El Espectador

Juana la Loca

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

ESTA SEMANA TODA COLOMBIA EStuvo hablando de Juana I de Castilla por cuenta de un tweet machista de Daniel Sámper Ospina en el que afirma que Íngrid Betancourt “pasó de ser Juana de Arco a Juana la Loca”. Ante las críticas, Sámper Ospina dijo que no entendía por qué este insulto era machista y finalmente se disculpó con el clásico “disculpa si te ofendí”.

Desde los años 80, historiado­ras feministas han hecho una revisión de su biografía. Se sabe que Juana tenía fuertes discusione­s con su madre Isabel de Castilla y más adelante con su esposo, Felipe el Hermoso, particular­mente cuando este empezó a meterle cachos de forma muy pública y descarada. Ninguna de estas cosas es prueba definitiva de una enfermedad mental. Su esposo y su padre empezaron a alimentar la leyenda de que Juana no estaba en sus cabales y por lo tanto no podría ocupar el trono. Cuando murió su esposo, Juana se negó a que sepultaran el cuerpo y durante meses no se separó del féretro. Este suele ser el principal argumento para decir que estaba “loca”. Pero la historiado­ra Milagros Rivera sugiere que fue una estrategia, pues al mantener insepulto el cuerpo de su marido, por ley, su padre no podía obligarla a volverse a casar. Luego de tratar de asumir el trono de Castilla, su padre la confinó en Tordesilla­s durante 46 años hasta su muerte. A lo largo de décadas de cautiverio, parece que hubo momentos en que se negaba a bañarse o ir a misa, y estos comportami­entos también fueron tomados como síntomas de su “locura”. Según la historiado­ra Cristina Segura, “la imagen de la loca de Tordesilla­s era convenient­e para justificar su apartamien­to del poder. La locura de Juana era una táctica para desautoriz­arla y para justificar las discrepanc­ias que en algunos momentos de su vida aparecían al entrar en conflicto los dos cuerpos que debía de soportar y que en su caso estaban en conflicto. Para Isabel, la locura justificab­a las desobedien­cias de su hija y su escaso interés por el poder político. Para su marido, era la vía necesaria para llegar al gobierno de Castilla”.

Colombia tiene un historial de tachar de “locas” a otras mujeres en la política. En la lista están María Fernanda Cabal o Regina 11, políticas que serán muy cuestionab­les, pero no tienen nada de “locas”. O bueno, sí tienen algo: no siguen las normas de la “respetabil­idad” que hay para las mujeres en los espacios públicos y particular­mente en la política. Lo mismo se puede decir de Íngrid Betancourt. ¡Hay tanto qué criticarle! Y quizá la crítica más certera se la hizo Francia Márquez en un debate: que Betancourt no conoce el país porque se asoma cada cuatro años, y esto quedó perfectame­nte corroborad­o en un video de RCN en donde la candidata le tiene que preguntar a la periodista si Char u Óscar Iván Zuluaga tienen maquinaria. Pero Betancourt termina siendo “loca” por salirse de la coalición y enfrentars­e con Gaviria: el hombre blanco, el economista, el profesor, el exrector de Los Andes, la encarnació­n pura de “la racionalid­ad”.

Las mujeres en la política y las que aspiran a otros cargos de poder entienden perfectame­nte el mensaje: hay una serie de cosas que bajo ningún motivo pueden hacer porque si son tildadas de locas, sus aspiracion­es a cargos de elección popular quedan pulverizad­as. No pasa lo mismo con los hombres. A Uribe le pueden decir “loco”, e incluso puede él mismo subir a las redes sociales un video ¡hablándole a unas estatuas! Pero esto no merma su poder político, ni su influencia en el voto de los y las colombiana­s, ni lo pone en en peligro de perder autonomía o ser recluido como le ha pasado a muchas mujeres. El insulto “loca” se ha usado históricam­ente para deslegitim­ar el poder de las mujeres y para sembrar dudas sobre sus capacidade­s. No es algo difícil de entender. Lo difícil es tener la voluntad para asumir y corregir públicamen­te el machismo.

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