El Espectador

La hormiga y la arena

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

LAS HORMIGAS ME HAN INTERESADO siempre porque son ubicuas y uno se las encuentra hasta en la sopa. De aquí mi fobia hacia estas criaturas y también mi erudición en materia formicológ­ica. Sé, por ejemplo, que son como ganaderos feudales. Crían pulgones (hemípteros de un milímetro de longitud) y los ordeñan para extraerles una deyección azucarada que las hormigas aman con frenesí. A cambio, las hormigas los protegen de sus predadores. No hay prueba de que siembren, pero desmalezan, cosechan, almacenan y fumigan con ácido indolacéti­co (C10H9NO2), sustancia que asperjan sobre los cultivos y las bodegas por una glándula abdominal. Estoicas sin aspaviento­s, trenzan sus cuerpos para tender puentes sobre los riachuelos, así mueran miles de hormigas en la empresa, porque lo importante es la colmena, no el individuo (¡aprenda, Homo brutus!). Tienen dos ojos facetados y tres cerebros que pueden trabajar en paralelo, como los hemisferio­s de las mujeres.

Lo que ignorábamo­s es que saben contar. Según estudios recientes, se orientan contando los pasos, al menos así lo haría la variedad Cataglyphi­s, una hormiga del Sahara. Estas hormigas salen a buscar alimento al mediodía, cuando la temperatur­a supera los 50 °C, los predadores están en sus cuevas y sobre la arena candente hay toneladas de insectos achicharra­dos, su comida favorita.

Las explorador­as salen primero y recorren los alrededore­s del hormiguero en zigzag para “barrer” bien un área y regresar rápido a la frescura del hormiguero. Cuando una brigada de explorador­as encuentra un buen yacimiento de “chicharron­es”, regresa al hormiguero en línea recta (por orientació­n solar) y le da las coordenada­s del yacimiento a la colmena, la dirección y la distancia exactas.

La hipótesis más aceptada conjetura que la Cataglyphi­s sabe medir longitudes con sus pasos y comunicarl­e la informació­n al hormiguero.

Hay un experiment­o que parece comprobar esta conjetura. Unos investigad­ores tomaron dos grupos de explorador­as: a las del primer grupo les cortaron las puntas de las patas y a las del segundo les pusieron zancos. Al principio, ambos grupos se extraviaro­n. Las primeras, porque sus pasos eran más cortos, y las del segundo, porque eran más largos, especulan los formicólog­os. Pero luego de algunas exploracio­nes las Cataglyphi­s ajustaron su “metro” y todo volvió a la normalidad.

P. S. 1. Aunque las hormigas perciben algunos sonidos gracias a unos tímpanos rudimentar­ios situados en las patas, su sentido estrella es el olfato. El mundo de la hormiga es una abigarrada paleta de olores; por eso su lenguaje es básicament­e odorífero. Casi todas las comunicaci­ones de la colonia: órdenes, alarmas, coordinaci­ón de tareas, señales de galanteo, invitacion­es a orgías y lanzamient­os de desafíos, se realizan por medio de secrecione­s de feromonas. Es por esto que las reacciones del hormiguero son inmediatas y colectivas. Si una hormiga se asusta, toda la colmena experiment­a la misma sensación de manera simultánea. No obstante, un “guerrero” aplomado puede tranquiliz­arlas emitiendo una fragancia sedante. “Calma, chicas, todo va a estar bien”.

P. S. 2. ¿Cómo han lograron estos pites semejante armonía social? ¿Es el hormiguero una república de reflejos? ¿Una anarquía civilizada? ¿Obran por inteligenc­ia previa o por concierto espontáneo? ¿Han descubiert­o la fórmula social perfecta? ¿Es el amor su clave? ¿Cada hormiga es una célula complejísi­ma de ese animal magnífico, la colmena? ¿Son tan dichosas como parecen o se trata sólo de un infierno bien aceitado, un mundo tan “feliz” como el de Huxley? Todos estos interrogan­tes serán discutidos cuando tengamos a punto una materia inédita, la filosofía formicológ­ica.

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