El Espectador

El costoso retraso de las obras para recuperar el río Bogotá

La entrega del sistema de saneamient­o se sigue aplazando. Por cada año que se retrase la infraestru­ctura, llegan al afluente casi un millón de metros cúbicos de residuos contaminan­tes. ¿Cuál es su costo?

- DANIEL DAZA ddaza@elespectad­or.com @daniel99_daza

La contaminac­ión del río Bogotá es una realidad cada día más costosa, no solo por la inconscien­cia ciudadana, sino por los retrasos en las obras ordenadas por la justicia para recuperar y conservar el principal afluente de la ciudad, lo que prolonga los incalculab­les efectos ambientale­s y sus consecuenc­ias. Según datos del Observator­io Regional Ambiental y del Desarrollo Sostenible del río Bogotá (Orarbo), por cada año de atraso en las obras, al río llegan sin tratar 838.000 metros cúbicos de aguas residuales, casi 49 veces el concreto que se necesitó para construir la Torre Colpatria. Siendo optimistas, esto apenas empezará a cambiar en 2029.

A pesar de que el fallo judicial, ratificado en 2014 por el Consejo de Estado, dio tres años para ejecutar 87 órdenes a Bogotá, quince entidades del orden nacional y a los 45 municipios de Cundinamar­ca, a lo largo de los 380 kilómetros del afluente (desde su nacimiento, en Villapinzó­n, hasta su desembocad­ura, en Girardot), su pleno cumplimien­to aún se ve lejano. El sistema de saneamient­o Tunjuelo-Canoas, corazón del plan de descontami­nación, es una obra que sigue cruda.

La situación genera preocupaci­ón y obliga a concentrar las miradas en la zona de mayor impacto ambiental: la cuenca media, un tramo de 90 km, que bordea la capital, entre el municipio de Cota y el Salto del Tequendama (Soacha). En su área de influencia viven casi diez millones de personas, que descargan a diario 600 toneladas de materia orgánica y, según la Corporació­n Autónoma Regional de Cundinamar­ca (CAR), 690 toneladas diarias de residuos sólidos, que hacen que el afluente sea un río muerto. Para darle dimensión a este último dato, es como lanzar desechos al río del tamaño de 86 retroexcav­adoras. Esto, sin contar los metales pesados, botellas, pañales e incluso colchones que se alcanzan a remover.

Este panorama ratifica los datos del Orarbo, que indican que el 70 % de las aguas de esta cuenca son catalogada­s como “malas”, situación que podría ser más crítica si el Acueducto de Bogotá no removiera cada año 160.000 toneladas de basura del sistema de alcantaril­lado, humedales y canales, desechos que equivalen al volumen de 4.000 biarticula­dos del sistema Transmilen­io. Esto deja clara la magnitud del diario desastre ecológico y de ahí la preocupaci­ón de la Personería de Bogotá, que hace poco advirtió el retraso de la construcci­ón de proyectos claves para el saneamient­o del río.

Lejano saneamient­o

La preocupaci­ón por rescatar el río es de vieja data. Desde 1992 se vienen promoviend­o procesos judiciales para obligar a las autoridade­s locales, regionales y nacionales a hacerlo. Aunque se han desarrolla­do obras, lo grande sigue inoperante. La corrupción, la falta de planeación, la pandemia y, en ocasiones, la falta de voluntad política han jugado en contra.

Si bien, se diseñó hace más de una década un gran sistema de saneamient­o para no seguir contaminan­do el río en su paso por Bogotá y Soacha, este sigue incompleto y no lo estará, al menos, hasta 2029. Por ahora, opera la PTAR Salitre, que trata al día 300.000 metros cúbicos de aguas negras, que producen los 2,2 millones de personas que residen entre las calles 80 y 119, pero sigue sin entregar su ampliación (debía estar lista en 2021), la cual aumentará su cobertura (entre las calles 26 y 200) y duplicará la capacidad de tratamient­o (de cuatro a ocho metros cúbicos por segundo).

Y a esto se suma el retraso mayor: el sistema, que operará en el sur y descontami­nará el 70 % de las aguas negras de Bogotá y el 100 % de las de Soacha: Tunjuelo-Canoas. Esta megaobra contempla una red de túneles subterráne­os (60 metros bajo tierra) integrado por los intercepto­res Fucha-Tunjuelo, Tunjuelo-Canoas y el de la Zona Franca (se invirtiero­n casi $500.000 millones), que recogerán las aguas negras de casi siete millones de habitantes; la estación elevadora Canoas, que sacará las aguas de los túneles a la superficie, y la Planta de Tratamient­o de Aguas Residuales (PTAR) Canoas, donde las tratarán antes de verterlas al río.

A pesar de que los túneles están listos, siguen desconecta­dos a causa de los retrasos en el resto del sistema. Por un lado, la planta elevadora, en la que se invirtiero­n casi $400.000 millones y debía estar lista este año, se entregará a finales de 2023. Por el otro, la construcci­ón de la PTAR (con un costo de $4,5 billones), de la cual están terminando los diseños, para abrir la licitación. Su construcci­ón, que debió comenzar en 2020, esperan comenzarla el próximo año y tardará al menos seis antes de entrar en plena operación. Es decir, siendo optimistas, el sistema operará por completo en 2029, lo que implica siete años más de contaminac­ión.

Los efectos

El retraso del cronograma implica grandes afectacion­es ambientale­s, pues cada día que pasa sin tratar las aguas negras que llegan al afluente aumenta su carga contaminan­te, que afecta la fauna que habita en cercanías al río Bogotá y los humedales. Según el último recuento de la Fundación Humedales Bogotá, en los quince humedales que posee la capital se han avistado 1.035 especies de aves, las cuales han perdido parte de su hábitat a causa de las aguas contaminad­as.

Jorge Escobar, director de la entidad, indicó que en el Juan Amarillo, que es el más grande de la ciudad, con 22,5 hectáreas, se ha llegado a encontrar con canales que están invadidos por residuos sólidos como plásticos, botellas e icopor. “¡Esto indica un empobrecim­iento ambiental alarmante!”, exclamó.

El problema de la contaminac­ión no solo afecta a la fauna y flora aledaña al río. Esto también se ha convertido en un problema de salud pública para el ser humano. Un estudio publicado por la Universida­d Nacional revela el alto contenido de cromo que posee el río. “La concentrac­ión de cromo total que se encontró en la zona de vertimient­o de las curtiembre­s fue entre 0,105 mg/l y 0,7 mg/l; en las estaciones los valores superan el nivel máximo que tiene efecto adverso sobre la salud humana (0,05 mg/l), según la normativid­ad colombiana”, indicó el estudio. Esto significa que el cromo total presenta una concentrac­ión en el agua de dos a diez veces mayor al normal.

Luis Alejandro Camacho, ingeniero ambiental y profesor de la Universida­d de los Andes, señaló que durante el tiempo que se retrasen las obras, parte del agua contaminad­a en la cuenca alta del río con estos tipos de metales pe

sados será utilizada para realizar labores de riego en los cultivos. Con esto se generarán productos como papa, flores, hortalizas y frutas. “En Chocontá nos comemos las fresas con cromo y no con crema”, criticó Camacho.

¿Se está cumpliendo el fallo?

En 2014 el Consejo de Estado ratificó la sentencia del río Bogotá, la cual busca la recuperaci­ón de zonas colindante­s al afluente. “Zonas de páramo, bosques de niebla, áreas de influencia de nacimiento­s acuíferos y de estrellas fluviales deberán ser adquiridos o protegidos con carácter prioritari­o por las autoridade­s ambientale­s, entidades territoria­les y entidades administra­tivas de la jurisdicci­ón correspond­iente”, ordena el documento.

A pesar de lo urgente de este fallo, aún se continúan vertiendo desechos al río y se sigue postergand­o la fecha de entrega de las obras que permitan iniciar la limpieza del caudal. Esto significa entonces ¿que no se está cumpliendo la sentencia? María del Pilar García, directora del departamen­to de Derecho Ambiental de la Universida­d Externado, indicó que “la falta de cumplimien­to en las obras trae como consecuenc­ia el incumplimi­ento de la sentencia”, y explicó que el retraso en las obras puede llegar a representa­r una falta grave del fallo.

Así mismo, aseguró que el Consejo

de Estado debe evaluar las razones que se dieron para modificar el calendario de construcci­ón. Además, aclaró que si el retraso en las obras resulta ser poco justificad­o por el consorcio EE Canoas, el cual está encargado de las obras de la PTAR, esto puede implicar una acción de desacato por el Consejo de Estado.

Soñando con aguas cristalina­s

Quizá la implicació­n más grande es el factor del tiempo, pues luego de los múltiples proyectos para descontami­nar las aguas de este agonizante río, los ciudadanos aún se encuentran con un caudal contaminad­o y en el cual se han visto más promesas de cambio que hechos tangibles para la sociedad. Lo desalentad­or del panorama deja más dudas que certezas respecto a cuándo se podrá ver saneado el afluente.

Solo para hacer una comparació­n, el río Támesis —uno de los más contaminad­os de Europa en el siglo XIX— fue declarado biológicam­ente muerto en 1957; pero, tres años después, Londres terminó la construcci­ón de la infraestru­ctura necesaria para su saneamient­o y ahora se observan algunas especies de peces nadando en sus aguas. Esto da una idea del tiempo que realmente se necesita para la descontami­nación total del cuerpo hídrico.

Según el ingeniero Camacho, el saneamient­o de un río puede tardar alrededor de 40 a 50 años, una vez se empiece a remover el material contaminan­te. “Estimo que mi hija de diez años pueda ver el río Bogotá limpio en su adultez y si no es ella, sus hijos”, concluyó. La lucha por sanear el río Bogotá comenzó en 1992, cuando se radicó la primera demanda contra el Estado. Han pasado treinta años y la deuda sigue sin vigente.

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Chocontá nos comemos las fresas con cromo y no con crema”.

Luis Alejandro Camacho, ingeniero ambiental y profesor de la Universida­d de los Andes.

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/ Archivo particular La construcci­ón de la planta elevadora Canoas está en un porcentaje que se acerca al 50 %.
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