Los caudillos y su banda de inquisidores medievales
LOS MESÍAS HAN SIDO SUFICIENTEmente denunciados. El término, de origen religioso y judío, ya es anatema. Se dice que el pueblo colombiano es mesiánico, espera un salvador, un líder que lo librará de todo mal. Se identifican varios casos, incluso contemporáneos, de mesianismos. Y la gente de hoy dice ¡buaj! Le sabe a cacho esa figura.
Lo que no se ha identificado es la ignominia de los seguidores de los mesías. Actualmente estamos como estamos a causa del talante de estos fanáticos que cierran filas en torno de la figura y doctrina de los altísimos.
Pasa en estos días en la Cinemateca distrital de Bogotá la película francesa Jeanne, de Bruno Dumont, sobre el desorbitado juicio contra Juana de Arco en el siglo XV. Son dos horas espeluznantes sobre las deformaciones que causa la testarudez en la cara de los humanos. No cuenta anécdotas, todo lo sustenta en diálogos. Tuvo mención especial del jurado en la sección Una cierta mirada de Cannes, 2019.
Es teatro en cine, con los fantásticos artilugios del séptimo arte. El peor castigo de la cámara se lanza en torno de los rostros de obispos, monjes y monseñores católicos. Son seres estrambóticos, cruzados de surcos, encorvados bajo sombreros y capuchas de inquisidores. Hablan con lenguas entorchadas, como borrachos. Citan la doctrina cristiana cada tres palabras, manotean, condenan con sus muecas.
Del otro lado, una infantil Juana se parapeta solitaria tras unas supuestas voces celestiales que la guían. Su obstinación de piedra la lleva a entregarse a la carnicería de sus miembros y no se mueve un milímetro de su convicción de orate. El pensamiento totalitario la ubica en línea semejante a la de los reverendos monstruos que tienen el poder.
Ver esta cinta en nuestros tiempos de furibundos seguidores de caudillos sería una cura contra espantos. Es que los mesías tal vez cuenten con una fuerza interior fuera de serie y con un andamiaje doctrinario convincente. En cambio, los seguidores enfermizos se parapetan bajo algunos gestos y escasas piezas de su discurso. Con este arsenal deleznable salen a latigar al resto de la humanidad.
Practican la consigna de quien no está conmigo está contra mí. El mundo se divide en los benditos seguidores de un ser infalible, versus los condenados de la tierra. Blanden dos o tres consignas tras cuyo contenido defenestran a antiguos amigos, a familiares, a todos los que no militen en su bando.
Estos partidarios suelen atacar en gavilla. ¡Ay de que alguien cometa un resbalón e insinúe una postura política que no concuerde con la doctrina! De inmediato es marcado como indigno y expulsado al bando enemigo, así durante su vida haya sido sabio. Los discípulos del mesías reaccionan en cadena, como reguero de pólvora.
Con seguridad, los fanáticos le hacen más daño a la causa del caudillo que el caudillo mismo. Si este conservara todavía alguna credibilidad, sus discípulos lo terminan de enterrar. Espantan con sus gestos repugnantes, igual que los inquisidores medievales.