Tres verbos
LA DECISIÓN DE LA CORTE CONSTItucional de despenalizar el aborto hasta la semana 24 es un paso trascendental en la democratización de la sociedad colombiana.
La reacción del Gobierno, en cambio, es inaceptable por al menos dos razones. La primera es su extrema incomprensión de los temas que involucra el debate. Inevitablemente, el perfeccionista perdió los papeles y previno con tono truculento que todo podría conducir a la adopción del aborto como método contra la concepción. En las redes ya lo castigaron justa y profusamente por la burrada. Lo que no se ha destacado suficientemente es el imaginario, tan estrecho y mezquino, que subyace a su voz de alarma. Como el aborto ya no es ilegal, entonces un montón de mujeres van a irse a practicarlo. “¡¡Yupi!! Vámonos de rumba, un poco de perreo y después: ¡a abortar!”. Esto es lo que Hirschman llamó justamente las “retóricas de la reacción”: si damos un subsidio a los ciegos, entonces la gente correrá a sacarse los ojos. Mejor no correr el riesgo.
Tener un presidente con esa clase de mentalidad es malísimo. Que además esa misma persona aproveche el fallo de la Corte para poner en práctica sus posiciones subversivas también lo es. No uso el término frívolamente. Al declarar que “cinco personas” —refiriéndose a los magistrados— no podían tomar “una decisión tan atroz”, está tratando de deslegitimar el poder judicial. No veo que haya un mejor término para calificar esto que “subversión” —según la RAE: “trastorno del orden establecido”, en este caso el constitucional—. Nada nuevo en su agenda, pero sí una posición destructiva para un país que está sumido en una crisis institucional (en parte causada por este Gobierno).
La errática voz de Duque me hace pensar que en el debate sobre el aborto había dos verbos en juego. El primero era, claro, abortar. El segundo era simplemente respirar. Una sociedad con movimientos significativos de mujeres, dinámica, con miles de personas cada vez más conscientes de sus derechos, deseosa de paz, necesita una bocanada de aire fresco. Es una ambición muy simple y precisamente por eso poderosa. La respuesta oficial, basada en la estigmatización y la subversión, no podrá troncharla.
Ahora bien, es claro que la decisión de la Corte va a generar un largo debate. De décadas. Ya se anuncian referendos, maniobras parlamentarias, etc. Muchos actores políticos esperarán construir una base social y electoral optando por una u otra posición. Millones de personas de todos los géneros están ya optando por una u otra posición. Son cosas complicadas: entran a jugar preferencias políticas, vivencias personales, convicciones religiosas. Lo que ha demostrado la dura experiencia es que los derechos a veces se conservan y a veces no. Esto, por supuesto, incluye a Colombia, un país en el que los temas de regulación de la vida cotidiana y privada fueron motivo durante largos períodos de debates acerbos. Durante la República Liberal (1930-1946), la adopción de algunas reformas que desde la perspectiva de hoy parecen elementales generó una virtual declaratoria de guerra civil del Partido Conservador y de la Iglesia católica, pues a partir de entonces los hijos naturales —vástagos por fuera del matrimonio— podrían asistir a la escuela en pie de igualdad con los otros.
Son precedentes que vale la pena tener en mente, con al menos dos propósitos. Uno, el de avergonzar a quienes adoptan posiciones groseramente antiderechos. Dos, el de superar el deporte nacional de mirar por encima del hombro las reformas que sí ganaron. Ellas fueron producto de una combinación de la terquedad y del uso generoso del tercer verbo que quiero traer a cuento aquí: la capacidad de convencer, que está detrás de todo proceso exitoso de conquista y preservación de derechos.