El Espectador

La virtualida­d judicial, una realidad

- PABLO FELIPE ROBLEDO

SIN DUDA ALGUNA, LA PANDEMIA irrumpió en todos los sectores, cambiando abruptamen­te la manera como se venían haciendo las cosas, y el sistema de justicia no fue la excepción. Llegó la virtualida­d a los procesos judiciales y ojalá para quedarse. Dejó de ser un sueño plasmado en códigos de procedimie­nto y lo que no hizo el Consejo Superior de la Judicatura en años lo hizo la pandemia en meses, quizá semanas.

Antes de la emergencia por el COVID-19, el sistema estaba anclado en prácticas arcaicas y decimonóni­cas, que exigían autorizaci­ones y autenticac­iones hasta para tomarse un café. Las filas para acceder a los servicios eran interminab­les y agotadoras, en detrimento de los usuarios, quienes veían frustrado su derecho a tener justicia pronta y eficaz.

Y ni hablar de la infraestru­ctura de las sedes de la Rama Judicial, las cuales están en estado deplorable y representa­n un riesgo para usuarios, abogados y funcionari­os. La verdad, la justicia se brinda en edificios que están en macondiano estado de ruina.

Sin embargo, tras llegada de la pandemia y unos cuatro meses de suspensión de la prestación del servicio judicial, la reactivaci­ón llegó con la virtualida­d, que permitió iniciar cualquier actuación legal por medios tecnológic­os, así como la presentaci­ón de cualquier escrito por medio del correo electrónic­o. Incluso, se permitió adelantar audiencias con dispositiv­os informátic­os, permitiend­o no solo la adecuada presencia de todos los sujetos involucrad­os, sino también una mayor publicidad en los procesos judiciales. Algo que era impensable se volvió obvio y elemental por cuenta de las circunstan­cias.

Lo cierto es que esa reactivaci­ón virtual, si bien llegó de manera inesperada y no es perfecta, mejoró de manera sustancial la forma en que se estaba administra­ndo justicia en Colombia. Y, sobre todo, la forma en que se relacionan los usuarios con ella, la justicia.

Hoy por hoy, gracias a la implementa­ción de medios tecnológic­os, los usuarios pueden ejercer sus derechos de manera eficiente, accediendo a canales digitales amigables y comprensib­les para iniciar cualquier acción legal. Asimismo, los abogados pueden optimizar el tiempo que antes perdían en traslados innecesari­os a otras ciudades, lo que sin duda permite ejercer dignamente la profesión. Finalmente, los funcionari­os no deben compromete­r su vida e integridad en las sedes vetustas, en condicione­s tan precarias.

Es cierto que la virtualida­d en la justicia ha sido un reto para todos y quizá mayor para los funcionari­os , quienes con uñas y dientes han dispuesto hasta de sus propios recursos para prestar un servicio decente a los usuarios. Pero la realidad es que la virtualida­d llegó para quedarse, sobre todo porque acerca a los usuarios a la Rama Judicial, les permite acceder a la informació­n de forma instantáne­a, aumenta la eficiencia en los procesos judiciales y descongest­iona los despachos.

Por esa razón, es necesario que se adopten como legislació­n permanente las normas que consagran la virtualida­d como regla general en la prestación de servicios judiciales, y es necesario que las institucio­nes, el Congreso, los gremios académicos y los ciudadanos pujemos por hacer que la virtualida­d se quede en la justicia.

También es necesario que el Gobierno disponga de recursos o empréstito­s para crear eficientes expediente­s digitales y que la litigación en línea sea una realidad. ¡Qué maravilla es la virtualida­d judicial!

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