La foto soñada
Más allá de la compulsión, a veces patética de figurar en cuanto escenario mundial sea posible, las dos obsesiones de Iván Duque en política exterior se llaman Joe Biden y Nicolás Maduro. En el caso del primero, la negativa de la Casa Blanca de conceder una audiencia rápida al mandatario colombiano —desplante directamente relacionado con el afecto abierto del Gobierno y el Centro Democrático con la derecha hispana republicana y con Trump, y su injerencia inaceptable en las elecciones en Florida— acentuó el afán por conseguirlo. Y en el segundo, la insistencia en respaldar a Guaidó y desconocer a Maduro, imposibilitó la reapertura de canales de comunicación binacionales.
La crisis en Ucrania dio la oportunidad para que estas obsesiones convergieran, en el sentido de que Duque ha buscado utilizar la “amenaza rusa” para sumar puntos frente a EE. UU. y desacreditar en simultánea a Venezuela. Al son de la evolución de los hechos, las acusaciones indocumentadas de apoyo militar en la frontera colombo-venezolana y de intervención de Rusia en las elecciones comenzaron a migrar hacia un enérgico respaldo a la OTAN en lugar de simplemente condenar, como la mayoría de países externos al conflicto la agresión y violación rusa del derecho internacional, y expresar solidaridad con Ucrania.
Podría pensarse que la estrategia de Duque resultó, ya que finalmente el encuentro con Biden se confirmó para esta semana. ¿Pero a qué costo? Además de buscar insertar las tensiones entre Colombia y Venezuela en medio de una confrontación entre superpotencias, la Casa de Nariño se apresuró a emitir un decreto ridículo (y costoso) con motivo de los 200 años de las relaciones bilaterales para condecorar a todos quienes, en su opinión, merezcan la gratitud de nuestro país por promover a estas. Sin embargo, este gesto enfermizo de amistad recibió un baldado de agua fría con la relevación de que una delegación estadounidense de alto nivel viajó a Caracas para discutir la posible eliminación de sanciones y la reanudación de la compra de petróleo —con miras a lograr que Maduro se distancie de Putin y regrese a los diálogos con la oposición— y la liberación de nueve estadounidenses detenidos.
Mientras que Duque y la canciller no pudieron esconder su sorpresa ante una noticia sobre la que obviamente no habían sido consultados ni informados, el exembajador en Washington, Pacho Santos, pidió una protesta oficial por la infidelidad estadounidense. No es implausible que uno de los mensajes que Biden le entregue a Duque lejos de las cámaras sea que no se meta en los acercamientos con Maduro, ante lo cual nuestro mandatario saliente hará una genuflexión más, pese al claro sentimiento de haber sido traicionado. Aunado a la sumatoria de pasos en falso de su política exterior, tal vez lo más desconcertante es ver cómo Duque ha hipotecado los intereses colombianos a sus caprichos personales, en esta ocasión la foto soñada con Biden.