El odio electoral
DURANTE LA ELECCIÓN DE DONALD Trump en el 2016, ocurrió un fenómeno muy curioso. El 12 % de los estadounidenses que apoyaron al candidato de la izquierda Bernie Sanders para las primarias demócratas votaron después por Trump y no por Hillary Clinton. El fenómeno se conoció como Sanders-Trump voters. Según los periodistas y analistas políticos Jeff Stein y Shannon Pettypiece, estos votantes eran conservadores en temas raciales y sociales, y se dejaban llevar por políticas populistas. Se generó en ese entonces una idea de que el votante Sanders-Trump buscaba a alguien auténtico, con fuerza, “con cojones”.
Recordé este fenómeno hace poco cuando oí que algunos votantes de Rodolfo Hernández votarían por Petro: “Yo primero le voy al viejito (Hernández) y en segunda a Petro”, me dijo un taxista. “Estoy entre Petro y Rodolfo”, me dijo un vendedor. Percibí también una fascinación por un temperamento fuerte, terco y obstinado que refleja la indignación que se tiene frente al país y al Gobierno actual. De ahí que empiecen a hacerse compatibles dos candidatos como Hernández y Petro que, por sus propuestas, no tienen nada en común. Son el agua y el aceite. Pero los votantes Hernández-Petro coincidieron en que odian a Fico, pues lo asocian con la administración Duque a la que simplemente no soportan. Están contando los días para no tenerlo que volver a ver.
El odio, más que el amor, la esperanza, la ilusión, ha marcado el ánimo electoral. Por ejemplo, el odio que genera Petro en algunas audiencias se evidenció recientemente en el rechazo del hotel Elcielo a hospedarlo en Medellín y alcanzó su pico con el caso de Suani Lefevre Bessudo. Su caso no indigna únicamente por el presunto fraude que confiesa. El video hace visible el desdén que tienen algunas élites frente a las instituciones, el saberse por encima de la ley, el buscar la trampita y por eso sentirse mejores. La representación de su odio por Petro en el video ha despertado a su vez, con razón, la indignación de cada vez más colombianos inconformes con quienes se salen con la suya. Indignación que se traduce en un odio por Fico y lo que sus electores representan. Odio por Petro y los suyos, por un lado; odio por Fico y los suyos, por el otro.
Las emociones son un factor determinante en el voto. Por más racional que intente plantearse el debate, por más de que se hable de ideas y propuestas, por más de que esta semana nos hayan puesto a leer sobre pensiones, el impulso a votar por una candidata o un candidato sigue estando permeado por sentimientos. Lo que ocurre es que estas emociones están ahora transformándose. El famoso slogan “el que diga Uribe” —quien lleva decidiendo presidente en los últimos años (exceptuando la reelección de Santos)— estaba permeado por el miedo. Miedo al comunismo, miedo al castrochavismo, miedo a las Farc, miedo a la expropiación. Pero el miedo pasó a segundo plano. Lo que hay hoy es desagrado, fastidio, ira, odio de un bando hacia otro.
Como decía Maquiavelo, el príncipe puede ser amado o temido, pero nunca odiado. El amor es un sentimiento que genera identidad, unidad, acerca y dialoga. El odio es todo lo contrario. Podemos amar y temer (como se hace con los padres), pero no podemos amar y odiar. El odio por los candidatos, por sus electores y por su cultura va abriendo rencillas, buscando venganzas y alborotando paranoias. Algo así pasó con algunos votantes de Trump, cuyo odio los llevó a amenazar lo más sagrado: su democracia. Y así, tras cultivar su rencor, decidieron un día entrar, hechos terroristas, al Capitolio.