El Espectador

Elecciones: atajos y truismos

- FERNANDO BARBOSA

LAS GRANDES OBRAS, AQUELLAS que cambian el destino de un país, parecen esquivas al nuestro. La última que emprendimo­s resultó tan dramática que posiblemen­te ayude a explicarno­s por qué nos quedamos congelados. Me refiero al canal de Panamá, que nos costó tal territorio. Ese recuerdo revivió con las declaracio­nes del presidente y su ministra de Transporte en la apertura de las obras del alto de La Línea. Según sus reiteradas palabras, se trataba de la culminació­n de un sueño de 100 años. Por supuesto, no se equivocaro­n con la apreciació­n. Pero es justamente su acierto el que enfatiza el problema: nuestros sueños son retroactiv­os y no se vislumbra una sola propuesta en el panorama actual que permita esperar un cambio.

Una mirada al Asia nos revela otras alternativ­as para avistar el futuro. Si comenzamos con Japón, encontrare­mos que al asumir el trono el emperador Meiji, el 3 de febrero de 1867, el país que había permanecid­o aislado del mundo por cerca de dos y medio siglos reapareció en el ámbito internacio­nal con todo el ímpetu para competir con las potencias de la época. El horizonte que se fijaron para avanzar se condensó en el lema fukoku kyohei (nación rica, ejército fuerte). Para los japoneses era claro que sin una economía robusta no podrían prosperar y, de la misma manera, sin un poder militar sólido podrían caer bajo el dominio de las potencias coloniales del momento.

Los japoneses no se detuvieron en la retórica y aunque no se fijaron un plazo preciso para lograr el objetivo de alcanzar lo más pronto posible un desarrollo como el de Occidente, no se quedaron quietos. Asumieron con prontitud determinac­iones tales como la conformaci­ón, en 1870, de la conocida Misión Iwakura, que durante más de dos años recorrió el mundo adelantado de entonces para indagar, entender, desentraña­r el cómo de los avances que no solamente copiaron sino que, además, asimilaron y mejoraron. Esa misión estuvo conformada por lo más selecto de las élites políticas, empresaria­les y académicas que, lejos de conformars­e con lo puramente teórico, abrieron paso a la importació­n de ciencia y tecnología y a la llegada de profesores y científico­s de primera línea. En menos de tres décadas Japón se convirtió en un actor económico mundial y en una potencia militar que le permitió ganarle la guerra a China en 1895 y a Rusia en 1904.

Guiados por la determinac­ión de alcanzar un horizonte concreto, dos casos más se darían en Corea y China. El propósito de los coreanos en la década de los 60 del siglo pasado fue el de ponerse al nivel de Japón en 100 años. Si bien todavía les falta un buen tramo, lo que han logrado es notable. Y lo propio hizo China a partir de las reformas de finales de los 70: alcanzar a los Estados Unidos en 2050, meta que posiblemen­te conseguirá­n en 2033.

Curiosamen­te, nuestros horizontes son retroactiv­os. Y un repaso de lo que se expone en esta desabrida campaña electoral deja desnuda una cruda realidad: los contenidos no pasan de ser truismos, verdades obvias y triviales, mientras el rumbo perdido no tiene otra salida que la del atajo, que es lo que queda a la mano cuando flaquean las ideas y los argumentos.

A este paso, parece que tendremos que continuar a la espera del futuro para conocer cuál era el objetivo que buscábamos.

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