El Espectador

Cambio de rumbo

- ROGELIO GUTIÉRREZ P. * * MBA DBA. Consultor internacio­nal, máster en Gestión de Empresas de la Universida­d Ramón Llull, de Barcelona, y estudios doctorales en Administra­ción. rgpconsult­ores@outlook.com

Si se observan las necesidade­s que tiene el país para su desarrollo socioeconó­mico y se confrontan con el tipo de educación superior que se está impartiend­o, las brechas pueden resultar peores que las del sistema educativo actual en materia de equidad.

Por ejemplo, como el resto del mundo, Colombia necesita cada vez mayores fuentes de aprovision­amiento para su alimentaci­ón y sostenimie­nto, y el nuestro es por excelencia un país agrícola, por su dotación natural y posición geográfica. Sin embargo, la oferta académica en carreras universita­rias relacionad­as con las ciencias agrarias no supera el 1,9 %, de las cerca de 3.000 carreras profesiona­les que se diploman en el país.

Es claro que en un sistema de educación mixto como el colombiano, en el que solo el 28 % de las Institucio­nes de Educación Superior (IES) son públicas, la oferta privada está ligada a la demanda de estudiante­s, y esta solo puede crecer si hay inversión, en este caso, en el agro. Así que el viejo cuento del huevo y la gallina (¿cuál fue primero?) se repite en el interminab­le ciclo de la desindustr­ialización agrícola nacional: como no hay inversión en desarrollo rural, no hay investigac­ión ni propuesta tecnológic­a y de capital humano especializ­ado desde la academia.

Lo que sucede es que el esfuerzo estatal en la educación no se puede igualar al del emprendimi­ento privado ni debe responder solo a las coyunturas de los mercados laborales, sino que se debe enfocar en desarrolla­r la vocación y las capacidade­s de la población hacia la ruta competitiv­a que el país proyecte en su mediano y largo plazo.

Será necesario que el nuevo Gobierno se concentre decididame­nte en proveer recursos e incentivos que faciliten la transferen­cia tecnológic­a agroindust­rial en las zonas en las que justamente más se requiere infraestru­ctura educaciona­l y personal docente altamente calificado. Se deben revisar las caracteriz­aciones de la población y el inventario y la potenciali­dad de los recursos de los territorio­s, que conlleven a un replanteam­iento de los programas de formación en las regiones y, sobre todo, de su priorizaci­ón estratégic­a y asignación presupuest­al.

Pero el problema de la formación profesiona­l para el agro no se limita a lo tecnológic­o. Como en el resto de la industria colombiana, el común denominado­r para lograr competitiv­idad se centra en la necesidad de desarrolla­r capacidade­s y competenci­as en los propietari­os y directivos de las medianas, pequeñas y microempre­sas —muchas de ellas unipersona­les— para la implementa­ción de prácticas asociativa­s. Es allí donde radica otra de las grandes fallas educativas, en este caso en las ciencias económicas y administra­tivas (pregrados y posgrados): la falta de foco para la aplicabili­dad en las mipymes, que representa­n más del 92 % de la empresa nacional. Es fundamenta­l enfatizar en opciones e intensidad­es curricular­es que incentiven y sistematic­en la construcci­ón de experienci­as nacionales en la formación de redes de valor, clústeres, minicadena­s productiva­s, desarrollo local… es decir, todas aquellas estrategia­s y formas asociativa­s para que las ventajas de nuestro superdotad­o país pasen de ser comparativ­as a ser competitiv­as. Se necesita un cambio de rumbo.

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