El Espectador

Temo por nuestra democracia

- JIMMY CARTER * * Jimmy Carter fue el 39.º presidente de Estados Unidos. (c) The New York Times.

‘‘Se

salieron con la suya y están llevando a la destrucció­n de nuestro país. En realidad la Gran Mentira fue la elección en sí”.

Donald Trump, expresiden­te de los Estados Unidos, reiterando su falsa afirmación de que le robaron las elecciones presidenci­ales que llevaron a Joe Biden a la Casa Blanca.

HACE UN AÑO, UNA TURBA VIOLENTA guiada por políticos sin escrúpulos irrumpió en el Capitolio y casi logró evitar la transferen­cia democrátic­a del poder. En aquel momento, los cuatro expresiden­tes de Estados Unidos condenamos sus acciones y afirmamos la legitimida­d de las elecciones de 2020. Luego hubo una breve esperanza de que la insurrecci­ón conmociona­ría al país a tal grado que eliminaría la polarizaci­ón tóxica que amenaza nuestra democracia.

Sin embargo, un año después, los promotores de la mentira de que las elecciones fueron robadas se han apoderado de un partido político y han avivado la desconfian­za en nuestros sistemas electorale­s.

Personalme­nte me enfrenté a esta amenaza en mi propia tierra en 1962, cuando un jefe de condado con votos amañados intentó robarme las elecciones que había ganado para el Senado del estado de Georgia. Esto fue en las primarias y denuncié el fraude en los tribunales. Al final, un juez anuló los resultados y terminé ganando las elecciones generales. A partir de allí, la protección y el avance de la democracia se convirtier­on en una prioridad para mí. Como presidente, una de mis principale­s metas fue establecer gobiernos de mayorías en el sur de África y otros lugares.

Tras salir de la Casa Blanca y fundar el Centro Carter, trabajamos para promover elecciones libres, justas y organizada­s en todo el mundo. Dirigí decenas de misiones de observació­n en África, América Latina y Asia, comenzando con Panamá en 1989, donde le hice una simple pregunta a quienes gestionaba­n el proceso: “¿Son funcionari­os honestos o ladrones?”.

Para que la democracia estadounid­ense perdure, debemos exigir que nuestros líderes y candidatos defiendan los ideales de libertad y se adhieran a los más altos estándares de conducta.

En primer lugar, si bien los ciudadanos pueden tener desacuerdo­s sobre políticas, las personas de todas las tendencias políticas deben estar de acuerdo en los principios constituci­onales fundamenta­les y las normas de equidad, civilidad y respeto por el Estado de derecho. Los ciudadanos deben poder participar con facilidad en procesos electorale­s transparen­tes, seguros y protegidos.

En segundo lugar, debemos impulsar reformas que garanticen seguridad y accesibili­dad en las elecciones, así como la confianza pública en la veracidad de los resultados.

En tercer lugar, debemos resistir la polarizaci­ón que está dando nueva forma a nuestra identidad en torno a la política. Necesitamo­s enfocarnos en algunas verdades fundamenta­les: todos somos humanos, todos somos estadounid­enses y todos queremos que prosperen nuestras comunidade­s y nuestro país.

En cuarto lugar, la violencia no debe tener cabida en nuestra política y tenemos que actuar con urgencia para aprobar o fortalecer leyes que reviertan tendencias como la difamación, la intimidaci­ón y la presencia de milicias armadas en eventos.

Por último, debemos resolver el problema de la propagació­n de desinforma­ción, en especial en las redes sociales. Hay que reformar esas plataforma­s y acostumbra­rnos a buscar informació­n veraz. Las empresas estadounid­enses y las comunidade­s religiosas tienen que fomentar el respeto por las normas democrátic­as.

Actualment­e, nuestra gran nación se tambalea en el borde de un abismo cada vez más grande. Sin una acción inmediata, corremos un verdadero riesgo de entrar en un conflicto civil. Los estadounid­enses debemos dejar de lado las diferencia­s y trabajar juntos antes de que sea demasiado tarde.

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