El centro y el 60 % del deseo
LAS CONSULTAS DE LAS COALICIONES entre aspirantes a presidente aparentaron un paréntesis para la polarización. Quince candidatos, de tres tendencias heterogéneas, pusieron a pensar sobre diversas ideas, tonos y lenguajes. Ya no eran dos púgiles, cada uno en su esquina, reventándose sin misericordia. Se simuló una pluralidad. El país fingió ser un arcoíris.
Pero pasadas las elecciones del domingo anterior, rebrotaron los dos polos antagónicos. Aquella diversidad había sido flor de unos días. Apenas el abanico se redujo a tres pretendientes a la Presidencia, regresó la pugnacidad. Todos se mostraron los dientes. El país se frunció.
La aporreada opción bautizada “centro” se relegó al papel del muchachito con orejas de burro. El hazmerreír del colegio. Los forzudos de siempre salieron al patio sacando músculo, presumiendo superioridad. Mientras el periodismo enterraba al centro por perdedor, las cámaras apuntaron a los dos adversarios con los mayores resultados.
Las encuestas electorales previas habían acostumbrado al país a un 60 % de favoritismo por el centro. Los jóvenes, en especial, se habían declarado alejados del polo norte y del polo sur. ¿Por qué, entonces, los escrutinios humillaron por parejo a los encuestadores y a los potenciales votantes descontentos con los extremos?
La primera explicación está en la adrenalina. Aquí no se admira a los que pedalean como gregarios, a los del centro, sino al campeón, y todo campeón es único. Aquí no importan los diez jugadores que se fatigan durante los 90 minutos del partido, los del centro, sino el solitario que anota el gol. Circula en las venas el apetito del triunfo. Se le quita el brillo al trabajo persistente que explica ese triunfo.
Rigen las hormonas, la ebullición del entusiasmo en el único momento del orgasmo. El antes y el después pasan sin cuidado. La parranda de celebración sabotea el buen estado físico y mental necesario para culminar la tarea. El campeonato se vuelve un aplauso al único deportista que se rompe las canillas y los músculos. Por eso los competidores son aves de corto vuelo, se funden a los 30 años.
La otra explicación es política. Los dos gladiadores de esta historia cambian sus tácticas para responder continuamente a las expectativas del público. Antes de las coaliciones, desde una esquina del cuadrilátero se escupía sobre la otra con ofensas como “castrochavistas”, “exguerrilleros”. Desde la opuesta se respondía con “corruptos”, “paracos”.
Esta semana se produjo un cambio semántico. Los primeros gritan a los otros: “expropiadores”, “antilibertades”. Los otros responden: “continuistas”, “anticambio”. Hay ahora un énfasis en lo económico. Las dos orillas se hermanan en el afán por meter miedo. No ilustran sobre sus programas, se atacan mutuamente para mantener afilado el aguijón del pánico.
Y ahí, acribilladas por las puyas del temor, se disgregan las huestes del centro, que habían engrosado en las encuestas el 60 % del deseo.