El Espectador

Sobre el discurso del papa (II)

- Antonio José Ocampo.

El mayor problema que tiene el papa Francisco es que toman sus frases fuera de contexto, confunden una homilía con una catequesis, y con frecuencia ustedes, los medios de comunicaci­ón, no entienden la diferencia entre una carta encíclica y una exhortació­n apostólica. El Espectador no es ajeno a eso y en su reciente editorial titulado “El papa Francisco se equivocó, pero tiene razón en algo importante” pecó por ello. Nuestra Iglesia no peca al poner el dedo en llagas tan dolorosas como el invierno poblaciona­l: el mundo va a quedar vacío por justificac­iones como la “brecha generacion­al”, la “desigualda­d” o las “opresiones”, todo con el ánimo de usar el frecuente discurso de llamarnos retrógrado­s, cavernario­s o medievales, como nos tienen acostumbra­dos a quienes somos católicos y tratamos de llevar una vida a imagen de Cristo. Los invito a que lean con atención la catequesis sobre san José del pasado 5 de enero, de la que opinaron basados en frases extraídas sin sus fundamento­s.

El hombre con su egoísmo —sí, egoísmo, porque no le cabe otro calificati­vo así ustedes no lo acepten— está cavando su propia fosa. Al ritmo que vamos, en unos años la raza humana estará cerrando su paso por este mundo. No es un tema religioso, es un problema real sustentado por los estudios demográfic­os: una humanidad con una tasa de natalidad por debajo de 2,11 hijos por mujer está condenada a desaparece­r (Colombia está en 1,79). Recuerden: las redes sociales polemizan y marcan tendencia, pero eso no quiere decir que lo que allí se dice sea el pensar y actuar de todos los colombiano­s.

En los 90 pasé por situacione­s sociales y económicas muchísimo más difíciles que las actuales. Con mi esposa tuvimos tres hijos y no nos empobrecim­os. Todo lo contrario: le dimos a nuestro país tres profesiona­les que hoy con su trabajo aportan a su economía. No creo en los argumentos de “proyectos de vida”, que son fachadas ante el empobrecim­iento moral y ético que ustedes, desde sus líneas, dolorosame­nte promueven.

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