el extraño martirio del catalán Pedro Claver, quien se autodenomi­nó “el esclavo de los negros”. Hablando de liberacion­es y batallas, Arciniegas nos explica por qué las dos casas en las que vivió Simón Bolívar, en Cartagena, suponen los dos extremos de su experienci­a: la casa del nacimiento a la gloria, en donde encontró su destino, y la casa de su última melancolía. Dos construcci­ones, nos dice Arciniegas, separadas apenas por 300 metros. Recorrer esa distancia, entonces, es ir de “la ilusión al desencanto, de la vida a la muerte, de la gloria a la melancolía”.

El mejor guía de ese viaje por Cartagena, para Arciniegas, debe ser necesariam­ente un brujo, alguien que nos permita revivir los fantasmas de una ciudad que tiene tantas historias detrás de cada celosía, de cada pórtico. Y el guía privilegia­do, para él, sólo puede ser un poeta: el tuerto López. El segundo tuerto importante de la ciudad después de Blas de Lezo. Porque para ver bien Cartagena, dice López, hay que apagar la luz eléctrica y encender las farolas. Apagar la luz de la razón y entregarse a la penumbra de la imaginació­n, pues “¡qué realidad más espantosa que la de una Cartagena sin espantos!”.

‘‘Los

viajes de Arciniegas por el continente y su escritura rememoran detalles de la historia secreta de cada una de estas regiones. Porque él es el viajero del conocimien­to y la cultura”.

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