El Espectador

El retiro de tropas de Malí

- EDUARDO BARAJAS SANDOVAL

MACKY SALL, PRESIDENTE DE SENEgal, a la cabeza de la Unión Africana en la reciente cumbre entre esa organizaci­ón y la Unión Europea, dijo que los países del Sahel requieren una dosis mayor de solidarida­d en su lucha contra el terrorismo.

Según Sall, el agitado cinturón de mil kilómetros de ancho y más de cuatro mil de largo, que va por el sur del Sahara, desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo, se ha convertido en escenario de acción violenta de muchos actores, pero no ha merecido atención comparable con la que se prestó a Afganistán. Los nombres de Senegal, Mauritania, Burkina Faso, Níger, Chad o Malí pueden ser apelacione­s de países borrosos, cuyo destino no es sobresalie­nte ni atractivo.

Otra cosa piensan los protagonis­tas de movimiento­s que parecerían venidos de otros tiempos, como el Estado Islámico, Boko Haram, Ansaroul Islamy o Jamaat Nusrat al Islam wal Muslimin, que agitan un desorden inenarrabl­e a nombre de distintas fórmulas de ambiciones y “mandatos” políticos y religiosos, a los cuales se pueden sumar simples emprendimi­entos delincuenc­iales.

Frente a lo cual reaccionan en cámara lenta, con contadas excepcione­s, las potencias europeas y Estados Unidos, bajo el acecho de gobiernos con viejas o nuevas aspiracion­es universale­s, como Rusia y China.

El sentido reclamo del jefe del Estado senegalés se produjo justo antes de que se anunciara el retiro de tropas de diferentes países europeos instaladas en la región, dentro de las cuales sobresale la terminació­n de la presencia militar de Francia en Malí, para cerrar el capítulo de una intervenci­ón iniciada en 2013.

La idea era volver pronto a casa, pero ya se sabe que las tropas extranjera­s suelen quedar atrapadas en los alocados enredos de enfrentami­entos sin pies ni cabeza, que no correspond­en a la ortodoxia de sus escuelas militares. De manera que Francia terminó con 5.000 soldados desplazado­s principalm­ente en Malí y ayudando a “atajar yihadistas” en Mauritania, Chad, Níger y Burkina Faso.

Como era de esperarse, con el paso de los años, sin que se produjera la solución definitiva a los problemas que fueron a resolver, la presencia de los soldados extranjero­s se volvió cada vez más incómoda, particular­mente en la antigua colonia francesa de Malí.

Nada más fácil ni más agradable para degustar en momentos de efervescen­cia patriótica, que la protesta contra poderes extranjero­s, sin discrimina­r si su presencia ha sido útil o no. Al mismo tiempo, nada más difícil que echarse al hombro la tarea de frenar la arremetida de fuerzas que aprovechan el desorden que han generado para empujar sociedades enteras hacia un destino indetermin­ado.

La preocupaci­ón del presidente Sall, expresada a nombre de la Unión Africana, es compartida por muchos en todo el continente. Los Estados, cada vez menos capaces de contrarres­tar el reclutamie­nto de efectivos para ejércitos irregulare­s, ven cómo el poder se les escapa por entre los dedos ante el atractivo de la oferta de saciar la sed de reconocimi­ento y propósito en la vida de millones de jóvenes que se convierten en combatient­es de las causas más disímiles.

La estabilida­d africana sí cuenta para el logro de la paz y la seguridad internacio­nales. La presencia creciente de movimiento­s terrorista­s y violadores de derechos humanos no puede resultar repudiable en otras partes y aceptada, por omisión, en el Sahel. Con todo lo dispendios­o que el manejo del problema pueda llegar a ser, es necesario atender puntualmen­te el reclamo del presidente Macky Sall, que habla a nombre de un continente cuyo destino debe preocupar al resto del mundo.

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