Más que nacionalismos, necesitamos un nuevo internacionalismo
Una reconocida profesora de historia en la Universidad de Harvard y su exploración de la pregunta: ¿Qué hemos aprendido sobre la globalización que podemos llevar a un futuro pospandémico?
Llevamos casi dos años en un experimento no deseado sobre qué es lo que sucede cuando las fronteras nacionales se cierran en un mundo globalmente interdependiente. La respuesta incluye, entre otras, que la carga permanece sin ser reclamada en los puertos, mientras que los buques portacontenedores flotan en alta mar durante semanas los trabajadores migrantes no pueden movilizarse y los países ricos acumulan vacunas para su uso futuro cuando los países más pobres las necesitan de inmediato. ¿Qué hemos aprendido sobre el nacionalismo y la globalización que podemos llevar a un futuro pospandémico (o, por lo menos, a uno poscovid)?
Reflexioné sobre esta pregunta cuando decidí conducir a lo largo y ancho de Estados Unidos en lugar de viajar al extranjero (debido a las restricciones de la pandemia). La extensión rural del corazón de Estados Unidos es en sí misma un país algo extraño para personas como yo, una persona citadina que no es blanca y con educación universitaria del noreste estadounidense. Pasé junto a vallas publicitarias caseras en campos de maíz que denunciaban el aborto y protestaban contra los parques eólicos. Vi crucifijos gigantes iluminados por reflectores, cuyas sombras se cernían sobre las carreteras, y vi más banderas de apoyo a Trump de las que pude contar. Al regresar a casa, tras haber manejado 16.000 kilómetros, pude reconocer, al menos de manera superficial, a quienes forman parte de un Estados Unidos en particular, el Estados Unidos que se pavoneó por el Capitolio el 6 de enero de este año con la cara pintarrajeada de rojo, blanco y azul, agitando banderas confederadas y coreando: “¡Estados Unidos! ¡Estados Unidos!”.
En un año “normal”, habría pasado parte del mes de enero en la India como profesora invitada de una universidad ubicada en Ahmedabad. En enero del año 2020 vi horrorizada cómo matones nacionalistas hindúes irrumpieron en el campus de la Universidad Jawaharlal Nehru, su objetivo fue para amenazar a los estudiantes opositores al gobernante Partido Bharatiya Janata (BJP). El primer ministro, Narendra Modi, quien se convirtió a sí mismo en el rostro de un chovinismo explícitamente hindú, mira con aire engreído desde vallas publicitarias y ostenta un nuevo aspecto “modelo confinamiento” que lo muestra como un asceta de pelo largo.
Al mismo tiempo, la persecución sistemática de las minorías por parte de su gobierno incluye un esfuerzo legislativo para desnaturalizar a millones de musulmanes y desalojar a cientos de miles de indígenas de sus tierras; también se han aprobado reformas agrarias a las que se oponen los agricultores cuya religión es el sijismo. Justo antes de la oleada masiva de covid-19 que llegó en primavera, el gobierno reescribió abruptamente las normas para lo que es lo más parecido a la doble ciudadanía que ofrece la India. Los “ciudadanos de la India en el extranjero” ahora deben obtener un permiso especial para realizar actividades como investigaciones académicas, labores periodísticas y para viajar a regiones donde existen asuntos delicados; en resumen, se debe pedir un permiso especial para ver o informar sobre cualquier asunto que el gobierno no quiera que se publicite.
Normalmente, también habría visitado Gran Bretaña, el punto focal de mi investigación en materia de historia. Allí el nacionalismo de derecha se personifica en la cara regordeta del primer ministro, Boris Johnson, quien hace todo lo posible por canalizar su visión caricaturesca de Winston Churchill. Parece una locura decirlo, pero el covid-19 ha sido una especie de bendición para este fanfarrón promotor del Brexit por dos razones: permitió que Gran Bretaña estableciera su propio calendario de vacunación y distrajo la atención (al menos por un tiempo) de las interrupciones comerciales relacionadas con el Brexit.
Pero el gobierno de Johnson se ha desplazado a los tumbos desde un escándalo a otro, cada uno de dichos escándalos forjado por la incompetencia, la crueldad y la corrupción más absoluta (el escándalo más recientemente es el vinculado a la adjudicación de los contratos de pruebas de covid19). Cuando tiene problemas, Johnson recurre a Churchill. En octubre, durante la conferencia del Partido Conservador, Johnson invocó al líder británico de la era de la Segunda Guerra Mundial en la perorata de su discurso, que resultó ser una flácida celebración del “espíritu” británico.
La locura del nacionalismo
Los partidos de Trump, Modi y Johnson repiten viejos guiones nacionalistas, ellos movilizan sentimientos de racismo, xenofobia e islamofobia para generar un embriagador brebaje de agravios y derechos (estos tres partidos también están luchando guerras culturales sobre cómo escribir y conmemorar la historia nacional). Por supuesto, las mismas élites gobernantes parecen no tener ningún problema con las conexiones extranjeras que sirven a sus propios intereses. En los Papeles de Pandora se puso al descubierto que el estado estadounidense de Dakota del Sur, gobernado por un leal a Trump y que cuenta con una de las tasas de infección por covid-19 más elevadas en Estados Unidos, es un paraíso mundial de primer nivel para los lavadores de dinero y los evasores de impuestos. El Partido Conservador británico se nutre de las donaciones de oligarcas rusos, quienes se aprovechan de las permisivas leyes de difamación de Gran Bretaña para llevar a juicio a los periodistas que los investigan. El gobierno del BJP ha relajado varias restricciones a la inversión extranjera en la India, mientras que paralelamente impide que los extranjeros realicen donaciones a organizaciones caritativas. Es globalización para los ricos, nacionalismo para los pobres.
Pero no todos los nacionalistas se alteran (o por lo menos no se alteran en el mismo grado) por la política del odio. Me llamó la atención esta observación en agosto, cuando Estados Unidos y Reino Unido se retiraron de Afganistán. La corriente principal de política exterior y los medios de comunicación de tendencia izquierdista arremetieron contra la administración del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por ceder a una mentalidad trumpiana de “Estados Unidos primero”. Gritaron: ¿Dónde se encontraba el compromiso de Estados Unidos con la difusión de la democracia y los derechos de las mujeres? Estas eran excelentes preguntas que se debían plantear a la legislatura del estado de Texas, que por un lado
‘‘Los
partidos de Trump, Modi y Johnson repiten viejos guiones nacionalistas para movilizan sentimientos de racismo, xenofobia e islamofobia, un embriagador brebaje”.