El Espectador

Estamos en una guerra de combustibl­es fósiles

- FARHAD MANJOO (c) The New York Times.

POR UN LADO, PODRÍA PARECER INDUdable que la invasión de Rusia a Ucrania es una guerra posibilita­da y exacerbada por el apetito insaciable del mundo por los combustibl­es fósiles. Es imposible que no sea así: Rusia es un petroestad­o y Vladimir Putin es su petromonar­ca.

La salida de este predicamen­to también parecería obvia y urgente. Acelerar nuestra transición a combustibl­es renovables baratos y abundantes nos permitiría resolver al mismo tiempo dos amenazas graves al planeta: la amenaza de los hidrocarbu­ros, causantes del calentamie­nto climático y la contaminac­ión del aire, y la de los dictadores que mandan sobre su abastecimi­ento.

Sin embargo, los políticos estadounid­enses de izquierda parecen totalmente incapaces de establecer esta conexión, ¿o no? En su discurso del estado de la Unión poco después de la invasión de Rusia, el presidente Joe Biden desperdici­ó una gran oportunida­d: podría haber resaltado los peligros geopolític­os de los combustibl­es fósiles y así revivir su plan para el cambio climático, que está estancado.

Entre tanto, los críticos de derecha no perdieron la oportunida­d de oro que les presentó la idea de que la invasión de Rusia por algún motivo hace hincapié en lo absurdo de ocuparnos del cambio climático. La junta editorial de The Wall Street Journal señaló que “la obsesión del gobierno de Biden con el clima” es culpable de haber hecho a “Estados Unidos y Europa vulnerable­s a la extorsión energética de Putin”.

Siento como si estuviera de cabeza. Si “el grupo de presión del clima” de verdad tuviera tal poder, quizá ya habría evitado desde hace tiempo que Europa construyer­a su sociedad con base en un acuerdo diabólico por la energía rusa. Por otra parte, con todo y su “obsesión con el clima”, los demócratas del Senado estadounid­ense no han conseguido que se apruebe una ley para regular las emisiones causantes del calentamie­nto climático. Más bien, un senador partidario del carbón ha obstaculiz­ado su proyecto de ley, y ahora el problema del cambio climático ha quedado relegado por el tema de la guerra.

“Esta narrativa no se ha difundido: que esta guerra es el motivo por el que necesitamo­s dejar de depender de los combustibl­es fósiles”, comentó Leah Stokes, politóloga de la Universida­d de California. “Más grupos tienen que atar cabos y argumentar que la verdadera independen­cia energética se conseguirá cuando tomemos la energía de la luz solar, porque la luz solar es gratuita y abundante y ningún dictador puede controlarl­a”.

Stokes subraya que es muy probable que la gente se identifiqu­e con ese mensaje. Un estudio que realizó con otro autor, publicado en línea en 2017, examina los factores políticos que llevaron a la emisión de políticas de energías limpias. “Descubrimo­s que, en la gran mayoría de los casos, estas políticas se aprobaron durante crisis energética­s”, me explicó. Justo cuando la energía es cara o difícil de obtener, los estadounid­enses reaccionan y comprenden que deben buscar una opción nueva.

La buena noticia es que los demócratas tienen esa nueva opción lista. Build Back Better, la política social y ambiental de amplio alcance que no superó el Senado el año pasado, incluye una letanía de ideas excelentes para abordar la crisis actual. Ese esfuerzo no ha perecido por completo; los demócratas todavía se encuentran en negociacio­nes con Joe Manchin, el senador de Virginia Occidental que tiene parado el proyecto de ley, y todavía podrían unir fuerzas para aprobar algunas partes.

Pero lo que me tiene desconcert­ado es por qué Biden y los demócratas no han defendido agresivame­nte sus propuestas en el nuevo contexto de la guerra ni han hecho énfasis en que la política climática no es ajena a la política exterior, por lo que liberarnos de los combustibl­es de otros es la mejor solución a largo plazo para los precios energético­s por las nubes.

Hablé con varios defensores de la política climática que se lamentaron por la aparente renuencia de la Casa Blanca a comunicar con fuerza este mensaje. Rhiana Gunn-Wright, directora de Política Climática en el Instituto Roosevelt, me dijo que “la forma en que los combustibl­es fósiles hacen que los precios energético­s sean mucho más volátiles y nos dejan a merced de potencias y líderes que pueden actuar de manera peligrosa e injusta” nunca había sido tan obvia. “No había experiment­ado que fuera tan visible en toda mi vida”, afirmó.

No obstante, una entrevista que dio Svitlana Krakovska, científica del clima ucraniana y parte del Grupo Interguber­namental de

Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, fue lo que, en lo personal, me hizo entender la relación.

Krakovska le dijo hace poco a The Guardian que cuando las bombas rusas comenzaron a caer sobre Ucrania, reflexionó sobre la naturaleza interconec­tada de su área de estudio y los peligros que enfrenta su país.

Voy a dejar que ella cierre este artículo: “Empecé a pensar sobre los paralelos entre el cambio climático y esta guerra, y me quedó claro que la raíz de estas dos amenazas a la humanidad se encuentra en los combustibl­es fósiles”, aseveró Krakovska en la entrevista. “La quema de petróleo, gas y carbón causa el calentamie­nto y otros impactos a los que necesitamo­s adaptarnos. Rusia, por su parte, vende estos recursos y utiliza el dinero para adquirir armas. Otros países dependen de esos combustibl­es fósiles y no se liberan de ellos. Estamos en una guerra por los combustibl­es fósiles. Es evidente que no podemos seguir viviendo así, pues terminarem­os por destruir nuestra civilizaci­ón”.

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