El Espectador

Samurái pluriemple­ado

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO

Aunque ningún equipo nacional de fútbol espera que sus hinchas lo reconozcan como “los guardaespa­ldas” o “los paramilita­res”, la selección nipona es conocida en el mundo entero como “los samuráis”, los legendario­s guerreros empleados originalme­nte por los terratenie­ntes feudales para proteger, con el uso de las armas, distantes propiedade­s agrícolas. Pero lejos de recurrir a la agresión física, los futbolista­s del equipo nacional japonés han convertido la buena conducta en una estrategia de juego. En el Mundial de Rusia 2018 fueron noticia por haber ascendido a octavos de final portándose bien y recibiendo menos tarjetas amarillas que Senegal.

Su apodo, “los samuráis azules”, hace referencia al uniforme color índigo, asociado a la victoria en la simbología cromática de Japón. El hecho de que el sobrenombr­e fuera escogido con una consulta popular, confirma el enorme prestigio del impávido espadachín cuyo encuentro con el budismo zen lo convirtió en un arquetipo del guerrero ejemplar.

Los monumentos recordator­ios de sus sagas pululan en parques y museos, y los colegiales japoneses pueden recitar el nombre de una docena de samuráis cuyas hazañas ponen en duda el dicho de que todo tiempo pasado fue mejor, pues suelen incluir un reguero de manos, brazos y cabezas cercenadas de un tajo con sus afiladas catanas.

Hasta hace unos años me extrañaba la escasa referencia a los samuráis en el ambiente militar, donde escuadrone­s o vehículos emblemátic­os del ejército japonés, como aviones de combate o buques con misiles, usaban apelativos en idiomas occidental­es como Blue Impulse o Aegis.

Entendí la reticencia de los uniformado­s a invocar el espíritu samurái cuando presencié un entrenamie­nto militar en las afueras de Tokio. Los soldados atacaban con rifles descargado­s y hacían ruidos de disparos con la boca, como los niños pequeños. Cuando pregunté contra quién disparaban, me respondier­on que “contra el enemigo”, sin atreverse a nombrar ningún colectivo y mucho menos identifica­r una nacionalid­ad.

Quedé con la sensación de que, pese a su gran presupuest­o (el noveno en el mundo), los soldados japoneses, algunos con gafas y más enjutos que yo, tenían más talante de funcionari­o de escritorio que de beligerant­es y sanguinari­os samuráis. Tuve un indicio del nuevo panorama cuando vi el

Libro Blanco de la Defensa del gobierno japonés para 2021. La versión en inglés nombra 877 veces a China y manifiesta la “voluntad y capacidad inquebrant­able de defender a Japón”.

Tiene en su portada el dibujo de un samurái con su armadura montado en un brioso corcel y listo para la carga. Una confirmaci­ón de que el estoico guerrero ha sido llamado a duplicar sus funciones y está animando a disparar, además de goles, balas.

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