El Espectador

Matemática falaz

- ARTURO CHARRIA @arturochar­ria

PARA 2.800 ESTUDIANTE­S QUE VIVEN en Venezuela y estudian en Cúcuta el día comienza una hora antes. Se levantan a las cuatro de la mañana, se alistan y, en el mejor de los casos, comen algo. Salen de sus casas y caminan hasta el puente internacio­nal Francisco de Paula Santander. Nadie pensaría que estudian en Cúcuta, pues suelen tener guantes y chaquetas, como si estudiaran en otro clima.

A las cinco de la mañana comienzan a cruzar los primeros. Muchos lo hacen acompañado­s de sus acudientes, pues el 65 % tienen entre cinco y diez años. Allí comienzan otra fila para tomar los buses que les llevan a sus colegios.

No todos son migrantes, muchos son hijos de colombiano­s retornados que decidieron establecer­se en los límites de Venezuela porque el arriendo y los servicios son mucho más baratos. Quizá también lo hacen porque tras una vida en otro país, se niegan a dejarlo del todo atrás.

Para comprender lo que significa estudiar en la frontera hay que tener en cuenta tres aspectos: 1) En Cúcuta la jornada escolar comienza sobre las seis de la mañana; 2) En Venezuela el día inicia más temprano por el cambio horario; 3) Las tensiones diplomátic­as entre los dos países afectan la llegada de los estudiante­s a sus colegios.

Cuando las relaciones entre Bogotá y Caracas se ponen tensas o el transporte escolar no se contrata a tiempo, la situación de los estudiante­s se precariza: deben despertar más temprano, cruzar por trochas la frontera y tomar transporte­s ilegales. Esta logística hace que la distancia entre los dos países parezca gigante, cuando se trata de un mismo territorio separado por dos gobernante­s ensimismad­os en su vanidad.

Durante la pandemia, los estudiante­s residentes en Venezuela han tenido muchas dificultad­es para continuar sus estudios. Las restriccio­nes de movilidad impidieron el paso de materiales pedagógico­s, la alimentaci­ón escolar y el inicio de la alternanci­a. Para ellos la probabilid­ad de abandonar sus estudios es mayor por las circunstan­cias que deben sortear para asistir al colegio.

A mediano plazo el panorama no parece que vaya a cambiar, pues en Venezuela cada vez hay menos docentes y estudiante­s. ¿Qué hacer entonces para garantizar el descanso y una buena alimentaci­ón para estos estudiante­s?

Una alternativ­a podría ser que los colegios en los que se concentra esta población tengan jornada única, es decir, que no tengan jornada en la tarde. Así podrían comenzar una hora más tarde y almorzaría­n en el colegio. También sería importante que, a través de los recursos administra­dos por las agencias de cooperació­n internacio­nal se ofrezca un refrigerio adicional para quienes toman la ruta en horas de la mañana.

Es fundamenta­l tener siempre presente que un estudiante cansado y con hambre no tiene muchos motivos para permanecer en el colegio. En esas condicione­s es difícil aprender y, más aún, creer que ese sol que tanto ilumina en Cúcuta, también brilla para ellos.

Puntilla. Tras estar ausente durante el paro armado decretado por el Eln, el gobernador de Norte de Santander apareció para invitar a una jornada de oración en contra de la violencia en la región.

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