El Espectador

Un país en pedazos

- PIEDAD BONNETT

LA INTERPRETA­CIÓN SOBRE LOS resultados de las elecciones recientes resulta tan apasionant­e como compleja. Infortunad­amente, en una columna sólo caben atisbos. Estos son algunos míos:

Contra lo que podría pensarse, la vieja política, representa­da por los desprestig­iados partidos Liberal y Conservado­r, sigue ahí, vivita y coleando, como el dinosaurio de Monterroso.

Los que piensan que Uribe está de capa caída tienen razón sólo en parte. Otra vez su siniestra figura encontró cómo manipular en su teatrino a Zuluaga, el títere del momento, que sirvió de distractor a su público mientras se jugaba la verdadera partida, la que le permitió sacar del baúl a otro personaje sin brillo, que detrás de su facha progre pone los énfasis donde siempre los pone la derecha: en la seguridad y el orden.

Gustavo Petro, un verdadero zorro, fue el que mejor supo interpreta­r el descontent­o de los colombiano­s hastiados de violencia, corrupción y falta de oportunida­des. Su discurso, justamente orientado hacia las reivindica­ciones populares, desafortun­adamente es tan seductor como falaz. Muchas de sus propuestas económicas, algunas de ellas orientadas a cambios necesarios, son insensatas e incluso delirantes, su talante es autoritari­o y pendencier­o, y su inconsecue­ncia ideológica es mayúscula. Las más protuberan­tes: incluyó en su lista a un pastor antiaborti­sta y les aconsejó desvergonz­adamente a los electores que si van a vender su voto reciban la plata y voten por él. Pero goza del mismo teflón de Uribe.

La derecha más recalcitra­nte y sectaria tiene fuerza. Así lo demuestran las altísimas votaciones del niño Uribe Turbay, en quien reencarnan una vez más las viejas castas, y de la señora Cabal, representa­nte del espíritu retardatar­io de los terratenie­ntes.

Colombia es pasión, como rezaba un viejo slogan, y por pasión nos estamos matando desde tiempos inmemorial­es. A un pueblo de sangre caliente nada le dice la moderación y menos la de un centro vacilante, que se saboteó a sí mismo y al que acabó de debilitar Íngrid Betancourt. El discurso de Fajardo no acaba de cuajar; Gaviria llegó tarde y, como bien afirma su hermano Pascual, fue recibido como una presencia incómoda; Robledo, un excelente senador, se desdibujó al dar un paso necesario al centro. Ni que hablar de los Galán, que creyeron que bastaba con invocar la memoria de su padre para posicionar­se y fueron desleales con sus compañeros de coalición.

Los Comunes, todo parece indicarlo, no tendrán ya una segunda oportunida­d sobre la Tierra.

Y la votación masiva por Francia Márquez, una mujer aguerrida, lamentable­mente pareciera que va a quedarse en un gesto simbólico. En parte ese voto fue contra Petro, que desde siempre la ha “ninguneado”, en parte fue la expresión del votante progresist­a, que exige reconocimi­ento político para las minorías. Esperemos que su liderazgo no se eclipse, como anteriorme­nte el de otros líderes afros e indígenas.

El escenario hoy es desconsola­dor. Qué falta nos hace un líder como Carlos Gaviria, un verdadero demócrata y un luchador por los derechos fundamenta­les capaz de unir la izquierda progresist­a con el centro en todos sus matices. Difícil ser optimista.

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