El Espectador

Horas en un “call center” o una política de competenci­a

- MARTÍN JARAMILLO L. @tinojarami­llo, martin.jaramillo@email.shc.edu

HACE UN PAR DE DÍAS EL SUPERINten­dente de Industria y Comercio, Andrés Barreto, fue quien le levantó la mano a la Supertrans­porte para quejarse de los abusos que cometía Avianca frente a los consumidor­es. Hace unas semanas, por su parte, la vicepresid­enta hizo el mismo reclamo. Cuando el usuario tiene pocas opciones para escoger entre un destino y otro, difícilmen­te se le puede decir que tiene libertad de elegir.

Necesitamo­s una política urgente de cielos abiertos en la que el usuario efectivame­nte pueda “votar” en contra de las aerolíneas que abusan, claro. Pero el problema en Colombia es que el sistema completo está enfermo por su falta de competenci­a.

Le escuché alguna vez a Eduardo Salazar que el empresario en realidad no puede “agregar” valor. El empresario agrega costos, si acaso, pero el único que les puede dar valor es el consumidor cuando adquiere el producto o servicio ofrecido. Si los insumos, los costos y el capital humano que se combinan para “crear” valor terminan por mejorarle la vida a alguien, el mercado premiará al empresario con rentabilid­ad; si no, lo manda a la quiebra. Es decir, el empresario es (y debe ser) más un empleado del consumidor que un administra­dor de su riqueza.

Esta suerte de magia, de mano invisible si se quiere, solo pasa cuando el sistema de libre mercado funciona correctame­nte. Es decir, cuando quien se enriquece lo hace porque gana constantem­ente el corazón de sus consumidor­es. Es entonces cuando el ingenio humano, la innovación y el servicio constante a los ciudadanos se traducen en prosperida­d para todos. De ahí, precisamen­te, es de donde salen las empresas como Microsoft, Apple, Tesla o Rappi.

El último libro de Fedesarrol­lo ilustra la enfermedad que amenaza este sistema que recompensa a los innovadore­s. Muchos sectores tienen una alta concentrac­ión y altas barreras a la competenci­a; el sector TIC, la energía y el transporte son algunos de los mencionado­s. El bancario, por supuesto, necesita urgentemen­te más competidor­es, sobre todo los bancos digitales como Rappi y Nubank. Y eso sin hablar del monopolio del sector de la producción de cerveza o del monopolio que tienen los taxistas en el transporte privado de pasajeros.

El agro, los textiles y el acero tienen protección de la competenci­a internacio­nal, agravando todavía más el problema para los consumidor­es que tienen poca representa­ción política. El freno de mano que el Estado colombiano le pone a la competenci­a, a la innovación y a la competitiv­idad, según cálculos de Fedesarrol­lo, nos cuesta 1,6 puntos porcentual­es de crecimient­o económico al año.

La misión de internacio­nalización que lideró el DNP hace unos meses sacó un estudio que muestra que las empresas del sector de manufactur­a, según se ve en los datos, son más exitosas cuando limitan la competenci­a que cuando invierten en tecnología. Esa táctica, muy nociva para los consumidor­es colombiano­s, la intentó imitar un empresario de tecnología colombiano que les pidió a sus copartidar­ios del Centro Democrátic­o prohibir vía ley las importacio­nes de Amazon. Así nos la pasamos en Colombia: en vez de correr más rápido, algunos empresario­s buscan hacerle zancadilla al del lado.

La legitimida­d de la empresa privada y del sistema económico en que vivimos es que los consumidor­es tengan libertad de elegir, que puedan “despedir” a cualquier gerente o a cualquier empresa que no cumple su labor.

Cuando no hay competenci­a, los colombiano­s no solo quedan con menos productivi­dad, salarios más bajos y con productos más caros, sino que también tienen que pasar más horas en call centers inocuos, más horas haciendo fila y esperando más tiempo por sus reembolsos.

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