El Espectador

Los divinos

- PIEDAD BONNETT

EL VIDEO QUE MUESTRA A SUANI Lefevre Bessudo haciendo mofa del fraude que cometió en la mesa donde fue jurado de votación es más que indignante. Con esa semidesnud­ez exhibida que transmite una actitud hedonista y con esa indolencia adolescent­e al hablar que disfraza sus prejuicios, su odio profundo —“petristas de mierda”— y su desprecio por el elector al que ha timado —“maldito comunista de mierda”—, me recordó a esos personajes que creó Laura Restrepo en su novela Los divinos. Niños bien, llenos de privilegio­s, que se sienten con derecho a decir, como este jovenzuelo, que la próxima vez que los nombren jurados se van del país “aunque sea tres días”, porque no sólo tienen con qué sino que creen tener la impunidad asegurada. Con lo que no contó Suani es que las redes son un arma de doble filo: un escenario propicio para exhibir toda la vulgaridad y la desfachate­z de muchos como él, pero también un lugar donde, al delatarse, se exponía a la sanción social que a veces es, desafortun­adamente, el único castigo que se recibe. Y eso. Porque aquí, si el criminal canta o juega bien, también le pueden erigir una estatua.

Ante la indignació­n que provocó, no sólo por su cinismo sino porque de inmediato se lo relacionó con el importante empresario que es su abuelo, no le quedó más remedio que disculpars­e, tal vez aterrado con lo que nunca pensó que le podía pasar a gente “como él”: que la justicia le pidiera cuentas. Según un artículo de El País de España sobre “el arte de disculpars­e de los famosos”, “decir «lo siento» ya no es suficiente” si no se está bien asesorado —de los abogados o los publicista­s, claro—. “Se suelen escribir unos diez borradores —nos aclara la periodista—. La palabra «perdón» debería aparecer en el primer párrafo y se debería terminar con una referencia de futuro, una promesa al «trabajo» (…) para expiar sus pecados”. Según esto, el chico Lefevre parece haberlo hecho como toca: dijo que “no volverá a suceder” y que esto le sirve para aprender de sus actos. Bien, Suani.

Como él hay miles en este país, que se creen —o se creían— intocables. Como los ñeñes y los ñoños; como Jennifer Arias, que sigue como si nada en su puesto de presidenta de la Cámara después de que le probaron plagio; como los Moreno Rojas, que en cierto modo no lograron salirse con la suya; como Emilio Tapia, que no sólo reincidió sino que tiene la pretensión de volver a llegar a preacuerdo­s con la justicia. O como el señor Carlos Mattos, que aparecía todos los días en las revistas del corazón y por eso estaba convencido de que nadie lo tocaría. Usó sus millones para sobornar a una jueza y, ya condenado, se las ingenió para atravesar la ciudad como Pedro por su casa —con la anuencia de sus abogados y de los mismos sobornados por Matamba— hasta la oficina donde le encontraro­n encaletada una gruesa suma. Así son.

En un país donde más de 21 millones de personas viven en la pobreza y casi tres millones en pobreza extrema, la afrenta de los divinos es imperdonab­le. No nos extrañe, pues, que abunden el resentimie­nto, la rabia y el deseo de arrasar para siempre con la casta de privilegia­dos que siempre han hecho lo que les ha dado la gana, pero a quienes además, como en el caso de Suani, no les basta con hacerlo sino que alardean de ello.

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