La sensatez de uno
EL RETIRO DE JUAN CARLOS ECHEverry de la contienda presidencial es el gesto que lo hace notable entre los que se han autoproclamado para este ejercicio electoral. Como la vida cambió sustancialmente, antes ocurría todo lo contrario: quien aspiraba, in pectore, solía decir: No, no, no, yo no sirvo para eso, hasta llegarse al caso insólito de Víctor Renán de exponer su más imbatible razón: ¡Yo con qué ropa!
Muchas calidades seguramente respaldaban la posibilidad de que este hombre de Estado ocupara el Palacio de Nariño, que curiosamente vendría a ser, en este caso, el Palacio Echeverri. Pero a él lo atajó su escasa figuración (hoy en día hay que ser conocido ampliamente en la vida nacional. Sus cálculos eran de un solo 20 % y, con esfuerzo, de un 40 %) más sus finanzas personales, que no alcanzaban para lo que aún faltaba de jornada, cuando lo que seguía era comprometer su patrimonio familiar y tampoco. Su retiro en este sentido le da una nota de respetabilidad a su decisión y destaca entre quienes llegan a los puestos públicos a firmar contratos y ven en ellos una fuente de resarcimiento de gastos previos, esto es, de los que habría ocasionado la campaña.
Incidente desafortunado, que visto con hilaridad, fue la caída de la silla que sufrió el precandidato, sin consecuencias que lamentar, salvo la imagen derrotista para quien apenas se daba a conocer. Observadores públicos descubrieron también que otros precandidatos podían reír a carcajadas, incompasivamente, dígase de Peñalosa y Fico Gutiérrez, y que el conservador David Barguil podía emitir balidos como de pieza de cacería atrapada.
Pero el hecho de renunciar, en este caso no a la Presidencia sino a la figuración, es algo que ya es hora de que empiece a dar ejemplo; muy simpáticas las coaliciones, de la Esperanza, del equipo de no sé qué, pero a esta hora estorban. Deben
menos
mal