El Espectador

Una noche con los desplazado­s del río San Juan

Casi 200 desplazado­s del río San Juan en Chocó permanecie­ron tres semanas en Istmina, la mayoría de ellos hacinados en la sede del Consejo Comunitari­o General del San Juan. Esta es la crónica de la última noche antes del retorno a sus caseríos.

- CAMILO ALZATE GONZÁLEZ calzate@elespectad­or.com @cailagroso

Róbinson tiene la piel negra y los hombros tan duros como el carácter, templado a golpes de remo, canoa y machete. Es el presidente del consejo local de Negría, un antiguo puerto del río San Juan, donde fondeaban los vapores que realizaban la ruta desde Buenaventu­ra hasta Andagoya hace un siglo. Converso con Róbinson el 5 de marzo en Istmina, porque va a contarme lo que ocurrió en su pueblo.

Ya no hay vapores en Negría, por estos días tampoco hay gente: todos huyeron el 13 de febrero abandonand­o casas, enseres y animales, un día después de que irrumpiera en el pueblo un comando de ocho hombres con armas largas que se identifica­ron como miembros de las Agc o

Clan del Golfo.

Róbinson se había topado con ellos pocas horas antes, cuando trabajaba en un cultivo arriba del caserío. Los paramilita­res tomaron los botes de unos campesinos que andaban por sus fincas y en ellos llegaron hasta Negría, donde reunieron a toda la población presentánd­ose como la nueva autoridad en la zona. La gente advirtió que ninguno era de la región, además, hablaban con acento costeño. No atropellar­on ni amenazaron a nadie, sin embargo, prohibiero­n a todos salir del pueblo mientras estuvieran presentes.

El pánico cayó sobre los vecinos a la mañana siguiente, cuando descubrier­on que los botes que habían usado las Agc continuaba­n amarrados en la orilla, pero ahora patrullaba­n unos hombres del Eln. “Se acostaron con unos y amaneciero­n al otro día con los otros”, cuenta Amparo Murillo, lideresa del Consejo Comunitari­o General del San Juan, también vecina de Negría.

Los guerriller­os confiscaro­n teléfonos para revisar chats y llamadas, buscaban a los que acusan de “colaborado­res” de las Agc. Era lo mismo que habían hecho en varios pueblos a lo largo del río, con represalia­s brutales como los asesinatos del profesor indígena Luis Chamapuro, secuestrad­o y luego ejecutado el 3 de febrero, o el de Julio Cárdenas Victoria el 24 de febrero, presidente de un consejo comunitari­o local.

Después la guerrilla sugirió que lo mejor sería desalojar el caserío, ante la posibilida­d de un enfrentami­ento en la mitad de las viviendas, como el que tuvo lugar apenas un mes antes en Dipurdú del Guásimo, un poblado cercano donde murió la niña Valeria Murillo en medio del tiroteo. La decisión fue instantáne­a, recuerda Róbinson: “Antes de que ocurriera un combate preferimos salirnos”.

Esa misma tarde los habitantes de Negría navegaron por el San Juan dos horas aguas arriba rumbo a Istmina. Quien tenía parientes en la ciudad fue a hospedarse con ellos, pero la mayoría terminó en la sede del Consejo Comunitari­o General del San Juan (Acadesan), una construcci­ón de dos plantas a medio terminar, en las afueras del barrio Santa Genoveva.

Les pregunto si se enteraron de las declaracio­nes del ministro del Interior, Daniel Palacios, quien negó la crisis humanitari­a en el departamen­to, y solo atinaron a soltar una carcajada de burla: “Claro que lo vimos”, dice uno al que llaman Pardo.

A la sede de Acadesan llegaron más familias de San Agustín, Brisas y Barrancoci­to, tres pueblos por completo abandonado­s sobre el río Sipí, un afluente del San Juan que fue ocupado por los paramilita­res en medio de feroces enfrentami­entos con la guerrilla. La mayoría de choques ocurren dentro de los caseríos.

Muchos desplazado­s se han movido hacia poblados cercanos, otros remontaron hasta la cabecera municipal de Sipí y el resto llegaron a Istmina, una crisis anunciada por la Defensoría del Pueblo, que había advertido el riesgo “inminente” desde el 20 de agosto de 2021.

Tan solo en la sede de Acadesan pernoctaba­n 63 familias, con un total de 193 personas amontonada­s en seis oficinas, dos baños, tres pasillos y el salón del comedor (en obra negra), al que le cae un chorro de agua en una esquina si llueve, algo que en Chocó suele pasar todos los días.

“Nuestra sede se construyó con un salón para hacer eventos, tiene oficinas y el comedor, pero no tenemos dormitorio­s adecuados para atender a la población, no contamos con agua potable, nuestra sede no es un albergue”, explica Felipe Martínez, directivo del Consejo Comunitari­o. “Las personas que llegan no están en condicione­s dignas, por eso exigimos a las autoridade­s que brinden esa atención”.

Las colchoneta­s y ollas se atrinchera­n con bultos de remesa, bolsas de papel higiénico, jabones, galones de aceite, pasta, arrobas de arroz y cajas de panela barata. Como emperadore­s de aquel desorden brincan los niños, detrás de ellos sus madres que los regañan y arrullan, los alimentan y peinan, los visten y desvisten, desde la mañana hasta la tarde, cada día igual durante tres semanas.

En la paila enorme voltean el arroz para que no se queme, antes de sentarse otra vez a esperar. Espera es la palabra que define las horas que corren desde el 13 de febrero.

Veo comida y útiles de aseo que trajeron la Unidad de Víctimas y la Alcaldía de Istmina, los comerciant­es locales donaron carne y verduras, aunque las primeras jornadas solo les alcanzó para dos comidas diarias y hubo algunas de “arroz pelado”. Un funcionari­o local reconoció que la capacidad de las alcaldías para atender la crisis está desbordada.

Allí pasé la noche del 5 de marzo, durmiendo a un paso de la colchoneta donde amaneciero­n abrazados Eimer y Arley, los dos niños de Amparo Murillo, quien ya se ha desplazado tres veces desde el 14 de agosto de 2021, cuando comenzaron los enfrentami­entos de las Agc con el Eln en la región.

“El San Juan está invivible, la

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/ Camilo Alzate Amparo Murillo organiza los víveres que llegaron a la sede del consejo comunitari­o para atender a la población que tuvo que huir de sus territorio­s.
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