Generación bastarda
CUANDO LOS COLOMBIAnos intentan insultar, tienen una gama amplia de elección. Somos ricos en insultos y frases peyorativas hirientes. Pero una de esas no es “bastardo”. Desconozco si lo fue en algún momento de nuestra historia patria, escrita con la sangre de negritudes esclavizadas importadas desde África y de nativos precolombinos. Pues desde mi perspectiva de vida temprana —yo, que aún me considero joven—, nunca he escuchado a nadie intentar insultar a alguien de esta forma. Sin embargo, muchas historias he escuchado sobre casos de discriminación familiar contra aquellos miembros no reconocidos de padres que han decidido ampliar su descendencia con más de una mujer en una sociedad que ha impuesto la doctrina de la monogamia. Pleitos que se crean básicamente por el temor a que un hijo que no se ha criado en el hogar pueda heredar bienes de su padre o que le demande una cuota alimentaria o estudiantil, como cualquier otro menor de edad lo requiere. Pero esto es otro cuento.
Aun así, ni siquiera en estos casos escucho la palabra “bastardo” como insulto ni como referencia. Y esto se debe a que vivimos en una comunidad mayoritariamente bastarda, de hijos que se han concebido y nacido por fuera del matrimonio. Las personas no quieren casarse, se aterran con la palabra “matrimonio” y cuando una pareja se casa, los describen de temerarios o estúpidos, una de dos.
Las personas no se casan por distintas razones, pero la más fundamental, en mi consideración, es que ya no les temen a los castigos de la religión. Por falta de fe o exceso de lógica, estos castigos van más allá del entendimiento de la razón humana y les restan importancia.
La sociedad actual ha decidido creer en su respectiva deidad o seguir el camino de la religión más por decisión cultural heredada o descubierta que por una ley impuesta, como sí ocurría en épocas anteriores. Como resultado, hemos llegado a un elevado índice de natalicio bastardo —según la Sociedad Colombiana de Pediatría, en 2015 Colombia era el país en el que nacían más niños fuera del matrimonio—, donde las personas ya no se escandalizan ni denigran por su “condición”. En vez de eso, existe un desinterés por la “legítima” procedencia de los hijos. Y aunque todavía existen tías preguntando quién es el papá del niño, muchas veces nos abstenemos de hacer preguntas que quizá puedan resultar incómodas para tantas madres solteras que nos hemos malacostumbrado a ver.
En fin, vivimos en una era en la cual no se nos obliga a aceptar un contrato conyugal solo por el qué dirán o la condición de repudio social que puedan llegar a tener nuestros hijos. Cada quien decide si debe casarse o no, cada quien decide cómo criar a sus hijos y con quién tenerlos sin necesidad de seguir el protocolo, y cada quien, además, decide si moralmente está bien o mal.
Desde mi punto de vista, he podido conocer a grandes seres humanos, genios anónimos con mentes brillantes que me asombran con sus aportes a la sociedad, de los cuales sé que son hijos bastardos. Los admiro y no los menosprecio, así como nadie más lo hace, y agradezco que sus vidas y las vidas de otros millones de bastardos hayan podido existir, brindándonos su compañía y aportando en el desarrollo de las naciones.
‘‘Vivimos
en una era en la cual no se nos obliga a aceptar un contrato conyugal solo por el qué dirán o la condición de repudio social que puedan llegar a tener nuestros hijos”.