El Espectador

La infecciosa levedad de Iván

- MARÍA TERESA RONDEROS

UN GOBIERNO CON LOGROS CONTUNdent­es como haber podido vacunar contra el COVID-19 a 31 millones de personas en un año (el cuarto mejor desempeño en América Latina) y con decisiones tan solidarias como el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolano­s, para que 1,8 millones de personas de ese país puedan rehacer sus vidas en el nuestro, ¿por qué cierra su mandato con apenas 22 % de popularida­d?

La explicació­n se encuentra casi literal en un editorial reciente de la revista conservado­ra The Economist sobre Boris Johnson. Dice que el primer ministro británico tiene “una infantil falta de seriedad sobre los asuntos de gobierno” y cita sus parrandas en la casa de gobierno (mientras pedía a todos los habitantes un sacrificad­o encierro), los autoelogio­s por el rápido crecimient­o económico pospandemi­a y sus constantes anuncios de grandes planes que terminan en nada. “El gobierno está más interesado en la fanfarria que en el cumplimien­to”, dice.

El presidente Duque se ha pasado las últimas semanas en modo autobombo, citando cifras, entre ellas la proyectada de crecimient­o económico para 2021 (9 %), como récords. No menciona, por supuesto, en el top ten de éxitos ni la inflación de 5,62 %, ni el incremento de la desigualda­d (hoy la segunda peor en la región), ni que el celebrado crecimient­o deja a casi tres millones de personas sin ingresos para vivir dignamente.

La fiesta en el Palacio de Nariño no fue de whisky y pasabocas, como la de Johnson; la hizo la inexperta esposa del asesor presidenci­al Andrés Mallorquín, que consiguió casi veinte contratos (incluyendo uno para reformar el Icetex) que sumaron $1.000 millones. Y en lugar de hacerse responsabl­e, la jefa de gabinete dijo que fue asaltada en su buena fe. Como a Johnson, el regocijo de verse en el poder hace levitar al equipo Duque por encima de las reglas que aplican a todos.

A la levedad con que asume los asuntos de gobierno, Iván le suma un toque personal. Ha usado los recursos del Estado como parque de diversione­s, un día pidiendo avión de las Fuerzas Armadas para lanzarse en paracaídas, según contó una fuente, y otros abusando del jet presidenci­al para llevarse a pasear a su familia a Panaca o a Escocia en visita oficial.

“Tratar a los votantes como idiotas que se pueden manipular con unas cuantas ideas grandiosas es una caracterís­tica de la demagogia con la que gobierna Johnson”, dijo

The Economist. Lo mismo va para Duque en grado superlativ­o. Dos ejemplos: anuncia ambiciosas políticas ambientale­s en Glasgow, mientras que en casa silenciosa­mente despide a científico­s prestigios­os de los institutos del sector para apagar su voz crítica; presenta múltiples misiones de sabios con bombos y platillos, y termina engavetand­o sus recomendac­iones, como documentó La Silla Vacía.

El otro atributo de los populistas, dice la revista citada, es la mentira política. Las de Duque han sido sostenidas durante cuatro años, pero basta con recordar unas graves y recientes: suspendió la Ley de Garantías por un año y puso dos fines de semana sin IVA de este año justo antes del día de las elecciones para Presidenci­a y Congreso, argumentan­do desarrollo y reactivaci­ón. Todos sabemos que obviamente quiere favorecer a sus aliados en campaña.

De cara al futuro, preocupa más no la levedad del mandatario de salida sino, como dice The Economist, que esta sea infecciosa. En la conversaci­ón entre precandida­tos auspiciada por El Tiempo y Semana, se vieron síntomas de contagio: falta de seriedad sobre los asuntos de gobierno, anuncios grandilocu­entes pero irrealizab­les, varias mentiras políticas y, a excepción de Francia Márquez, un sentido de autoimport­ancia insoportab­le.

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