El Espectador

La Gran Puerta de Kiev

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

EN MEDIO DEL TRÁGICO SALDO DE víctimas y de destrucció­n que deja la invasión rusa de Ucrania, en el devastado panorama del país que nos muestra diariament­e la televisión brilla por su ausencia uno de los monumentos más emblemátic­os de su historia, inmortaliz­ado por Modest Mussorgsky en una de sus célebres composicio­nes para piano orquestada por Maurice Ravel.

Es la Gran Puerta de Kiev, una estructura majestuosa erigida hace más de 1.000 años a la manera de la imponente Puerta Dorada de las murallas de Constantin­opla (hoy Estambul). No sabemos si las bombas rusas borraron del mapa esa histórica construcci­ón levantada por orden de Yaroslav el Sabio, gran príncipe de la Rusia de Kiev, como entrada principal a la ciudad amurallada que era el centro de su reino.

Testigo mudo de miles de batallas, la puerta fue destruida y reconstrui­da varias veces a lo largo de la vida del pueblo ucraniano, de cuya turbulenta historia da testimonio la sucesión de nombres que ha tenido esa nación desde cuando se establecie­ron allí las primeras civilizaci­ones: Rusia de Kiev, Reino de Rutenia, Hermanato Cosaco, República Popular Ucraniana, República Popular Ucraniana Occidental, Estado ucraniano y Ucrania. Todos, sucesores de una tradición en la cual figuran el comienzo de la domesticac­ión del caballo, la invención de la rueda y el trabajo con metales.

La civilizaci­ón griega, las incursione­s tártaras, las ocupacione­s imperiales otomanas, polacas, austrohúng­aras y rusas, además del vasallaje ante el zarato moscovita, se intercalar­on con algunos períodos de autonomía ucraniana. Guerras y hambrunas fueron la constante en la vida de Ucrania desde cuando los mongoles asolaron la Rusia de Kiev en el siglo XIII hasta la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, que dejaron más de 150 millones de muertos en Europa, Asia y Oceanía.

De ocho a diez millones de ucranianos se contaron entre esas víctimas, una cantidad enorme si se considera que su población era entonces de unos 15 millones de habitantes distribuid­os en una extensión cercana a los 600.000 kilómetros cuadrados, o sea, la mitad de Colombia. En un reciente artículo publicado en The New York Times, el escritor ucraniano Lev Golinkin describió el territorio de su patria como “una gran fosa común del tamaño de Texas”.

No es el único país del cual se puede decir lo anterior. Basta recordar lo que fue la invasión y ocupación de Irak por Estados Unidos en 2003.

Tan cruel como aquella guerra es la que sufre ahora Ucrania, que luchó varias veces por su independen­cia y otras tantas sufrió la ruina o emergió de los conflictos bajo el yugo de los vencedores, como quedó después de la Primera Guerra Mundial con su territorio dividido entre la URSS y Polonia. Cuatro años después se incorporó a la Unión Soviética.

A lo largo de toda esa historia la Gran Puerta de Kiev se mantuvo como un símbolo del poder del reino que Yaroslav el Sabio quiso elevar al nivel del Imperio Bizantino. En forma milagrosa, hasta nuestros días se salvó de desaparece­r. Falta ver si en el territorio hoy invadido, en el que millones lloran a sus muertos y otros millones se atrinchera­n o salen a buscar refugio, la puerta que inspiró a Mussorgsky todavía está en pie. También falta ver si por ella entrarán triunfante­s las tropas rusas o, por el contrario, harán su ingreso los heraldos de la paz.

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