Temo por nuestra democracia
‘‘Se
salieron con la suya y están llevando a la destrucción de nuestro país. En realidad la Gran Mentira fue la elección en sí”.
Donald Trump, expresidente de los Estados Unidos, reiterando su falsa afirmación de que le robaron las elecciones presidenciales que llevaron a Joe Biden a la Casa Blanca.
HACE UN AÑO, UNA TURBA VIOLENTA guiada por políticos sin escrúpulos irrumpió en el Capitolio y casi logró evitar la transferencia democrática del poder. En aquel momento, los cuatro expresidentes de Estados Unidos condenamos sus acciones y afirmamos la legitimidad de las elecciones de 2020. Luego hubo una breve esperanza de que la insurrección conmocionaría al país a tal grado que eliminaría la polarización tóxica que amenaza nuestra democracia.
Sin embargo, un año después, los promotores de la mentira de que las elecciones fueron robadas se han apoderado de un partido político y han avivado la desconfianza en nuestros sistemas electorales.
Personalmente me enfrenté a esta amenaza en mi propia tierra en 1962, cuando un jefe de condado con votos amañados intentó robarme las elecciones que había ganado para el Senado del estado de Georgia. Esto fue en las primarias y denuncié el fraude en los tribunales. Al final, un juez anuló los resultados y terminé ganando las elecciones generales. A partir de allí, la protección y el avance de la democracia se convirtieron en una prioridad para mí. Como presidente, una de mis principales metas fue establecer gobiernos de mayorías en el sur de África y otros lugares.
Tras salir de la Casa Blanca y fundar el Centro Carter, trabajamos para promover elecciones libres, justas y organizadas en todo el mundo. Dirigí decenas de misiones de observación en África, América Latina y Asia, comenzando con Panamá en 1989, donde le hice una simple pregunta a quienes gestionaban el proceso: “¿Son funcionarios honestos o ladrones?”.
Para que la democracia estadounidense perdure, debemos exigir que nuestros líderes y candidatos defiendan los ideales de libertad y se adhieran a los más altos estándares de conducta.
En primer lugar, si bien los ciudadanos pueden tener desacuerdos sobre políticas, las personas de todas las tendencias políticas deben estar de acuerdo en los principios constitucionales fundamentales y las normas de equidad, civilidad y respeto por el Estado de derecho. Los ciudadanos deben poder participar con facilidad en procesos electorales transparentes, seguros y protegidos.
En segundo lugar, debemos impulsar reformas que garanticen seguridad y accesibilidad en las elecciones, así como la confianza pública en la veracidad de los resultados.
En tercer lugar, debemos resistir la polarización que está dando nueva forma a nuestra identidad en torno a la política. Necesitamos enfocarnos en algunas verdades fundamentales: todos somos humanos, todos somos estadounidenses y todos queremos que prosperen nuestras comunidades y nuestro país.
En cuarto lugar, la violencia no debe tener cabida en nuestra política y tenemos que actuar con urgencia para aprobar o fortalecer leyes que reviertan tendencias como la difamación, la intimidación y la presencia de milicias armadas en eventos.
Por último, debemos resolver el problema de la propagación de desinformación, en especial en las redes sociales. Hay que reformar esas plataformas y acostumbrarnos a buscar información veraz. Las empresas estadounidenses y las comunidades religiosas tienen que fomentar el respeto por las normas democráticas.
Actualmente, nuestra gran nación se tambalea en el borde de un abismo cada vez más grande. Sin una acción inmediata, corremos un verdadero riesgo de entrar en un conflicto civil. Los estadounidenses debemos dejar de lado las diferencias y trabajar juntos antes de que sea demasiado tarde.