El Espectador

Deforestac­ión, limitacion­es y estrategia fallida

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

HOY, EL GOBIERNO DE COLOMBIA NO tiene capacidad institucio­nal ni recursos financiero­s para frenar la destrucció­n de la Amazonia jalonada por narcotráfi­co, minería y guerrilla. La deforestac­ión avanza en espacios dominados por el alto precio de la hoja de coca y por la dinámica y rentabilid­ad de negocios ilícitos. A las limitacion­es gubernamen­tales se suma una estrategia equivocada y la complicida­d de algunos políticos.

En la deforestac­ión interviene­n diversos actores sociales que el Estado debe enfrentar de manera diferencia­da. Son protagonis­tas principale­s los grandes inversioni­stas, terratenie­ntes y narcotrafi­cantes, que pagan al campesino-colono para que tumbe el bosque. A la tala sigue la quema, la siembra de pasto y la implantaci­ón del ganado para consolidar el derecho socialment­e reconocido de propiedad. Muchas de estas inversione­s se hacen para lavar activos. En muchos casos, con la complicida­d del gobierno local, se construyen carreteras para valorizar las propiedade­s.

Otros actores son pequeños y medianos inversioni­stas, que han obtenido su capital de la producción de hoja de coca, que trabajan para consolidar su propiedad y no son ajenos a la especulaci­ón predial que se inicia en un mercado informal y culmina con la titulación adelantada por el Gobierno.

Hay guerrillas que buscan dominio y control territoria­l para lo cual promueven un asentamien­to selectivo. El escalamien­to del conflicto armado ha modificado la dinámica del mercado de tierras y la inversión ganadera. Algunos resisten ante los grupos armados ilegales, mientras otros negocian o son sus aliados.

Hay institucio­nes públicas y empresas que desarrolla­n infraestru­ctura y facilitan las cadenas de valor de productos lácteos, cárnicos y maderas. Entre ellos se encuentran políticos locales que facilitan o apoyan la construcci­ón de vías de penetració­n. Otros actores son los mineros legales e ilegales y las compañías petroleras que ganan potencial de intervenci­ón con la Resolución 110 de 2022, que reglamenta la sustracció­n de áreas de las reservas forestales. Esta legislació­n impulsa la minería y la exploració­n de petróleo en zonas forestales y debería ser ejecutada hasta tanto el Estado demuestre que tiene control sobre la deforestac­ión. Implementa­rla ahora, convierte al Gobierno en cómplice activo de la deforestac­ión, pues las inversione­s mineras dinamizan la deforestac­ión que el Gobierno ha demostrado no tener capacidad de controlar.

En medio de este mosaico están los campesinos, que tienen la expectativ­a de pasar a ser propietari­os, según la reforma rural integral del Acuerdo de Paz y los grupos indígenas, cuyos resguardos cubren la mayor parte de la Amazonia conservada y hoy están invadidos por diferentes actores. Se tiene que dar un trato diferencia­l a campesinos e indígenas, pero resulta complejo, pues el carácter ilegal del cultivo de coca los involucra en el conflicto y algunos de ellos están mezclados, y en algunos casos relacionad­os con los actores del narcotráfi­co.

El actual gobierno fracasó en el manejo de la Amazonia, falta ver qué proponen los candidatos presidenci­ales y luego qué hacen como gobernante­s. La sociedad civil debe exigirles consistenc­ia y capacidad para avanzar por el camino de la sostenibil­idad social y ambiental.

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