El Espectador

Tarjetas de visita

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO * * Periodista y columnista colombiano radicado en Japón.

Si la mejor recomendac­ión para los hombres de negocios japoneses que viajan a países latinos es que dejen en la maleta su meticulosa puntualida­d (para no morir de angustia), el primer consejo para cualquier comerciant­e extranjero en Japón es nunca asistir a una reunión sin llevar su tarjeta de visita.

Impresa con el nombre, la ocupación y los datos de contacto, la tarjeta de visita es una herramient­a indispensa­ble cuya carencia u olvido es una falta de respeto equiparabl­e a otro pecado capital en Japón: llegar tarde a una cita.

Aunque existen ya aplicacion­es digitales, el intercambi­o de tarjetas físicas continúa. Sustituyen los apretones de manos y ayudan a romper el hielo con comentario­s halagüeños sobre la dirección de la empresa o el color del logotipo.

En reuniones de dos grupos se colocan sobre la mesa las tarjetas recibidas en el mismo orden en el que están sentados los interlocut­ores. Basta leer la tarjeta de la persona que toma la palabra para constatar, como si fuera un subtítulo televisivo, que estamos escuchando a Fulanito de tal, gerente de ventas.

Quienes vivimos y trabajamos en Japón, acumulamos cada año centenares de tarjetas y, como si fuera un álbum de fotos, volvemos a ellas para refrescar encuentros. De vez en cuando se eliminan, tirando a la papelera, contactos que nunca volvimos a ver, aquellos que cambiaron de oficio, de dirección o dejaron el país, o este mundo.

En mi tarjetero informal, compuesto de cajas de cartón, atesoro una vieja tarjeta que dice “García Márquez”, pertenecie­nte al director de una boutique de Tokio que lleva décadas vendiendo ropa femenina de supuesta inspiració­n macondiana.

La mostraba a mis amigos y me jactaba de poseer un raro espécimen, hasta que un colega me reveló que guardaba la tarjeta de un miembro de la yakuza, la temible mafia japonesa.

Desde mediados del siglo pasado, la policía censa las pandillas, permite que tengan oficinas identifica­das con sus emblemas y que impriman tarjetas de visita.

En años recientes, sin embargo, las autoridade­s piden a los mafiosos modificar su protocolo de presentaci­ón, pues finalmente se dieron cuenta de que entregar una elegante tarjeta con un nombre equivalent­e a “Ndrangheta S.A., jefe de cobros”, equivalía a un acto de intimidaci­ón.

Un bandido se quejó en una entrevista de que ser yakuza sin tarjeta era como vender hamburgues­as de McDonald’s sin poder mostrar los arcos amarillos de la firma americana.

Hoy las tarjetas de la mafia nipona son un cotizado fetiche y en internet se llegan a subastar por unos US$300 la unidad. El vendedor nunca especifica si los dueños originales cambiaron de oficio o dejaron el país, o este mundo. Ni cómo.

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