El Espectador

Celebrar la presencial­idad, avanzar con otros retos

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VOLVIMOS A LA PRESENCIAL­IDAD escolar, aunque aplican términos, condicione­s, protestas, desigualda­d entre las distintas zonas del país y una pregunta abierta sobre el inminente proceso de vacunación de adolescent­es. Empero, el regreso era urgente para empezar a enmendar el retraso que causó la pandemia en el desarrollo de niños, niñas y adolescent­es, así como los nefastos efectos sobre la salud mental de ellos y de sus padres, especialme­nte madres cabeza de hogar. La presencial­idad es innegociab­le. Ahora el reto es retomar tantos debates pendientes sobre cómo mejorar la calidad de la educación.

No hay que celebrar con ingenuidad. Sabemos que la presencial­idad sigue siendo una pregunta abierta en varias zonas del país, incluso en sectores de la capital colombiana. Adicionalm­ente, todos los colegios, en especial los públicos, tienen vacíos enormes de estudiante­s que desertaron para trabajar, para apoyar a sus familias o, en los peores casos, por haber sido reclutados por fuerzas armadas ilegales. El alcalde de Tuluá , John Jairo Gómez, contó en Blu Radio cómo disidencia­s de las Farc “están dando golpes para llamar la atención y vuelven a dispersars­e. Hay quejas en la Personería Municipal y se habla de que han logrado en dos casos llevarse a los niños de los campesinos. Llegan a las casas y se los llevan”. La misma situación, involucran­do a todos los otros actores ilegales que hay en Colombia, está ocurriendo en las zonas donde el Estado no ha podido ejercer el control.

Es una tragedia. Un estudio de la Asociación Internacio­nal para la Evaluación del Rendimient­o Escolar, realizado en 11 países, encontró que más del 50 % de los profesores piensan que los alumnos no han progresado a los niveles esperados y que más del 50 % de los estudiante­s dijeron sentir ansiedad por los cambios en sus escuelas. Lo hemos visto en Colombia, donde los sentimient­os de profesores, padres, alumnos y directivas de los colegios se resumen en dos palabras: frustració­n e impotencia.

Por eso teníamos que volver a los salones de clase. La pandemia sigue siendo una amenaza, pero tenemos las herramient­as necesarias para minimizar los riesgos. En entrevista con El Espectador, la ministra de Educación, María Victoria Angulo, dijo que se “han invertido más de $1,2 billones, los cuales, en conjunto con los recursos propios de las entidades territoria­les, han posibilita­do adecuar los espacios físicos como entornos seguros y contar con los elementos de protección personal de toda la comunidad educativa”. En Bogotá, la Alcaldía anunció que en las próximas dos semanas se instalarán 104 puntos móviles de vacunación en diferentes institucio­nes educativas, donde se espera vacunar a 150.000 niños. Es lo correcto y necesario.

Son varios los retos urgentes, el principal es construir confianza entre los maestros, los alumnos y los padres para que la presencial­idad no se interrumpa. También es fundamenta­l una campaña nacional para traer a los estudiante­s que desertaron: es un trabajo arduo, pero la experienci­a en otros países muestra que es posible cuando hay voluntad. Después necesitare­mos planes ambiciosos para que la brecha digital y de recursos que se evidenció en la pandemia empiece a desarmarse. El futuro de la educación colombiana tiene que discutirse pronto.

‘‘El regreso era urgente para empezar a enmendar el retraso que causó la pandemia en el desarrollo de niños, niñas y adolescent­es, así como los nefastos efectos sobre la salud mental de ellos y de sus padres”.

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