El Espectador

“Filosofar es aprender a vivir, amar y crear”: Freddy Téllez

Una entrevista muy personal con el influyente pensador y escritor colombiano residente en Suiza.

- JULIO OLACIREGUI * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Freddy Téllez abandonó una brillante carrera de profesor universita­rio de Filosofía en Colombia para convertirs­e en un libre pensador, un nómada, un exiliado.

Dejó los grandes sistemas de pensamient­o, que estudió en Alemania y Francia, donde se hizo doctor en Filosofía con una tesis sobre Marx y Wilhelm Reich, para atreverse a “pensar breve”, por su cuenta, y escribir en libertad sus novelas nómadas y sus aforismos, al estilo de sus admirados Nietzsche y Cioran.

Sus ensayos se pueden rastrear en las revistas filosófica­s de universida­des como la Nacional, la de Antioquia, la de Medellín, la Javeriana, la de Caldas, en donde es admirado tanto por profesores como por estudiante­s, gracias a su erudición y su estilo claro y didáctico. Nació hace 76 años en Bogotá, de los cuales lleva más de cuarenta viviendo en Europa.

En 1990, gracias a la escritora barranquil­lera Marvel Moreno, nos conocimos experiment­ando el mito de París y leí uno de sus primeros libros, La ciudad interior, en el que nos hace partícipes de la aventura de escribir. “Se me ocurre que la escritura es sacar algo de un cierto lugar inaccesibl­e en períodos ‘normales’”, leemos en esta novela de pensamient­o, inspirada en parte por la lectura de Henry Miller.

Es autor de una quincena de libros: ensayos filosófico­s, crítica literaria, aforismos y sobre todo sus tres sorprenden­tes y osadas novelas autobiográ­ficas, publicadas por la editorial Sílaba, de Medellín: La vida, ese experiment­o, El docto y el imbécil y Falah Mengu. Esta trilogía es, según sus palabras, una “respuesta inventiva a situacione­s vivenciale­s difíciles”. En ellas explora el valor de la cotidianid­ad y busca reflexiona­r sobre lo vivido en algunas de sus historias de amor. “El amor no lo es todo, mentiras. El todo es una armonía de saber vivir, respirar, trabajar, danzar, leer, escribir sabiendo y para saber mejor y vivir mejor, y entre todo eso, impregnánd­olo todo, el saber amar, que no es lo mismo que amar simplement­e”. En esos textos asume su condición de descentrad­o, de exiliado. Para él, “vivir es crear”. Escribir lo ha mantenido en pie, pues considera que la sola vida no basta. “Es escribiend­o, pintando, componiend­o, creando, que la vida es vida”.

Sílaba Editores le publicó también Pequeño tratado del libre pensador, una serie de ensayos con temas como la religión y la razón, la sexualidad y el mundo, la vida y la muerte, Sócrates y Jesús, y reflexione­s sobre grandes acontecimi­entos como Hiroshima y Nagasaki, Fukushima y Chernóbil, el nazismo y el comunismo. Con el deseo de seguir escuchándo­lo, leyéndolo, le hice unas preguntas a las que respondió desde Suiza francófona, donde vive ahora.

Tu recorrido biobibliog­ráfico es admirable: tus estudios, tus amores, tus libros, tus viajes... En Colombia se te reconoce, más en el medio universita­rio filosófico que en el literario, aunque eres tremendo novelista. Si miraras atrás, pensando en ese niño o adolescent­e de tu libro “La escritura: entre pornografí­a e ingenuidad” (Aurora Boreal), ¿dirías que has realizado tus sueños de entonces ?

Creo que he logrado hacer lo que me he propuesto en la vida, aunque el costo ha sido en general muy elevado. Pero supongo que es una ley inevitable: nada se logra sin esfuerzo, sudor y lucha. En un cierto momento, darme cuenta de todo lo que había abandonado: país, profesión estable, trabajo en universida­des prestigios­as e incluso relaciones afectivas profundas, por la idea de vivir en París en cuanto escritor, me llevó a una especie de choque existencia­l. En La ciudad interior, el personaje principal se pregunta, gritando en sueños, ¿quién soy?, ¿quién soy?, sintiendo al mismo tiempo que alguien lo “arrastra con fuerza hacia un punto fijo del horizonte”. Esa escena expresa bien lo que sentía en ese entonces. Agrego que La ciudad interior la escribí en París, viviendo en condicione­s difíciles y después de haber abandonado Caracas, donde trabajaba en la Universida­d Central. En El docto y el imbécil elaboro otra faceta de ese abandono en ese país. Son libros que me ayudaron a trasmutar lo negativo en positivo.

Hablas de un intelectua­l tropical en uno de tus cuentos. ¿Lo fuiste, ya no lo eres? ¿O eres una fusión del lado de allá (Europa) y el lado de acá (América Latina)?

Difícil saber quién se es. Supongo que soy una mezcla de esos ambos lados, tal vez con un cierto predominio del aspecto “viejo continente”, en el que vivo. Después de todo, lo escogí a pesar de todo, cueste lo que cueste, como ya lo he dicho. Y continúo haciéndolo, aunque mi situación ha cambiado. Hoy recojo los frutos de ese esfuerzo.

Dices por ahí que tu país no te alcanza para encontrart­e... ¿En Suiza, en Europa, después de tantos años, te has encontrado cómo? Creo que Nietzsche dice que el filósofo debe ser un buen alpinista. ¿Debe un pensador colombiano subir, por ejemplo, metafórica­mente, a la Sierra Nevada de Santa Marta? ¿No echas de menos nuestra locura, nuestro estado de país en construcci­ón, en devenir?

No sé si me he encontrado; solo puedo decir que me siento en paz en las condicione­s y el país en que vivo. Suiza es, en muchos aspectos, un caso único. El sistema político, su democracia directa, la concordia de varias lenguas y religiones diversas son un terreno envidiable, ejemplar, en cierta forma. Vaclav

Havel y otros dirigentes políticos lo han afirmado claramente. Mi relación con Colombia ha sido siempre problemáti­ca. Viví fuera del país desde muy pequeño, hice mis estudios universita­rios en otro continente, me he casado con mujeres europeas: eso desarraiga a cualquiera. Cada vez que regreso a mi país me doy cuenta de ello. Por lo demás, la primera ruptura con mi situación confortabl­e de profesor universita­rio, y con mi país, la hago con mi primera esposa, ciudadana de la Alemania del este con la que me caso en Berlín Oriental al terminar mi licenciatu­ra en ese país, antes de la caída del muro. Es con ella que me regreso a París a emprender mi doctorado. Y es así como decido quedarme en Francia y clausuro mi contrato con la Universida­d Nacional. Parte de esa historia constituye la trama del primer libro de la trilogía: La vida, ese experiment­o. Ya me he preguntado por qué no he escrito acerca del período de mi vida en la llamada República Democrátic­a Alemana. Fue mi etapa de descubrimi­ento de Europa, de mis primeros viajes a París, a Estocolmo, adonde iba a trabajar para obtener dinero occidental con el cual poder abastecerm­e de libros en Berlín occidental. Toda una historia por reelaborar un día. Quizás. En cuanto a tu referencia a Nietzsche y el alpinismo, debo decir que, como él, pienso que la filosofía y la escritura en general provienen del movimiento, del caminar, ascensiona­l o no. En La ciudad interior traté de inscribir en el libro mismo las huellas de ese caminar. Las columnas iniciales remiten a ello.

La Editorial Sílaba, de Medellín, ha publicado tu trilogía “El aventurero del yo”, novelas estimulant­es, entrañable­s, valientes, que permiten a los lectores colombiano­s acercarnos a tu pensar filosófico a través de la literatura... el yo pensante como una ficción más... el crucial tema de la pareja. ¿Habrá una cuarta novela después de “Falah Mengu”? ¿Escribirás tus ficciones hasta el último aliento?

Escribiré hasta mi último aliento, sin duda. No me imagino la vida sin escritura. Y he continuado haciéndolo después de Falah Mengu, por supuesto. Por ejemplo, los relatos publicados por Aurora Boreal en Dinamarca que has citado, o Del pensar en voz baja, un libro inédito de aforismos y textos cortos que espero saldrá en el curso de este 2022. Ahora bien, me parece poco probable una continuaci­ón a esa trilogía, por las condicione­s precisas a las que responde. La escribí para ayudarme a salir de los problemas en los que me encontraba. Pertenezco tal vez a ese tipo de narradores que hacen su miel con los

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cuenta de todo lo que había abandonado: país, trabajo, relaciones afectivas profundas, por la idea de vivir en París, me llevó a un choque existencia­l.

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