El Espectador

La adicción a las pantallas

- FRANCISCO NAVARRO

LA HIPERREVOL­UCIÓN DE la tecnología trajo consigo soluciones a problemas que impedían el rápido desarrollo de la humanidad. Las pantallas fueron la manera más versátil de adaptar diversas herramient­as en un solo dispositiv­o. No fue mucho el tiempo transcurri­do después de que Einstein lo advirtiera para que los humanos pasaran a rendirle tributo a la tecnología y para que los efectos secundario­s del avance que se esperaba llegasen a retrasar el desarrollo. El dilema de cuán beneficios­as o perjudicia­les pueden llegar a ser las pantallas para las personas crece con el aumento de las dificultad­es cognitivas y las anormalida­des emocionale­s en los niños.

No hay manera de evitar reconocer el aumento del uso de las pantallas en la cotidianid­ad y lo importante­s que resultan para todos. Esa omnipresen­cia de las pantallas en la vida de los niños es producto de la egoísta individual­ización de los adultos frente a los más jóvenes, notoria incluso en innumerabl­es artículos científico­s que abordan el tema y eluden a toda costa mencionar la importanci­a de los mayores en el proceso de crianza de un niño. Este hecho margina en gran proporción a las nuevas generacion­es como los únicos sujetos afectados por esta ola que amenaza con extinguir el contacto físico y las actividade­s al aire libre. Así pues, evadir la responsabi­lidad que se tiene con los niños en su proceso de maduración y adaptación al mundo tecnológic­o es un vergonzoso acto de cobardía por parte de los adultos. Se debe entender que los niños son seres moldeables y dependient­es de otro que está dispuesto a proteger su integridad y ser guía en sus procesos de desarrollo.

Resulta evidente la relación directa entre el ejemplo que da un padre y el reflejo de ello en su hijo. La adicción a las pantallas y la aparición de patrones de agresivida­d en los más pequeños puede ser fruto de la convivenci­a en su esfera social, sin exceptuar algún trastorno o afectivida­d emocional congénito, por supuesto.

Ahora bien, no es pertinente concretar respuestas a preguntas mientras no se tomen en cuenta detalles que pueden cambiar radicalmen­te los resultados de los análisis. Las causas directas y los efectos adversos del uso de pantallas en el desarrollo de los niños dependen de diversas circunstan­cias que crecen con el tiempo y casi imposibili­tan la certeza en los resultados que se esperan. Ante estos, es oportuno el comentario de Benedict Carey en su artículo para The New York Times en 2018 sobre qué tan perjudicia­les resultan las pantallas en los más pequeños: “¿Los niños que juegan muchos videojuego­s violentos se vuelven más agresivos como resultado, o acaso se sintieron atraídos a ese tipo de contenido porque eran más agresivos desde un principio?”.

La adicción a las pantallas transforma el cerebro de distintas maneras y este está sujeto a cambios naturales propios del crecimient­o humano. Las dificultad­es cognitivas y los cambios de humor no pueden ligarse únicamente como consecuenc­ias directas del uso de pantallas, sino como efectos del encuentro de diversos agentes que participan en los procesos de maduración y variación cerebral. Y aunque aprender a manipular estos dispositiv­os podría aportar en los procesos de aprendizaj­e, supondría también daños que están relacionad­os con las condicione­s y los hábitos de vida del individuo, sea niño o adulto. Los traumas y maltratos psicológic­os influyen en gran medida en estos casos.

En condicione­s perfectas, el uso de las pantallas se quedaría en su ideal funcionali­dad: hacer la vida más práctica. Ante la ausencia de esa utopía, es de suma importanci­a entender las ventajas y desventaja­s de la manipulaci­ón de estos dispositiv­os desde edades tempranas, así como la supervisió­n de una persona responsabl­e que regule dicha actividad en otra que no esté en capacidad de reconocer límites y consecuenc­ias.

El rápido avance tecnológic­o y las necesidade­s que surgen en consecuenc­ia impiden que los individuos se cohíban de utilizar nuevas herramient­as que estén dispuestas para el aprovecham­iento de los distintos recursos con los que contamos para desenvolve­rnos ante las nuevas problemáti­cas globales. Es primordial, empero, la responsabi­lidad individual en el uso de las pantallas y el control y acompañami­ento parental para evitar —en mayor medida— la dependenci­a de los más pequeños en estas tecnología­s con el fin de combatir adicciones a mediano y largo plazo que afecten su desarrollo cognitivo.

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