El olor de la buena fe
DEBE SER POR LA LLEGADA DE LA cuaresma. O que se les acabó el libreto a asesores políticos y jurídicos. O que ya hay pizca de decoro… Pero ya fue suficiente del recital de disculpas de funcionarios, no obstante las pruebas en recientes casos de corrupción en campaña, ahora que ciertos candidatos se quitaron el tapabocas para aceptar apoyos indebidos y asegurarse mayorías, a pesar del hedor de sus “jugaditas”. A la retahíla de “persecución política”, “tengo la conciencia tranquila”, “mi vida es un libro abierto”, “fue a mis espaldas”, parece haberla reemplazado la de “me asaltaron en mi buena fe”.
La frasecita no es gratuita porque tiene implicaciones éticas, morales, legales y políticas. En este último ámbito, como dice Vargas Lleras hablando de otras cosas (las que le convienen), se trata de un fenómeno de impostación de identidad: los responsables quieren posar como víctimas frente a un victimario, de repente anónimo o indeterminado. De paso, se instalan en el bando de los buenos, aunque ingenuos, en busca de solidaridad, como en novelón conmovedor.
Hay un trecho entre no saber lo que pasó y haberlo visto con candidez, con aire de inocencia. De alardear por haber coronado, los avivatos han pasado a infantilizarse, mientras nivelan por lo bajo con otra frasecita, tan repetida como agresiva: “A cualquiera le puede pasar”. Con todos en el mismo costal por estas trampitas discursivas, no quedan ganas de tirar la primera piedra.
Por eso, quienes deben responder por tratos con Otoniel, por Centros Poblados, por vericuetos de los casos Mattos y Saab, por la maquinaria delincuencial compravotos en el macrocaso de Aida Merlano, por el acceso indebido a información para comprar bienes públicos, quienes hicieron trizas la paz y hasta quienes eliminaron a la Selección repiten la manida disculpa de su buena fe. Eso sí, ya están entrenados para aludir problemas gastrointestinales en caso de ser investigados. Con razón el olorcito.