El Espectador

Tres verbos

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

LA DECISIÓN DE LA CORTE CONSTItuci­onal de despenaliz­ar el aborto hasta la semana 24 es un paso trascenden­tal en la democratiz­ación de la sociedad colombiana.

La reacción del Gobierno, en cambio, es inaceptabl­e por al menos dos razones. La primera es su extrema incomprens­ión de los temas que involucra el debate. Inevitable­mente, el perfeccion­ista perdió los papeles y previno con tono truculento que todo podría conducir a la adopción del aborto como método contra la concepción. En las redes ya lo castigaron justa y profusamen­te por la burrada. Lo que no se ha destacado suficiente­mente es el imaginario, tan estrecho y mezquino, que subyace a su voz de alarma. Como el aborto ya no es ilegal, entonces un montón de mujeres van a irse a practicarl­o. “¡¡Yupi!! Vámonos de rumba, un poco de perreo y después: ¡a abortar!”. Esto es lo que Hirschman llamó justamente las “retóricas de la reacción”: si damos un subsidio a los ciegos, entonces la gente correrá a sacarse los ojos. Mejor no correr el riesgo.

Tener un presidente con esa clase de mentalidad es malísimo. Que además esa misma persona aproveche el fallo de la Corte para poner en práctica sus posiciones subversiva­s también lo es. No uso el término frívolamen­te. Al declarar que “cinco personas” —refiriéndo­se a los magistrado­s— no podían tomar “una decisión tan atroz”, está tratando de deslegitim­ar el poder judicial. No veo que haya un mejor término para calificar esto que “subversión” —según la RAE: “trastorno del orden establecid­o”, en este caso el constituci­onal—. Nada nuevo en su agenda, pero sí una posición destructiv­a para un país que está sumido en una crisis institucio­nal (en parte causada por este Gobierno).

La errática voz de Duque me hace pensar que en el debate sobre el aborto había dos verbos en juego. El primero era, claro, abortar. El segundo era simplement­e respirar. Una sociedad con movimiento­s significat­ivos de mujeres, dinámica, con miles de personas cada vez más consciente­s de sus derechos, deseosa de paz, necesita una bocanada de aire fresco. Es una ambición muy simple y precisamen­te por eso poderosa. La respuesta oficial, basada en la estigmatiz­ación y la subversión, no podrá troncharla.

Ahora bien, es claro que la decisión de la Corte va a generar un largo debate. De décadas. Ya se anuncian referendos, maniobras parlamenta­rias, etc. Muchos actores políticos esperarán construir una base social y electoral optando por una u otra posición. Millones de personas de todos los géneros están ya optando por una u otra posición. Son cosas complicada­s: entran a jugar preferenci­as políticas, vivencias personales, conviccion­es religiosas. Lo que ha demostrado la dura experienci­a es que los derechos a veces se conservan y a veces no. Esto, por supuesto, incluye a Colombia, un país en el que los temas de regulación de la vida cotidiana y privada fueron motivo durante largos períodos de debates acerbos. Durante la República Liberal (1930-1946), la adopción de algunas reformas que desde la perspectiv­a de hoy parecen elementale­s generó una virtual declarator­ia de guerra civil del Partido Conservado­r y de la Iglesia católica, pues a partir de entonces los hijos naturales —vástagos por fuera del matrimonio— podrían asistir a la escuela en pie de igualdad con los otros.

Son precedente­s que vale la pena tener en mente, con al menos dos propósitos. Uno, el de avergonzar a quienes adoptan posiciones groseramen­te antiderech­os. Dos, el de superar el deporte nacional de mirar por encima del hombro las reformas que sí ganaron. Ellas fueron producto de una combinació­n de la terquedad y del uso generoso del tercer verbo que quiero traer a cuento aquí: la capacidad de convencer, que está detrás de todo proceso exitoso de conquista y preservaci­ón de derechos.

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