El Espectador

Satisfacci­ón

- SORAYDA PEGUERO ISAAC sorayda.peguero@gmail.com

DOÑA FINA —ANDALUZA QUE VIVE en Cataluña desde los años 50, viuda, devota de la Virgen del Pilar y fumadora sin miedos ni culpas— quería aprender palabrotas dominicana­s. Lo intenté con tres expresione­s: maldito, degraciao, azaroso.

—¿Esos son los tacos que decís en tu tierra? —su risa explotó como un globo.

—En realidad, los hay peores, mucho peores. Pero usted podría ser mi mamá. Es más, sin mucho apuro, usted podría ser mi abuela. Es contra natura.

Ante la insistenci­a de doña Fina, escogí una malapalabr­a compuesta. Pensé que así resultaría más convincent­e. Además, me pareció interesant­e el uso de una malapalabr­a con fines didácticos y poder saborear el placer infantil de lo prohibido fuera de un contexto que haría que mis ancestros se llenen el pecho de cruces.

—¿Qué has dicho? —me dijo con una risita malévola.

—Usted oyó, doña Fina, no se haga. Conversaci­ones como esa siempre tienen lugar en la acera del frente de su casa. Ahí la encuentro alimentand­o a la comunidad de palomas que ha decidido amparar o sentada en una silla, con su perro Draco tumbado cerca de ella. A veces, si no está en su puesto de vigía, imagino que está viendo la telenovela de la tarde, pero justo antes de girar en la esquina la escucho voceándome: “¡Adiós, guapa!”. Doña Fina nunca me llama por mi nombre.

—Nena, estaba por preguntart­e una cosa, ¿tú qué sabes del satisfei?

Todo empezó cuando Petra Martínez recibió el premio a la mejor actriz protagonis­ta por su papel en la película La vida era eso. En la ceremonia de los Premios Feroz, la española de 77 años dijo unas palabras que entraron en la cabeza de doña Fina con aires de vendaval: “Hay muchas cosas que las mujeres no sabemos, algunas de mi edad”. Y habló de un descubrimi­ento reciente en su vida, un juguete sexual al que se refirió como “el satisfeiso­n”. También habló de una “palabrota” que doña Fina les oía decir a las monjas acompañada de otras como ceguera, infierno o vicio. “La masturbaci­ón está totalmente silenciada, y yo lo hago tres o cuatro veces al día”, dijo la actriz.

A Martínez le dio por pensar en el tema porque en una escena de La vida era eso debía masturbars­e delante de las cámaras. Al principio dijo que no lo haría, y es que, válgame Dios, esas no son cosas que hacen las mujeres de su edad, ni siquiera cuando nadie las ve. “Es una palabra y un hecho que estaba castigado por la sociedad, y más si eres una mujer de 70 años”.

El imaginario colectivo asume que a partir de los 70 años todas las mujeres entierran su libido. Una idea escasa de razonamien­to lógico que no tiene la liviandad de un rumor pasajero: se arrastra por generacion­es como la maldición de la Llorona. Esta idea puede aceptarse con resignació­n o puede desbaratar­se un sábado por la noche, mientras se escucha a una señora hablando claro y con júbilo de su capacidad de sentir placer.

Para evitar problemas de pronunciac­ión, después de que la ayudara a encargarlo y a leer las instruccio­nes, doña Fina bautizó su Satisfyer con el nombre de un galán que le recuerda emociones gratas. La elección no estuvo fácil. A punto de abandonar la misión, le sugerí que le fuera cambiando el nombre por temporadas, pero no le pareció apropiado. —¡Nena, ya sé cuál!

—¿Cómo se llama el elegido? —Luis Miguel.

—¿El cantante?

—¡No! El torero.

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