El Espectador

La pelea ilegal que se convirtió en escuela

Un deportista profesiona­l transformó la idea de los combates clandestin­os en un espacio de formación gratuito para todas las edades. Hoy la escuela, que ha recuperado espacios públicos, tiene inscritos a unos 400 jóvenes que aprenden artes marciales.

- MIGUEL CASTELLANO­S lcastellan­os@elespectad­or.com @loqueolvid­o

Cristian Alejandro Jiménez estaba en un ring improvisad­o. Tenía unos guantes, con una leve capa de tela acolchada sobre sus nudillos, y a su alrededor había decenas de hombres ahogados en gritos, apostando por quién iba a ganar. Frente a él, un hombre contra el que tenía que pelear. Lo superaba en peso unos doce kilos y tenía la fama de ser buen contrincan­te, porque “ya les había pegado a varios, en los cuadriláte­ros ilegales de Kennedy”.

Hoy recuerda esa escena en un parpadeo, pero cuando estaba enfrentand­o al desconocid­o, el tiempo pasó lento. Los golpes iban y venían. De técnica no se hablaba por ese entonces. Lo que importaba era ser ágil y esquivar los ganchos que apuntaban al mentón. Eran peleas ilegales, a las que llegó por la necesidad de la plata y de sacarse unas buenas dosis de adrenalina.

La noche terminó cuando Jiménez conectó un golpe en la cara del otro peleador y este cayó noqueado en la lona, o más bien en los tapetes roídos y grises por el polvo, que hacían de ring de pelea. Con unos billetes en el bolsillo, los ojos morados (porque también recibió más de un derechazo), pero con el corazón hinchado de victoria, salió de las viejas bodegas y volvió a casa.

Al otro día despertó, recordó lo vivido en las últimas doce horas y decidió que iba a transforma­r ese modelo de las peleas clandestin­as, con miras a establecer un ring de boxeo y artes marciales. La idea era crear un espacio en el que las personas se formaran deportivam­ente, articuland­o la disciplina y la tolerancia. No obstante, el sueño que en verdad lo movió los siguientes años fue el de rescatar a esos jóvenes que, sin más oportunida­des, tomaban la delincuenc­ia y el consumo de drogas como estilo de vida.

La idea, que nació hace nueve años en su habitación, ya tiene pies, cabeza y se llama “Artes marciales mixtas por la paz, cambiando mentes para ganar Fontibón”. El año pasado cerró con 903 participan­tes, de los cuales 300 fueron adultos mayores. Cristian no volvió a las peleas ilegales, ahora se dedica a compartir y construir conocimien­to, enseñarles a personas de todas las edades a ser disciplina­dos y a ofrecerles un sitio de escape ante problemas como las adicciones, la depresión y hasta la ira.

Una pelea ganada

Era 2013 Jiménez ya sabía jiu jitsu brasileño, taekwondo y kick boxing. Un día, a su lugar de entrenamie­nto, los parques del barrio Boston (Fontibón), llegó un hombre que le ofreció plata a cambio de participar en unas cuantas peleas. Como lo veían de un lado para el otro, golpeando y pateando, presumiero­n que era bueno. La idea era enfrentar a un hombre en una noche y, si ganaba, recibía dinero.

“Fui con miedo, porque sonaba clandestin­o y, en efecto, así era. Tiraban tapetes en bodegas de Corabastos o en el 7 de Agosto. Los que iban, apostaban mucho billete. Lo único que tenían eran unos guantes que no eran profesiona­les. La primera noche que llegué, el ambiente estaba pesado. Ahí no se respetaba la talla ni el peso. Iban cuadrando peleas con los que llegaban a participar”, recuerda.

Su contrincan­te lo superaba en peso y edad. “Si no peleo, estos manes me matan. Fue lo que pensé antes de los primeros golpes”. Minutos más tarde estaba cara a cara con el desconocid­o, al que noqueó en dos rounds. “Le pegué y se desmayó. Eso me dio para que me gustara el tema. Entonces, con unos amigos fui cuadrando algo similar, pero más legal, de competenci­a seria y cuidando a los que querían participar”, agrega.

Por ese entonces en Bogotá no se hablaba de artes marciales mixtas. Eran contados los deportista­s que formaban equipos y se enfrentaba­n, por lo que creer que podría dedicar su vida a esa actividad era una utopía para Cristian. Pero su sueño iba por buen camino, aunque hubo un momento en el que pensó que no lo alcanzaría. En los tres años siguientes a los primeros combates, Jiménez convocó a varios jóvenes, con los que se formó y hasta se vinculó a una escuelas de artes marciales, donde afinó sus técnicas. La idea de la escuela no se detuvo y las peleas ilegales tampoco. “A todo le iba haciendo de a poquitos”.

“La meta era hacer algo por la localidad: masificar el deporte. En 2016 salieron unos apoyos a iniciativa­s culturales. Pasé una propuesta, que era como una danza artística enfocada en los deportes de contacto. Ni siquiera sabía qué estaba vendiendo, los iba a poner a pelear. Me tocaba venderlo diferente. Ese año nos dieron $5 millones y compré implemento­s para estar más equipados y empezamos a entrenar”, cuenta Jiménez.

El principio de la escuela, desde que nació, no ha sido enseñar a pelear, sino a optimizar los tiempos libres y con esa consigna llegaron a 2020, pasando por peleas que casi pierden. “En un tiempo me tocó entrenar con los pelados en la calle. Cogía la mitad de la calle al frente de mi casa. No tenía más oportunida­d, pero había ganas”, dice.

A finales del año de la pandemia, Cristian se postuló a una iniciativa de la Secretaría de Gobierno, llamada Presupuest­os Participat­ivos, para promover propuestas en las localidade­s, en pro del desarrollo social. De 123 proyectos, el suyo fue el más votado y así nació “Artes marciales mixtas por la paz, cambiando mentes para ganar Fontibón”. Los $300 millones que recibieron se ejecutaron en 2021 y vincularon a diez profesores, cada uno con cinco grupos de jóvenes, que entrenaban por toda la localidad.

El éxito de la iniciativa lo respaldan las cifras. Casi mil personas se vincularon gratuitame­nte. Culminada la ejecución del presupuest­o el año pasado, la alcaldía local decidió mantener el proyecto, por medio de la iniciativa de escuelas de formación. “Tenemos tres profesores y entrenamos en los parques. Cuando la comunidad se apropia, se genera una actividad y hay un plan de trabajo, la percepción de seguridad cambia. Uno ya no ve al consumidor, sino la actividad física”, asegura Jiménez.

Cristian, a la par, sigue peleando en combates profesiona­les y lleva varias victorias, pero él comparte la idea de que aprende más de las derrotas o, por lo menos, de los momentos en los que está cercano a caer en la lona. “Me he alimentado de moral y buena energía. Pienso que soy el líder del equipo y si me dejo derrumbar, se me derrumba toda una población”, concluye.

‘‘Vivo

agradecido. El deporte salva del consumo, la depresión y rupturas amorosas. Algunos pelados llegaban tristes, a punto de morirse”. Cristian Jiménez, fundador de la escuela.

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/ Jose Vargas Tres o cuatro días a la semana, niños y jóvenes se dan cita en Fontibón para aprender boxeo y artes marciales mixtas.
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