El Espectador

Elecciones

- GONZALO MALLARINO @moliverag @tantaliama­r @salomean_ @fdbedout @Afrofemina­s @Tabeeme91

VOTÉ POR SERGIO FAJARDO Y LA COAlición Centro Esperanza y fui derrotado.

Votaré por él en primera vuelta, pues creo en él, pero mucho me temo que ya no hay nada que hacer. Tendría que ocurrir algo providenci­al para que pudiera llegar a segunda vuelta, si es que la hay. La bajísima votación de la Coalición es señal del desastre total de ese proyecto político. Por lo menos por ahora.

Tuve el premio de consolació­n de ver elegido a Humberto de la Calle, por quien voté para el Senado. En él también creo. A tal punto que hoy me animo a decir lo que ya he dicho antes, sabiendo que no tiene ninguna importanci­a, ningún valor: creo, a pie juntillas, que De la Calle es la persona más capaz, moral, política e intelectua­lmente, para ser presidente de Colombia en esta época desconcert­ante y violenta. Estoy persuadido de que el país sería muy otro si él hubiera sido presidente en lugar de Iván Duque.

Estoy seguro de por lo menos esto: no hubieran sido asesinados los cientos de campesinos, líderes sociales y desmoviliz­ados que fueron asesinados en estos cuatro años. Eso, solamente, es ya una distinción humana categórica entre esas dos personas, entre esas dos figuras políticas. El legado de injusticia y violencia que deja Iván Duque difícilmen­te podrán borrarlo los años.

Hay otros dos resultados de estas elecciones que me dieron ilusión y contento: la votación de Francia Márquez y la de Carlos Amaya. Una mujer, negra, y un campesino cuyos abuelos no sabían leer y escribir.

Los negros y los campesinos han sido excluidos históricam­ente en Colombia. Que dos personas hayan surgido de esos sectores étnicos y sociales, y hayan sido respaldado­s por los votantes en estas elecciones es el hecho político más importante de la jornada. No la votación de Petro o la de Gutiérrez, y menos la de Cabal y Valencia, y todavía menos la de las maquinaria­s liberales o conservado­ras. Esas eran esperables, son los réditos de la forma en que se hace política en Colombia hace mucho tiempo.

No, a mi entender, el hecho político más importante de las pasadas elecciones es que una mujer, negra, y un campesino auténtico hayan sido vistos y respaldado­s por miles y miles de votantes. Eso es lo más importante, es la evidencia de que sectores relegados, si no despreciad­os, de la sociedad colombiana pueden ser escuchados. Es la evidencia de que la sociedad está abriéndose un poco, dejando respirar un poco a millones de colombiano­s que están ahogados hace años, junto con sus necesidade­s, sus anhelos y sus causas humanas.

La otra cosa es que fui a votar. Pude votar. Nadie me pegó un culatazo con un fusil, ni me vigiló, ni me matoneó, ni me hostigó. Fui, caminando, del brazo de Carmen, en paz. Piensen en Rusia, en China, en Nicaragua, en Cuba, en Venezuela, en Siria, en…

Parece que hubo algunas trampas y violencia, como ha sucedido antes, pero mayoritari­amente fue un proceso democrátic­o. Eso es innegable. Fue muy dolorosa, eso sí, la forma como se pervirtió y se adulteró el proceso de elección de las curules de paz. Esa era otra oportunida­d de dejar respirar a miles de personas.

La discusión de la reforma pensional es ideológica y no ataca el verdadero problema: la baja cobertura. Solo uno de cada cuatro adultos mayores tiene pensión. Es una bomba social. Y estar en Colpension­es o en los fondos no ayuda a aumentar la cobertura y frenar esta bomba.

Lo malo: soy la reina del autoengaño.

Lo bueno: soy la reina del autoengaño.

Los resultados de ayer demuestran que Alejandro Gaviria no tenía maquinaria­s.

¿Saben quiénes justifican sus atrocidade­s hablando de las atrocidade­s de otros? Los paramilita­res. Así suenan algunos que para cada horror en Ucrania buscan otro ejemplo de horrores cometidos por otros.

El racismo es un sistema, no un comportami­ento. Que una persona no diga cosas racistas no significa que no sea racista o que no se beneficie del racismo.

Si nos esforzamos lo suficiente volviendo famoso al nieto de Bessudo, en cuatro años es representa­nte de las negritudes.

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