Un contexto para el padre Francisco de Roux
DESDE DÓNDE NARRAR EL CONFLICto colombiano sigue siendo, por fortuna, una pregunta abierta. Ante un universo de más de nueve millones de víctimas, las posibilidades son prácticamente infinitas.
La categoría misma de víctima, restringida inicialmente a determinadas violencias físicas sobre determinados cuerpos, ha dado paso a cartografías del dolor más incluyentes.
Anteriormente los familiares de las víctimas no eran considerados víctimas.
Como parte importante de la justicia transicional, el padre Francisco de Roux ha ayudado a impulsar nuevas gramáticas de la victimización. Quizás por eso, su uso de la palabra “liberación” para referirse a la guerra entre guerrillas y paramilitares en Barrancabermeja causó serios reparos entre víctimas y asociaciones defensoras de los derechos humanos.
¿Cómo podría un grupo armado tan violento como las Autodefensas liderar algún tipo de “liberación”? De Roux supo disculparse y aceptó las críticas que recibió. Sin embargo, vale la pena volver al lenguaje y los supuestos de lo que se pretendía argumentar.
Pues más allá de las bienvenidas disculpas, el padre De Roux no estaba enteramente equivocado. Hay un contexto para sus palabras que no fue tenido en cuenta. Al margen de los enfoques que parten de la centralidad de las víctimas, el registro era el de los cálculos militares y el equilibrio de fuerzas.
Se nos recordó, entonces, que para cuando la estrategia política y militar de las Farc-Ep se imponía y el Estado colombiano cedía terreno entró en vigencia el Plan Colombia y fue elegido Álvaro Uribe. Ahí cambió la relación de fuerzas. Pero ni el Plan Colombia ni Uribe habrían sido exitosos sin el paramilitarismo y sus masacres.
Que el encargado de afirmarlo sea el actual presidente de la Comisión de la Verdad, incluso a través de la complicada idea de la liberación, es un avance para la memoria histórica del país. Y el reconocimiento de las víctimas.