Silenciar o proteger
EL RECIENTE CASO POR ABUSO Y ACOso sexual en el colegio Marymount de Bogotá es uno entre muchos casos de profesores que abusan de su poder y acosan y abusan sexualmente de sus alumnas. La historia es la de siempre. Hay un profesor “más chévere” que los demás. De pronto usa un lenguaje más informal, es joven, se viste relajado, las alumnas lo adoran y lo defienden porque tienen una conexión emocional y él alimenta su ego baratamente, con la admiración de las más jóvenes. Así muchos. En colegios y en universidades. En universidades son más descarados porque sus alumnas “técnicamente” son mayores de edad, son “legales”, como si para el profesor de 35 hubiera diferencia entre cogerse a una chica de 17 o de 18. En los colegios, las chicas son menores de edad y por lo tanto mucho más vulnerables, y los acosadores y abusadores son también mucho más “discretos”. La palabra, claro, es la que más se repite. ¿Una denuncia? Pedimos discreción. ¿Un abuso? ¡Discresión! ¿Por qué? Porque las instituciones siguen siendo, de lejos, más importantes que las niñas o las mujeres que son víctimas de violencia sexual.
Cuando hay escándalos como el del Marymount, con denunciantes múltiples y organizadas, suelen rodar cabezas y la rectora del plantel ya fue despedida. Pero esto no representa un cambio estructural. La académica feminista Juliana Martínez señala algo muy cierto: que hay que “perderle el miedo a la educación sexual porque eso es lo único que realmente protege del abuso. La cultura del silencio alrededor de la sexualidad y la falta de información sobre el consentimiento es exactamente lo que los acosadores quieren pues los protege”. “Aunque las estadísticas indican que a los 12 años una niña va a haber tenido al menos una experiencia de acoso, seguíamos sin tener palabras para identificarlo y mucho menos herramientas para poderlo denunciar” dice Matilde Londoño, exalumna del Marymount y editora general en Volcánicas.
Pero son precisamente las organizaciones de padres y madres de familia, y las juntas directivas de los colegios, las que primero se organizan para bloquear la educación sexual integral desde las primeras infancias. Desde siempre, los grupos políticos conservadores han tratado de monopolizar las instituciones de educación básica, primaria y de bachillerato y de bloquear el acceso libre a la educación sexual. Por ejemplo, en mi colegio que era laico, llegó a darnos clase de orientación sexual la profesora de religión. A mi me mandaron a hablar con la psicóloga por preguntar por pastillas anticonceptivas. “Sabe demasiado” era la sospecha. Pero necesitábamos saber.
Entiendo que los padres y madres de familia quieren guardar la inocencia de sus hijes durante el mayor tiempo posible. Supuestamente por eso no nos hablan de acoso y abuso en la primera infancia. ¡Pero es mentira! Sí que lo hacen, solo que de formas poco claras. Por ejemplo, desde muy niñas nos dejan claro que solo debemos ir al baño acompañadas. No nos dicen por qué. No nos dicen que a una niña que se queda sola en un espacio oculto corre riesgo de que la violen. No vamos a decirle eso a una niña de cuatro años. Pero sí le pasamos el miedo y la confusión, y les negamos las herramientas para manejarlos. Nada protege a las niñas de la violencia sexual de forma definitiva. Pero cuando no les damos información para reconocer la violencia, aceptar su incomodidad y comunicarla a un adulto de confianza que las ayude a buscar justicia en vez de silenciarlas, lo que estamos haciendo es dejarlas totalmente desprotegidas. La violencia sexual siempre es culpa de los agresores. Pero los colegios y los padres y madres de familia han puesto las condiciones para que estas violencias se queden en el silencio y en la impunidad. ¡Vaya manera de honrar el compromiso de cuidarlas! Las niñas y adolescentes de Colombia merecen mucho más.