Lecciones democráticas
LAS ELECCIONES DEL DOMINGO PAsado fueron decepcionantes y preocupantes para muchos intelectuales de centro-izquierda, que votaron por candidatos que ellos consideraban responsables, técnicos y con conciencia social. Más aún, las elecciones los cogieron por sorpresa: sus candidatos eran, a su parecer, de lo mejor que el país tiene para ofrecer.
La mayoría del electorado, sin embargo, pensó algo distinto, y ante esto hay dos reacciones posibles. Una, que parece ser la predominante, es lamentar que al país le falte el criterio para entenderlos y valorarlos como es debido. Otra, más recomendable, es considerar la posibilidad de que el país los conoce lo suficientemente bien como para decidir que quiere algo distinto.
Colombia no está bien. Puede que esté mejor que hace unas décadas, y puede que el ritmo de crecimiento económico y reducción de las desigualdades les parezca aceptable a las clases urbanas acomodadas. Puede que lo logrado no les desagrade a los intelectuales que tienen tiempo de ponderar los pros y los contras de la situación mientras degustan un café de esos que antes eran solo de exportación. Pero la situación de los votantes no es lo suficientemente buena para convencerlos de buscar “un punto medio entre los extremos”. El mensaje de las urnas es que lo mejor que las clases acomodadas del país tienen para ofrecer no es suficiente para la mayoría de los colombianos. Si los indicadores muestran que los ingresos son más altos, la desigualdad es menor y el sistema de salud es mucho mejor que en los años 90, entonces la interpretación correcta de los indicadores es que deberían ser aún mejores. Los logros de nuestras élites gobernantes, de los intelectuales y de los empresarios que trabajan de la mano con ellas no son suficientes, y, por lo tanto, la única reacción correcta ante el resultado de las elecciones es poner, con esfuerzo redoblado, todo su esfuerzo y su ingenio al servicio de la democracia.