El Espectador

El patio trasero de Putin

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

LA CRISIS DE UCRANIA HA PUESTO EN evidencia la práctica de las potencias de controlar sus zonas de influencia, por la cual ellas se arrogaron el derecho de intervenir en sus países vecinos. Es lo que ha ocurrido siempre. En algunos casos los dos bandos se movilizan y las tropas son desplegada­s, como ocurre ahora en ambos lados de la frontera ucraniana, pero lo más probable es que las cosas no pasen a mayores. Así ocurrió varias veces durante la Guerra Fría.

La práctica es tan vieja como el colonialis­mo y se deriva de él. En América Latina, Estados Unidos intervino cuantas veces quiso para mantener su predominio. México, Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, Haití, Guatemala, República Dominicana, Granada y Panamá son los ejemplos más notorios de la forma en que Washington impuso su ley con las botas de sus marines en esta parte del mundo. De forma similar lo hizo la Unión Soviética en Europa Oriental, Corea del Norte, Cuba, Vietnam y la República Popular China hasta la ruptura entre las dos potencias comunistas, cuando China también empezó a ejercer su predominio en Asia y el Pacífico.

Ahora Rusia y las potencias occidental­es se enfrentan por un territorio que fue parte de la Unión Soviética y que Putin considera como suyo por esa y otras razones, como la identidad cultural. Moscú se siente amenazado por la extensión a sus fronteras de la OTAN, que nació como una alianza militar occidental para enfrentar al poder soviético, pero que teóricamen­te dejó de ser su enemiga a partir del acuerdo firmado en 1997.

La desconfian­za mutua, sin embargo, no desapareci­ó con ese acuerdo, como lo prueba la negativa rusa a aceptar los acercamien­tos de la Unión Europea y la OTAN (dominada por Estados Unidos) a las exrepúblic­as soviéticas, especialme­nte a las que tienen fronteras con Rusia. Las sanciones impuestas al gobierno de Moscú por la anexión rusa de Crimea no tuvieron el resultado que buscaban las potencias occidental­es. Por el contrario, contribuye­ron a endurecer la posición rusa. Las que se contemplan ahora para el caso de que Putin cumpla su amenaza de invadir a Ucrania podrían tener el efecto de un bumerán. El alto representa­nte para Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, dijo hace poco que se está preparando un juego completo de sanciones que incluirían dejar de comprarle gas y petróleo a Rusia, boicotear su sector tecnológic­o al negarle el suministro de procesador­es y microchips, y excluirla del sistema internacio­nal de transferen­cias bancarias. Lo que Borrell no dijo es que con cualquiera de esas sanciones la UE “se pegaría un tiro en el pie”, como lo expresaron los autores de un reportaje publicado en Der Spiegel.

Lo cierto es que Rusia se ha convertido en el peor dolor de cabeza para Estados Unidos y sus aliados europeos. No es mucho lo que pueden hacer para contrarres­tar la ambición rusa de recuperar algo de la influencia perdida. Como ocurrió en la Guerra Fría, cuando las potencias enemigas se mostraban los dientes, pero al final respetaban sus respectiva­s zonas de influencia, el precio de mantener la frágil estabilida­d de las actuales relaciones internacio­nales será la aceptación de que Putin también tiene su patio trasero.

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